RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

domingo, 9 de junio de 2013

FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO ( I )



FIGURA DE LA UNIVERSIDAD HISPÁNICA DE LOS SIGLOS DE ORO (I)



Por el Profesor D. Manuel Fernández Espinosa,
profesor de Historia de la Filosofía, 
especializado en Ciencia de la Cultura.



PROPÓSITO

Los grandes imperios que en la Historia moderna y contemporánea han sido se han constituido sobre la sólida base de una tradición universitaria que formaba humanísticamente a sus componentes, a la vez que los impelía a cuidarse del bien común de sus reinos respectivos. La universidad, de este modo, daba consistencia humanística a cuantos se formaban en su seno y que, a su vez, compondrían las elites dirigentes. Una vez acabados sus cursos de formación estos hombres ocupaban los puestos eclesiásticos, administrativos y políticos o se dedicaban a continuar la labor docente, pero independientemente del puesto en que fuesen destacados, las miras estaban puestas todas en el servicio al bien común, en las diversas tareas de gobierno de las instituciones capitales del reino. La universidad capacitaba a los que por ella pasaban para desempeñar cargos con la firme voluntad de tener a los hombres mejor formados e informados para sostener el poderío del reino. El ejemplo más ilustrativo serían las prestigiosas universidades inglesas, también las estadounidenses, que fueron en sus mejores tiempos auténticos centros de formación de elites.

Este trabajo no es un alarde de erudición, no queremos con él sumergirnos en la historia, como si la historia no tuviera mejor cosa que hacer que permitirnos contemplar el pasado, sin tomar decisiones. No es, por lo tanto, un ejercicio de nostalgia. Me propongo con esta indagación que recurre a la historia y a la literatura de la época averiguar ciertas cuestiones que explícitamente tienen una finalidad metapolítica.

El presente artículo consta de quince páginas. Con su elaboración me propuse realizar una inquisición, por superficial que fuese, para acceder a la vida universitaria hispánica de los Siglos Áureos, aunque fuese de modo aproximativo y haciéndome las siguientes preguntas. ¿Fueron las universidades españolas de aquende y allende el Atlántico eficaces centros de formación de elites dirigentes? La respuesta parecería dada de antemano: si no conservamos a día de hoy la unidad hispánica (me refiero a la unión hispanoamericana con la hispanoeuropea) la eficacia pareciera poca. Pero, ¿acaso por el resultado, producido tras varios siglos de unión, puede juzgarse el recorrido de la Universidad hispánica? Además de esto: ¿Qué percepción tenían de la universidad los que pasaron por ella? Esto es, aquellos grandes españoles que destacaron en la dramaturgia, la literatura y las artes de la España de los siglos XVI y XVII, ¿qué percepción tuvieron de la universidad?

Es, en cierto sentido, un viaje en el tiempo. Sirviéndome de los testimonios que la literatura nos presta he tratado de ofrecer con este artículo lo que denomino "Figura de la Universidad" en una etapa muy concreto; puede que en próximos aproches pudiera extenderse la investigación a otras etapas históricas. Vuelvo a recordar que este artículo es, en su versión original, bastante largo (repito: 15 páginas). Para facilitar su lectura he visto conveniente ofrecerlo por partes en RAIGAMBRE, pero sin abreviar en modo alguno su redacción, pues lejos de acortarlo, lo que me temo es que debiera ampliarse.


ALBOREAR DE LAS UNIVERSIDADES EN EUROPA

            A raíz de la fundación de la Universidad de Bolonia (instituida el año 1158, por mandato de Federico I) la Cristiandad se dota de una de las instituciones que, a lo largo de los siglos, nos ha venido acompañando hasta hoy, siendo en la actualidad objeto de no pocas controversias sobre su papel, sus competencias y su configuración interna. Como antecedente de las Universidades medievales podríamos referir las escuelas palatinas carolingias y, yendo más al pasado, incluso pudiéramos remontarnos al Liceo aristotélico, a la Academia platónica, o la escuela pitagórica. Pero estaremos de acuerdo en que la Universidad, tal y como la hemos heredado en sus líneas maestras, se forjó en la Edad Media. Desde entonces, la Universidad se ligará indisolublemente a la formación cultural y humana de aquellos que tuvieron la oportunidad de pasar por ella. Será más tarde cuando la Universidad se encargaría de formar profesionalmente a sus matriculados.

            Después de Bolonia, será París la ciudad en donde nazca, bajo el nombre de Colegio de la Sorbona, una Universidad que unirá las escuelas de Notre Dame, de San Víctor y de Santa Genoveva para convertirse pronto en rectora de todas las universidades europeas. Posteriormente, en las islas británicas, el Enrique II de Inglaterra fundará la Universidad de Oxford, la más antigua de las inglesas, para facilitar que los ingleses pudieran formarse en su patria, sin necesidad de ir a París para seguir lecciones. En el siglo XIV, desavenencias varias que surgieron en el seno del profesorado de Oxford, traerán consigo que un grupo de disidentes fundara la no menos prestigiosa Universidad de Cambridge. En el continente europeo se van fundando otras Universidades: la de Padua, la de Nápoles, la de Toulouse, la de Praga, la de Viena, la de Heilderberg o la de Colonia.

Fachada de la Universidad de Salamanca


ALBOREAR DE LAS UNIVERSIDADES EN ESPAÑA

            En la península Ibérica la primera institución que puede aspirar a homologarse con lo que es el floreciente fenómeno universitario europeo es el Estudio General de Palencia, fundado entre los años 1208 y 1212, bajo el reinado de Alfonso VIII de Castilla. Pero el Estudio General de Palencia no duró mucho y ni siquiera el socorro pontificio de Urbano IV, en el año 1263, consistente en concederle a la institución palentina los mismos privilegios de que gozaba la parisina, surtió efecto: la extinción del Estudio General de Palencia se hizo irremediable. Mientras tanto, el rey Alfonso IX de León había fundado, allá por el año 1218, la “Universitas Studii Salmanticensis”. Alfonso X el Sabio protegió el Estudio Salmantino y le otorgó su Estatuto en 1254. En el año 1255 el papa Alejandro IV concedió la validez universal a los títulos de Salamanca y el uso de un sello propio. Con la extinción del Estudio General de Palencia, la superviviente universidad salmanticense se convirtió en la Universidad más antigua de la Península Ibérica.

            No obstante, pese al timbre de Salamanca, continuarían erigiéndose otros centros docentes sobre suelo hispánico que, con el correr del tiempo, llegarían a instituirse como Universidades. Tal fue el caso del Estudio de Valladolid (1292) o, corriendo el año 1499, el Estudio de Escuelas Generales de Alcalá de Henares se convertirá en Universidad Complutense, teniendo antecedentes en una Carta Real de Sancho IV; aquellas Escuelas Generales de Alcalá, merced a los desvelos e impulso del Cardenal Francisco Jiménez de Cisneros, lograron la Bula Pontificia del Papa Alejandro VI y surgió una de las Universidades españolas más relevantes de todo el tejido universitario español.

            Si la Universidad de Salamanca ofrece el aspecto de bastión inexpugnable de la tradición, la de Alcalá de Henares podría percibirse como la universidad renacentista española por antonomasia: lo que sería parecido a afirmar que en Salamanca se afianzaba el conservadurismo, mientras que en Alcalá de Henares abría brecha lo moderno renacentista. Pero ver así las cosas es simplificar y faltar a la verdad.

            Pese a ser la Universidad de mayor solera, los de Salamanca contrataban al profesorado que fuese menester, sin preferencias “ideológicas”, si ello redundaba en ofrecer una enseñanza acorde con las exigencias de la época. Lo demostraron los de Salamanca con creces cuando, en los primeros días de octubre del año 1508, el claustro acordó que fuesen instituidas en Salamanca las cátedras de nominales de lógica, filosofía natural y teología: “Abrir la puerta al nominalismo significó una libertad de opinión mucho mayor de la que existía y significó poner de moda en Salamanca a los autores que se leían en París, sobre todo en el Colegio de Monteagudo, y la enseñanza paralela de todas las vías o veredas que explicaban los grandes problemas de teología y filosofía" [1].

            Los Reyes Católicos no se hartaron nunca durante su reinado de otorgar nuevos privilegios a las universidades españolas. El benéfico patronazgo real de Isabel y Fernando se plasmó incluso en la emblemática fachada plateresca de la Universidad de Salamanca. Sus sucesores, los católicos reyes de España, seguirán propulsando con su amparo y patronazgo regios las Universidades españolas.

            La salmantina, la vallisoletana y la complutense serán las principales Universidades españolas, sin que podamos olvidar a otras prestigiosas Universidades que irán emergiendo, como la de Santiago de Compostela (1495), la de Valencia (1500), la de Sevilla (1500) o la de Granada (1531). Las mencionadas eran y son capitales y ciudades españolas que por su emplazamiento geográfico y por su acendrada tradición eran a la sazón núcleos estratégicos de la vida religiosa, económica y política, pero lo más digno de ponderar es que, en esos siglos espléndidos para España, no serán las ciudades de rango las únicas que sean dotadas con Universidad en exclusivo, pues lo que poderosamente llama la atención es que en aquel tiempo asistimos a la formación de Universidades en ciudades mucho más modestas: son los casos de Baeza (Jaén; en el año 1542) u Osuna (Sevilla; en el año 1548).

El Cardenal Cisneros da instrucciones para la construcción del Hospital de la Caridad de Illescas. (Toledo),
pintura de Alejandro Ferrant (1844–1917)





ALBOREAR DE LAS UNIVERSIDAD EN HISPANOAMÉRICA




Mientras se fundan Universidades en España, Hispanoamérica también se dota de sus primeras Universidades. Es importante hacer notar que ninguna potencia imperial, salvo España, fundó universidades en sus territorios “coloniales”; la razón de lo cual habría que ir a buscarla en el “humanismo español”. En la concepción que, desde sus orígenes y hasta la llegada del aciago, disolvente y pernicioso siglo XVIII, tenía España de lo que por ahí se denomina alegremente sus posesiones no cabía en un principio la distinción entre metrópoli y colonia: los territorios de Hispanoamérica bajo la Corona española de los Austria no eran considerados como colonias, sino que eran una prolongación de la misma España en el Nuevo Mundo, allende el Atlántico: era la España de Ultramar.

            La primera de las universidades iberoamericanas fue la Real y Pontificia Universidad de San Marcos en Lima, fundada por “cédula real” en mayo de 1551. Le siguieron la Real y Pontificia Universidad de México, en septiembre de 1551. Con anterioridad a estas –parece ser que estaba aprobada en 1538, pero no obtuvo el reconocimiento oficial- se había puesto en marcha la Universidad de Santo Tomás de Aquino en Santo Domingo.

San Ignacio de Loyola


            Los modelos en que se inspiraron las primitivas universidades hispanoamericanas fueron Salamanca y Alcalá de Henares. Existía en la Universidad de aquel entonces un grueso de alumnos que cursaban para eclesiásticos y también es digno de notar la profusión de religiosos dominicos, franciscanos, carmelitas y agustinos, sin que olvidemos la presencia de los padres de la Compañía de Jesús.

            Estos últimos, los ignacianos (el término "jesuita" que se popularizó fue en su origen un vocablo peyorativo) se convertirían en una elite docente cuyo cometido era, a su vez, formar elites. Alan Bullock escribió: “Irónicamente, la única cosa que tuvieron en común Lutero y San Ignacio de Loyola, el fundador de la Compañía de Jesús, y que dejarían como legado a sus seguidores, fue su creencia en la importancia de la enseñanza y su insistencia en el alto valor de la formación clásica”(2). Esta coincidencia no constituye, como quiere Bullock, un rasgo irónico, sino que más bien nos muestra la inteligencia de dos antagonistas (Lutero y San Ignacio de Loyola) que, cada cual a su manera, apreciaron la tradición humanística que fue calando y transformando las universidades medievales y pretendieron, con gran éxito, transformar esa nueva cultura que alboreaba en una óptima arma pedagógica, en un tremendo instrumento para el proselitismo de sus respectivas causas.

            En España era normal que lo que hoy llamaríamos “enseñanza primaria” y “enseñanza secundaria” fuesen impartidas en las escuelas y estudios que estaban a cargo de la Compañía de Jesús. Ahí se preparaba a los niños con todo lo preciso, para que los que aspiraran a la Universidad pudieran pasar a ella. Como ejemplos, pongamos, siquiera muy someramente, el currículo de dos de los más egregios dramaturgos españoles. Lope de Vega cursó sus primeros estudios en el Colegio de los Teatinos, dirigido por los jesuitas, para más tarde promocionar a la Universidad de Alcalá de Henares y, luego, a la de Salamanca. Pedro Calderón de la Barca tuvo una trayectoria semejante: estudió en el Colegio Imperial de los Jesuitas, después ingresó a la Universidad de Alcalá de Henares y, más tarde, pasaría a la de Salamanca.

Continuará...


[1] "La “suposición” de los términos en Juan de Oria y otros lógicos salmantinos (1510-1535)”, Vicente Muñoz Delgado, en “Estudios Teológicos, Filosóficos y Socio-Económicos”, Fundación Universitaria Española, Madrid, 1986, pág. 335.

[2] “La tradición humanista en occidente”, Alan Bullock, Alianza Editorial, Madrid, 1989, pág. 43.



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