RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 1 de noviembre de 2013

RASCAYÚ CUANDO MUERAS ¿QUÉ HARÁS TÚ?




Por Manuel Fernández Espinosa
 
 
En vísperas de la Festividad de Todos los Santos, la otrora católica España y hoy diezmada España -a secas España, y mientras duren las lañas- se nos trasviste de bruja, le crecen los colmillos postizos de vampiro y, liada en una manta, hace la fantasma. Los ayuntamientos se apuntan a la campaña de adoptar Halloween, patrocinando la disparatada mascarada de hombres-lobo, hechiceras a verrugosas narices pegadas. Y, dando la guerra por perdida, hasta la Conferencia Episcopal nos pide que, ya puestos en faena, disfracemos al niño de San Cucufato. Braman los paladines de la pureza de nuestras tradiciones; bramamos. Reacciona esa minoría silenciada (pero no silenciosa), reacia a la extranjerización de nuestras costumbres y tradiciones; reaccionamos. Todo en balde: una enorme calabaza hueca se nos ríe a carcajadas con una mueca siniestra.
 
Para que la invasión de las calabazas triunfara, colonizando nuestras ciudades y pueblos, malos defensores tuvieron nuestras propias tradiciones. Nos olvidamos de ellas. Las arrumbamos en los desvanes, no nos confundiera la extranjería con palurdos atrasados, paisanos pardos de la pana parda. Y, olvidados de nuestras costumbres, dejamos de ser nosotros. Por eso nos place disfrazarnos a la menor ocasión: la terrible vaciedad que sentimos nos impele a ponernos la carátula: mejor que el espejo nos devuelva el reflejo compuesto de las fingidas protuberancias óseas de una calavera, con sus oquedades, que vernos sin saber que somos catalanes, vascos, extremeños, andaluces… Españoles. Malos tiempos para el “Don Juan” de Zorrilla. Vivimos como si Bécquer no hubiera escrito “El monte de las Ánimas” o “Maese Pérez el Organista”. Trocamos nuestra herencia literaria de siglos por una película del Jinete Sin Cabeza (Sleepy Hollow), que enhorabuena se la cortaron. Que a los niños les den caramelos: siempre y cuando no estén envenenados. Que los niños se vistan de muertos: siempre y cuando estén vivos. Lo que para mi gusto está sobrando es toda esa galería compuesta por esos personajillos del mundillo terrorífico e infernal: vampiros condales, satanases cornudos y rabudos, diablesas mundarias, momias enrolladas en papel higiénico… Esos disfraces tendrían que ser multados por las autoridades municipales.
 
 
No hay que ver aquí más perversa conspiración que la de los renegados (una minoría muy bien equipada). Ni más colaboracionismo que el de los pasivos. Pero a los pueblos no se les puede arrebatar sus tradiciones sin que vayan a otra cultura a buscarlas. Por mucho que digan, el hombre –también el joven y el sano- necesita encararse con el misterio de la Muerte. Durante décadas, ese sector del clero progresista prefirió hablarnos de cualquier cosa, menos de la Cruz: del Dolor y de la Muerte vencidos. Algunos curas, tan modernos ellos, aparcaron a un lado la contemplación de las Postrimerías, y organizaron las parroquias a guisa de soviets: y así nos luce el pelo, que cuando quitaron el “memento mori”… Por el postigo de la sacristía se les coló de rondón un niño, disfrazado de calavera, y pidiendo caramelos.
 
 
En estos días los esqueletos de Valdés Leal se retozan de la risa. Se levantan de sus ataúdes, se desempolvan la cadaverina y se van de copas. Toman el taxi los émulos de las osamentas danzantes de Holbein el Viejo. Pero es inaudito: con ese paisaje tan propicio y que falten predicadores para recordarnos que esta efímera imaginería viviente de muertería es recuerdo de la deuda que tenemos con Caronte… En el comedio, que Rascayú le haga un corte de mangas a la estúpida calabaza de los gringos.

 
Este artículo fue publicado por vez primera en: Diario Ya 

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