RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 15 de mayo de 2013

SOBRE SAN JUAN DE ÁVILA, NUEVO DOCTOR DE LA IGLESIA UNIVERSAL. EN EL AÑO DE SU JUBILEO.

 
"San Juan de Ávila, nombrado Doctor de la Iglesia Universal por SS Benedicto XVI en 2012"
 

El año 2012, durante la apertura del Sínodo de Obispos de todo el mundo sobre la Nueva Evangelización, S.S. Benedicto XVI proclamó “Doctores de la Iglesia Universal” al manchego San Juan de Ávila y a la mística renana Santa Hildegarda de Bingen. Un gran honor para todos los católicos españoles y alemanes.
¿Quiénes pueden llegar a ser doctores de la Iglesia?
No todo santo es válido para ser nombrado como Doctor. Los requisitos que se necesitan son claros y concisos. Los tres requisitos para que alguien pueda ser considerado Doctor de la Iglesia, según Benedicto XIV, son: “insigne santidad de vida, doctrina celestial eminente y reconocimiento o declaración expresa del Sumo Pontífice” Es decir, las enseñanzas del santo deben ser intemporales. Sus enseñanzas lo mismo pueden valer para los hombres de su época, que para los de la actualidad. Y es que como dice Melquíades Andrés Martín: “El hombre se parece más a su tiempo que a su progenitores. Los padres dan la vida, los contemporáneos el modo de vivirla a través de la familia, la sociedad, la geografía, el ambiente, las ideas, los sentimientos”.  
La vida de San Juan de Ávila es rica en matices, en anécdotas, en enseñanzas, en espiritualidad, en definitiva, en santidad. Una buena hagiografía del santo se puede estudiar (pues lo que debe hacer todo buen católico no es leer “vidas de santos” sino estudiar sus ejemplares existencias y ponerlas en práctica) es la de “Obras Completas de San Juan de Ávila  (cuatro volúmenes), editada por la Biblioteca de Autores Cristianos.
En todas las hagiografías que se han realizado sobre la vida del santo manchego, se ha destacado la Gracia especial que éste tuvo, ya que se le llegó a considerar “maestro de santos” pues a lo largo de su vida, San Juan de Ávila, un humilde sacerdote diocesano, llegó a alternar con hombres y mujeres de la talla de San Juan de Dios, San Pedro de Alcántara, San Ignacio de Loyola, Santa Teresa de Jesús, y tantos y tantos santos.

 
"Fray Luis de Granada, quien durante las misas que daba el santo manchego, tomaba notas"

Algunos, como San Ignacio y sus discípulos, no paraban de solicitar al bueno de Juan que ingresase en su Compañía y que se fuese con ellos a evangelizar; otros como Fray Luis de Granada, se sentaba en las misas, y tomaba notas y apuntes de los sermones que San Juan exhortaba en sus homilías. Todos querían algo de él. Todos querían que él estuviese cerca de sí mismos, a su lado en los momentos de soledad y tribulación, a su vera en el camino del apostolado, como guía del camino hacia la santidad, como compañero espiritual, como sacerdote confesor, como santo guía al que seguir. Y esa admiración hacia el pobre Juan, viniendo de esos hombres y  mujeres santos, indica que El Espíritu Santo estaba posado sobre la frente de San Juan de Ávila y relucía como faro en las tinieblas, como si se tratase de un guía de almas errantes en un mar tenebroso.
Pero no nos confundamos. En el s. XVI, la cristiandad no era “una balsa de aceite”. Las tribulaciones por las que pasó la Iglesia Universal fueron tremendas. El Demonio no descansa, no se rinde, y no para.
Lutero había clavado un puñal en el corazón de la Iglesia Romana. La “protesta” corría rápida como la pólvora por Europa. No siempre era la religión el interés y motivo del cambio. Muchos estados y príncipes aceptaron las tesis luteranas para poder desligarse de Roma y administrar ellos los diezmos y el dinero. Ayer como hoy, no todo es tan claro y cristalino en estos asuntos, sino que los intereses mundanos, siempre turbios, enfangan la visión de los hechos y desenfocan la realidad para el observador que no sea perspicaz.
En España para luchar contra esas corrientes europeas, no se envía a ningún caudillo. Como diría D. M. Menéndez y Pelayo “Ningún sabio influyó tan portentosamente en el mundo. Si media Europa no es protestante, débelo en gran medida a la Compañía de Jesús 
Pero en España también había problemas. Los judíos y falsos conversos en Andalucía, el erasmismo, que se colaba por las primeras universidades españolas, como la de Alcalá, o el problema de los alumbrados[i] asolaban los yermos campos españoles.
Hoy en día y viviendo la época que nos toca vivir, más de uno nos hablaría de “tolerancia”, de “convivencia pacífica”, de “dejar a las demás religiones que convivan juntas en armonía” y otras expresiones parecidas, que lo único que persiguen es confundir al interlocutor y alejarle de la realidad. Será otra vez el sabio español Menéndez Pelayo quien mejor lo defina: “La llamada tolerancia es virtud fácil; digámoslo más claro: es enfermedad de épocas de escepticismo o de fe nula. El que nada cree, ni espera en nada, ni se afana y acongoja por la salvación o perdición de las almas, fácilmente puede ser tolerante. Pero tal mansedumbre de carácter no depende sino de una debilidad o eunuquismo de entendimiento”.
San Juan de Ávila tuvo que sufrir en sus carnes el rigor de la Inquisición. La envidia, que es un pecado que corrompe el aire que respiramos, que emponzoña el alma y que, en suma, es probablemente el origen más frecuente del rumor y la mentira, se movió en contra del santo, ya que éste empezaba a despertar cierta admiración entre las gentes, y fue este “vicio nacional”, el que más se movió en su contra, llegando a ser acusado por cinco testigos, de desviaciones en su doctrina, las cuales declararon que “les parecían erasmistas”. Frente a esas cinco acusaciones que envió Satanás para la destrucción de la obra de San Juan de Ávila, se presentaron cincuenta y cinco testigos a favor suyo. La inquisición, doblegó y liberó de sus celdas al santo.
Pero todo era falso, pues como dice el P. Antonio Royo Marín en su libro, citando a Pourrat: "En sus predicaciones como en sus libros, Juan de Ávila pone en guardia a los fieles contra la falsa mística tanto como contra la herejía protestante. Instruir a los ignorantes, convertir a los pecadores, exhortar a la práctica de la perfección y preservar a las almas del error, santificar al clero; tales eran los objetivos de su celo".

 
"Fachada de la Universidad de Baeza (Jaén)"
 
Así es, “el santo andaluz”, se dedicó en cuerpo y alma a lo que él consideró que era fundamental: formar bien al clero, para que éste pudiese explicar de forma clara y concisa a los fieles, cuáles eran los errores de la herejías, y poder alejarlas así del común de las feligresías.
Estaba en boca de todos la degradada situación del clero diocesano, su escaso nivel espiritual y cultural y el abandono en que yacía por parte de los obispos, demasiado ocupados en los temas beneficiales y es que, como bien dice el santo “Lo que ha echado a perder toda la clerecía ha sido entrar en ella gente profana, sin conocimiento de la alteza del estado que toma y con ánimos encendidos de fuego y de terrenales codicias, y después de entrados, ser criados con mala libertad, sin disciplina de letras y virtud”. De ahí que su gran preocupación fuese la creación de colegios o escuelas para la formación del clero.
La escuela sacerdotal tenía como finalidad la de desarraigar la ignorancia religiosa y el analfabetismo. “En los colegios menores de Úbeda, Baeza, Cazorla, Huelma, Andújar y Priego se explicaba gramática, que entonces equivalía a humanidades, catecismo y, a veces, moral; en los de doctrinos se iniciaba también a los oficios gremiales; en los de Jerez de la Frontera y de Baeza se leían Artes, o filosofía y Teología”.
San Juan creó muchos colegios, pero Baeza tuvo la suerte de ser la primera Universidad, lo que facilitaba que los estudiantes que ahí se formasen, pudieran acceder al sacerdocio con una formación superior a la media de la época. Sus explicaciones eran sencillas. Sus recomendaciones también: orar, meditar y enseñar. Y para enseñar, dirá el maestro San Juan que: “Si un maestro de escuela… dijese (a los niños): … Os mando que en mi ausencia no juguéis ni riñáis. Y si no me lo pagaréis cuando venga. Este tal no cumpliría con su oficio de buen maestro…, porque se contentó con mandar. Esté él presente, trabaje, sude con ellos; y entonces aun sin mucho esfuerzo, verá completo lo que manda
Así es. Esfuerzo e implicación en los hechos que se acometen. En la vida nada es gratis, nada se te regala.
El santo ascendería hacia el Señor un 10 de mayo de 1569. Pero con su doctrina el santo creó una autentica escuela sacerdotal española, que más tarde y como apunta Royo Marín “influirá en la escuela sacerdotal francesa del s. XVII”.
En la actualidad, donde el laicismo impera a sus anchas, donde el descreído, el apático y el hereje se confunden en una misma persona, es donde más y mejor se puede revitalizar las enseñanzas de san Juan de Ávila, aplicándose una reforma profunda de los sacerdotes diocesanos, donde éstos, llevados por ese “celo por el apostolado” del que nos hablaba el santo, salgan de las iglesias y de las sacristías para volver a evangelizar al rebaño descarriado. Para ello, instrucción, formación, y oración.
 
Luis Gómez
BIBLIOGRAFÍA:
 
·         JUAN XXIII, “De servorum Dei beatificatione et canonizatione”, lib. IV, 2, c. 11, n° 8-16; en AAS 51 (1969
·         ANDRÉS MARTÍN, M. “San Juan de Ávila. Maestro de espiritualidad” B. A. C. Madrid, 1997
·         MENÉNDEZ Y PELAYO, M. “Historia de los Heterodoxos” Vol. II. B.A.C. Madrid, 1956
·         ROYO MARÍN, A. “Los grandes maestros de la vida espiritual”. B.A.C. Madrid, 2003


[i] Los “Alumbrados” o  Iluminados” eran los miembros de una corriente herética propia de España, cuyos orígenes hay que buscarlos en el año 1525, muy parecida al “iluminismo” europeo de esos años. Se dio en ciertas localidades del centro de Castilla y de ahí luego se extendió a otras zonas como Extremadura o Andalucía. Los alumbrados creían en el contacto directo con Dios a través del Espíritu Santo mediante visiones y experiencias místicas, lo cual llevó a la Inquisición Española a promulgar al menos tres edictos en su contra. Leían e interpretaban personalmente la Biblia y preferían la oración mental a la vocal llegando incluso a la pretensión de comulgar sin confesar, pues consideraban que los que estaban confirmados en el bien no podían pecar.

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