RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 29 de agosto de 2013

LAS "SOCIEDADES DE PENSAMIENTO" COMO AGENTES ACTIVOS DE LA HISTORIA

Sociedad de Amigos del siglo XVIII

 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
Entre las características que acusaban los románticos destacó la búsqueda de la evasión, formando parte de la idiosincrasia romántica. El romántico, profundamente asqueado con la realidad que le rodeaba, procuraba fugarse –siquiera con la fantasía- a lejanos y exóticos países (Lord Byron muriendo en Grecia) o a lejanas y pasadas épocas (Walter Scott y sus novelas históricas; nuestro Navarro Villoslada y la novela histórica del XIX español). Tal vez esta propensión al viaje (concretamente, al viaje en el tiempo) sea una de las razones que puedan explicar que el siglo XIX asistiera a un auge de los estudios históricos como no se había visto anteriormente. El siglo XVIII, el Siglo de las Luces, estaba muy ocupado en consagrarse a una Razón que, en su pureza y universalidad, planeaba sobre el decurso de las comunidades históricas sin apenas pringarse con los avatares de la comunidad y del individuo.
El romanticismo, reacción al Siglo de las Luces, indaga en el pasado histórico, por más que lo deforme al carecer de instrumentos adecuados (eso no importa ahora); y el resultado será: por una parte la exaltación de los valores nacionalistas (nacionalismos centrípetos –Alemania e Italia- o centrífugos –Cataluña, Vascongadas) y, por la parte más intelectual: veremos que los historiadores más serios se preocupan por indagar en la razón de su quehacer, así como se aplican a buscar un método que haga fructífero el cultivo de su disciplina.
Es en este contexto –en el siglo XIX: aficionado a la Historia, apasionado por la Historia y profesionalizándose en el estudio histórico- cuando surge una polémica que todavía interpela a algunos historiadores: ¿Quién hace la historia? (Si se nos permite la expresión: es la pregunta por la causa eficiente de la Historia). Si los pueblos, las sociedades, las naciones padecen la Historia. ¿Podemos decir que existe un agente de la Historia?
Ante esta pregunta vamos a tener dos respuestas antagónicas. Para el británico Thomas Carlyle (1795-1881) el agente de la historia, entendida ésta como el avance de la civilización, había que buscarlo en los Héroes. Para el judío alemán Karl Marx el desenvolvimiento histórico se debe a una dialéctica histórica, el protagonista no es el Héroe, sino que el sujeto de la historia es el proletariado (la muchedumbre de los explotados). Un extremo (el que proclama al individuo egregio el Héroe que descuella por encima de la masa como agente de la Historia) y el otro extremo (el que suprime toda aristocracia y otorga el protagonismo a una clase social que lucha heroicamente en el anonimato) parecen, en su reduccionismo, inaceptables.
 
Agustín Cochin
El malogrado historiador francés Agustín Cochin (1876-1916), caído en el frente durante la Primera Guerra Mundial, descubrió tal vez un tercer agente de la Historia que es el que nos interesa redescubrir aquí. Sus estudios sobre la revolución francesa le llevaron a descubrir lo que él denominó “Sociedades de Pensamiento”. Sus investigaciones fueron tempranamente truncadas por su muerte en el campo del honor, pero dejó sus prematuros frutos en “Les Sociétés de Pensée et la démocratie” (París, Ed. Honoré Champion, 1890). Eugenio d’Ors consideraba que las “Sociedades de Pensamiento”: “…en un sentido amplísimo y el hecho de su actividad como algo necesario […] que nos permite encontrar en el funcionamiento de las “socedades de pensamiento”, entendidas en su sentido más amplio, de las minorías conscientes, pero anónimas, la explicación más luminosa posible”.
 
Nótese que Eugenio d’Ors insiste en considerar el concepto de “Sociedades de Pensamiento” en su sentido más amplio. Y es que las “Sociedades de Pensamiento” no pueden reducirse a las sociedades secretas (como la francmasonería y tantas otras asociaciones esotéricas, más o menos conocidas). La inundación que en nuestras librerías sufrimos en nuestros días a cuenta de libros que tratan de mostrarnos las excelencias o abominaciones de sociedades como la francmasonería o el templarismo ofrece una interpretación excesivamente conspiracionista de la Historia (es la “conspiranoia” que está de moda). Pero, sin descartar la acción solapada y perversa de organizaciones perfectamente estructuradas en la clandestinidad, con “Sociedades de Pensamiento”, el historiador francés Cochin no se refería a esos grupos cuya capacidad de acción se ha exorbitado en el imaginario de la sociedad.
 
 
Las “Sociedades de Pensamiento”, en las investigaciones de Cochin, incluyen a la francmasonería; pero no vale simplificar identificando exclusivamente la “Sociedad de Pensamiento” con la francmasonería. Los estudios de Cochin le llevaron a descubrir que, tras los acontecimientos de la Revolución Francesa, había una enorme labor de información, propaganda y agitación, labor dilatada en el tiempo y extendida sobre el territorio francés, más o menos consciente de la meta que se proponía alcanzar.
 
 
Hay que exponer un poco la historia de las Sociedades de Pensamiento. En 1720 aparece una Sociedad Literaria en París que se autoproclama como “una especie de “Club” a la inglesa”: en efecto, las Sociedades de Pensamiento no fueron, en su principio, organizaciones clandestinas que se reunieran a escondidas en tenebrosos cenáculos. A lo que aspiraban los fundadores de esa “Sociedad Literaria” de París era a constituir un “club” de amigos que confesaban tener interés por estar informados de lo que ocurría en el mundo europeo, tanto en lo político como en lo cultural (incluyendo literatura y ciencia). Era normal en estos “clubes” que sus miembros se reunieran una vez a la semana, durante unas horas, para intercambiar opiniones, escuchar lecturas, música o conversar. Sus componentes eran casi todos de clase media y alta, con abundancia de profesionales liberales (abogados, médicos), sin que faltaran miembros del clero y algunos nobles ilustrados y a sus reuniones iban sus esposas como punto de encuentro social. No había nada que tuviera el aspecto de secretismo ni se sabe que existieran rituales ridículos o execrables. A veces se reunían en la casa de uno de los socios y otras veces, regulando una cuota por socio, alquilaban una casa para tener sus reuniones.
 
 
En 1750 se tiene constancia de una proliferación de sociedades que, bajo nombres muy diversos, pueden ser agrupadas en el conjunto de “Sociedades de Pensamiento”: clubes, sociedades literarias, círculos de amigos… Sociedades de Amigos y Sociedades Patrióticas. Abundan en Bretaña, tal vez por mímesis con la tradición clubeística inglesa. Y será por ese entonces cuando en España también empecemos a encontrarnos con lo que todavía hoy existe en algunas ciudades españolas de cierta entidad: las Sociedades Económicas de Amigos del País, que fueron muy pronto puestas bajo el patronazgo del Rey, por lo que son más conocidas como Reales Sociedades Económicas de Amigos del País. Durante el Trienio Constitucional de 1820 a 1823 también encontraremos en España las llamadas “Sociedades Patrióticas”, rabiosamente constitucionalistas y, en aquel entonces, politizadas hasta el extremo de ser prácticamente sucursales de los partidos políticos.
 
 
Las Sociedades de Pensamiento fueron en su origen asociaciones de hombres inquietos que querían estar a la última y que en el seno de sus cenáculos intercambiaban sus opiniones sobre lo divino y lo humano: algo, por lo tanto, que desde mucho antes ya hubo en España, pero el pacífico carácter de las Tertulias que en España se registran ya en los Siglos de Oro vino a alterarse en Francia por un factor ideológico que sirvió a la mutación de las tertulias de amigos en grupos activos que trabajaban a la manera de “laboratorios de ideas” y extendían su acción a la propaganda y agitación. Fue de esta forma como las “Sociedades de Pensamiento” (y no sólo la francmasonería) tuvieron, a juicio de Agustín Cochin, un protagonismo crucial en los acontecimientos de la Revolución Francesa de 1789. En las mismas Sociedades de Pensamiento, descubiertas por Cochin, se produjeron cismas (sobre todo a partir de la captura de Luis XVI cuando Su Cristianísima Majestad se disponía a escapar de la Francia revolucionaria): hubo miembros de las Sociedades de Pensamiento abiertamente republicanos, así como hubo otros partidarios de una Monarquía Constitucional. Las Sociedades de Pensamiento fueron, en definitiva, las células embrionarias de los clubes que imperaron en la Revolución Francesa y, en sus reuniones, se trazaron la mayor parte de las decisiones políticas que más tarde realizaban las asambleas.
 
 
El hallazgo de las “Sociedades de Pensamiento” realizado por Cochin fue una aportación que enriqueció la historiografía sobre la Revolución Francesa. Pero la existencia de lo que –con la expresión de Cochin- llamamos “Sociedades de Pensamiento”, así como su acción, están corroboradas miles de años antes en sucesos políticos de las más diferentes épocas y latitudes. Por ejemplo, en Grecia existían las llamadas “asociaciones” (hetaireiai) a las que se refieren Platón (en “República” 365d) y Aristóteles (Política V 11, 1313). El historiador Tucídides también dejó testimonio de la acción de estas “asociaciones”: “los lazos de sangre llegaron a tener menos fuerza que los de cofradía, ya que éstas estaban más dispuestas a mostrar una audacia sin miramiento” (traducimos “hetairikou” por “cofradía”, puesto que las reuniones de las “asociaciones” de las que nos hablan los griegos había entremezclado un carácter religioso, lúdico y político entre los cofrades).
 
 
Llegamos al final de este artículo, no sin recordar que el propósito del mismo era hallar el agente de la Historia (esto es: quiénes hacen la Historia). Encontramos que en la Historia hay Héroes (protagonistas que pasan a primer plano y cuyos nombres se fijan en letras de oro), hay masas que, por su concreta circunstancia, se forman y son guiadas como fuerza de choque que cambie la Historia y, por último, no hay que soslayar la existencia de “Sociedades de Pensamiento” (grupos conscientes y anónimos) que ejercen un poder tremendo tanto a la hora de aupar Héroes como a la hora de empujar a las masas hacia los cambios históricos. No nacieron en la Revolución Francesa, siempre han existido.
 
 
Creemos haber sido lo suficientemente elocuentes.
                                                     

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