RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

sábado, 19 de abril de 2014

LA ESCALERA DE WITTGENSTEIN...

Ludwig Wittgenstein


...ERA EL ANDAMIO DE SAN AGUSTÍN

Manuel Fernández Espinosa

"El nombre de la rosa" fue una exitosa novela que dio fama mundial a Umberto Eco. Incluso tuvo su versión cinematográfica con Sean Connery con papel protagonista. Como novela "El nombre de la rosa" es entretenida, aunque está plagada de esos prejuicios tan arraigados que contra la Edad Media todavía se vienen arrastrando desde el Renacimiento. Es un indicio de la miserable época que nos ha tocado vivir cuando se constata que tantos "cultos" se aplicaran a rastrear las claves interpretativas de lo que no dejaba de ser un pasatiempo literario (con muy mala idea contra el cristianismo, eso sí) de Umberto Eco. Lo que no se podrá regatear a su autor es una cierta cultura que es, por cierto, lo que le falta a otros divos de la literatura mundial cual es el caso de ese tal Dan Brown. La cultura de Umberto Eco, al ser más grande que la de su lector medio (incluyendo profesores universitarios) suscita ese culto de los pedantes y esnobistas que se llaman "intelectuales", pues ellos creen poseer las claves que el vulgo no tiene. Ni que decir tiene (pero hemos de decirlo) que las páginas de "El nombre de la rosa" tienen arsénico anticristiano para que el lector se impregne los dedos hasta matarle el alma, aunque sea justo admitir que el calibre cultural de Eco supera a ese burdo folletón sectario de Dan Brown ("El código Da Vinci"). Tanto "El nombre de la rosa" como "El código Da Vinci" trajeron a su zaga una legión de comentaristas, hermeneutas e imitadores que solo en un mundo tan necio como el contemporáneo es posible. La empresa bibliográfica, encubierta bajo el nombre de "literatura", juega sus cartas de ese modo.

Una de las citas de "El nombre de la rosa" que más comentarios han provocado es la que aparece al final de la novela, cuando Umberto Eco alude a un oscuro "místico alemán" que escribiera "hay que arrojar la escalera por la cual se ha subido". El lector medio pasa la página sin prestarle atención al pasaje en concreto y el nombre del presunto "místico alemán" al que se le atribuye haber dicho aquello de la escalera queda omitido. El lector un poco más culto ha sabido ver en esa cita un guiño del autor que, en una broma, hace pasar una cita de Ludwig Wittgenstein (1889-1951) por la de un apócrifo "místico alemán" medieval (el mismo Umberto Eco ha reconocido posteriormente que se refería a Ludwig Wittgenstein). Y, en efecto, eso de lo de la escalera aparece en el "Tractatus logico-philosophicus", cuando Wittgenstein escribe: “Mis proposiciones esclarecen porque quien me entiende las reconoce al final como absurdas, cuando a través de ellas –sobre ellas– ha salido fuera de ellas. (Tiene, por así decirlo, que arrojar la escalera después de haber subido por ella.) Tiene que superar estas proposiciones; entonces ve correctamente el mundo”. Y, no lo dudamos, allí lo encontró Umberto Eco.

Sin embargo, el pasaje de Wittgenstein guarda, como muchas otras piezas de la producción filosófica wittgensteiniana , un innegable "parecido de familia" (permítasenos la broma) con este pasaje de San Agustín de Hipona, que encontramos en sus "Epístolas": 

"Hay que emplear la ciencia como andamio por el que ha de subir el edificio de la caridad; ésta permanecerá eternamente, aun después de que sea desmontado el andamio de la ciencia."

Es así como la escalera de Wittgenstein termina siendo, a la postre, el andamio de San Agustín.

El insoportable intelectual que se cree poseedor de un saber esotérico por encima del vulgo se queda con la escalera en la mano, sonriente como un conejito por haber descubierto el "secreto" de Eco; Eco lo confirma y el intelectual subordinado se complace en que su gurú le pase la mano por el lomo. Wittgenstein arrojó la escalera: en toda esta historia, tal vez Wittgenstein sea el más humilde de todos los que juegan a "adivina, adivinanza", pues Wittgenstein no se veía a sí mismo tan original y, atormentándose por ello, reconocía que había grandes maestros superiores a él. La diferencia es, salvando comparaciones odiosas, como la que va de Dan Brown a Umberto Eco... Donde Eco le gana por goleada al americano. O de Ludwig Wittgenstein a San Agustín de Hipona. 

La conclusión que podríamos extraer de esto es que, en última instancia, el "progreso" que tanto se autopregona (en este caso, el progreso en la línea filosófica) no es más que una ilusión. Pues hasta las metáforas que más admiran al idiota de nuestro tiempo se han montado sobre el ocultamiento, la amnesia o la nuda ignorancia de la verdadera tradición de los gigantes del pensamiento.

La tradición siempre gana. Para no dar muchos rodeos, mejor ir a San Agustín de Hipona y saltarse a todos estos modernos tan deludidos como deludidores.  

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