RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 28 de mayo de 2014

GITANOS EN ESPAÑA





UNA LARGA HISTORIA 
DE INCOMPRENSIONES MUTUAS,
BREVEMENTE CONTADA
PARA UNA EFECTIVA INTEGRACIÓN

A la memoria de mi amigo y paisano
Manuel Reyes Muñoz, poeta y escritor gitano.

 
Por Manuel Fernández Espinosa


Bajo el título "Hechos del Condestable don Miguel Lucas de Iranzo" D. Juan de Mata Carriazo publicó una antigua crónica del siglo XV que relata la pujante vida de la corte del Condestable de Jaén. En esta crónica podemos leer tal vez una de las primeras referencias a la llegada de los gitanos a España. Dice así la crónica: 

"A veinte y dos días del mes de noviembre de este año (1462) llegaron a la ciudad de Jaén dos condes de la pequeña Egipto, que se llamaban el uno don Tomás y el otro don Martín, con hasta cien personas entre hombres, mujeres y niños, sus naturales y vasallos. Los cuales habían sido conquistados y destruidos por el Gran Turco; y porque después de ser conquistados parece ser que negaron nuestra fe, hacía muchos días que, por mandato del Santo Padre, andaban por todos los reinos y provincias de la cristiandad haciendo penitencia. Y como llegaron a la ciudad de Jaén, el señor condestable los recibió muy honorablemente y los mandó aposentar y hacer grandes honras. Y quince o veinte días que estuvieron con él, continuamente les mandó dar todas las cosas que les hizo falta, a ellos y a toda su gente, de pan, vino, carne, aves, pescados, frutas, paja y cebada abundantemente. Y muchos días los dichos condes comieron con él y con la señora condesa, su mujer; y al tiempo que quisieron partir, les mandó dar de su cámara muchas sedas y paños, para que se vistiesen, y buen acopio de riquezas para su camino. Y salió con ellos hasta media legua fuera de la ciudad de Jaén, de modo que los dichos condes partieron muy contentos y pagados, loándose y maravillándose mucho de su gran liberalidad y franqueza".
 
Salta a la vista la generosidad del anfitrión en su franca acogida a esa muchedumbre itinerante. Los gitanos no levantaban todavía la suspicacia de los españoles autóctonos. Ningún prejuicio está todavía operante y las relaciones entre "payos" (autóctonos) y "gitanos" empezaban con buen pie. Más tarde, andando el tiempo, el nomadismo de los gitanos (una de las razones que tal vez marquen durante siglos su idiosincrasia) y las actividades a las que se dedicaban empezarían a crear una imagen negativa de esta etnia que, por culpa de las generalizaciones siempre tan injustas, la estigmatizarían. En el párrafo que transcribimos de la crónica del Condestable Iranzo merece que consideremos dos puntos que extraemos del mismo:
 
1. Se precisa que estos gitanos procedían de "la pequeña Egipto". ¿Pero dónde ubicar la Pequeña Egipto? La Pequeña Egipto ha sido identificada por los especialistas con la ciudad de Methoni, llamada también Modona, Motone o Metone. Se trata de una ciudad ubicada en el extremo sudoeste de Mesenia, en la periferia de Peloponeso. Este puerto, conocido también como Puerto de Modón, era un hito en la peregrinación a Tierra Santa, debido a su posición intermedia entre Venecia y Jaffa. Se le conocía como "pequeña Egipto", pero no era Egipto. Sin embargo, durante mucho tiempo esta imprecisión geográfica era comúnmente aceptada por cierta.
 
2. En el párrafo se alude al sometimiento temporal de los gitanos bajo el yugo turco, lo que explicaba que hubieran tenido que renegar de la fe cristiana. Una vez que habían abandonado la "pequeña Egipto" se suponía que los gitanos se habían arrepentido de su apostasía y habían suplicado el perdón al Papa, para que éste los reincorporara a la Cristiandad: se creía -los mismos gitanos no lo negaban- que el Romano Pontífice les había impuesto la penitencia de peregrinar en masa a Santiago de Compostela.
 
La condición nómada de los gitanos quedaba cubierta bajo le presunta penitencia que por mandato pontificio tenían que cumplir: se trataba, en principio, de un pueblo peregrino que caminaba rumbo a Santiago de Compostela para expiar su pecado y así borrar la mancha de la apostasía. Se entiende, pues, que los magnates de la época -como el Condestable Lucas de Iranzo en Jaén- los acogieran, dispensándoles toda la hospitalidad que era de esperar de los cristianos para con los peregrinos.
 
Entendiendo así las cosas, podemos hacernos una idea de lo que vino a pasar después. El pueblo gitano va de aquí para allá, sin asentarse en un lugar fijo. Llevan una vida itinerante, van a la ventura, a salto de mata: mercadean, compran y venden y, cuando no tienen para comer, se ven forzados a engañar y robar como cualquiera hacía en aquella época (son copiosos los ejemplos que podemos encontrar en la literatura picaresca; y los pícaros no eran gitanos, pues había pícaros de todas las condiciones: también cristianos viejos). El tiempo pasa y no parece que hayan llegado a Santiago de Compostela. Y así los gitanos empiezan a convertirse en una población sospechosa. La población autóctona los estereotipa: Cervantes, por ejemplo, llega a escribir de ellos: "Parece que los gitanos y gitanas solamente nacieron en el mundo para ser ladrones" ("La gitanilla"). Pero no todos son ladrones: se ha producido una generalización, siempre tan injusta como perjudicial. Dañina en extremo para lograr la integración del pueblo gitano en España, pues a las acusaciones que se les lanza por parte de los "payos", ellos reaccionarán alimentando una hostilidad que, con los siglos, se hará atávica.

No todos los gitanos eran ladrones, ni que decir tiene (pero es bueno que lo digamos y que insistamos): los gitanos también serán conocidos por su industriosidad en la forja. Eran herreros capaces que hubieran podido cosechar el respeto entre sus vecinos, que en muchos casos lo lograron y que tuvieron su prestigio por su buen hacer. Pero, como bien recordó Mircea Eliade en su tratado "Herreros y alquimistas", en la mentalidad antigua el oficio de herrero siempre se relacionó con las ciencias ocultas (artes adivinatorias varias) y ni siquiera los honestos herreros gitanos pudieron escapar a esta otra sospecha: la de pertenecer a un gremio al que se le atribuía saberes y prácticas poco cristianas. Hasta tal punto llegó la cosa, en España, que pronto cundió la leyenda negra de que los gitanos, como herreros, habían forjado los clavos con los que taladraron las manos y pies de Nuestro Señor Jesucristo. Pobreza, marginalidad, estigmatización, mitos que desencadenan la hostilidad xenófoba.

El rechazo se va haciendo cada vez más palpable y las autoridades políticas empiezan a dictar leyes draconianas contra los gitanos. El ápice de esa persecución llegó en el año 1749 con la llamada Gran Redada (por otro nombre Prisión General de Gitanos). Fue éste uno de los episodios más infames de nuestro siglo XVIII y a la Ilustración se lo debemos (tal vez por esa razón no se haya otorgado tanta publicidad a este episodio histórico). Como emanado de los gabinetes ordenancistas ilustrados, el Consejo de Castilla emprendió la operación de apresar a todos los gitanos del territorio nacional. Y así se realizó a finales del mes de agosto de 1749: se arrestó a la gran mayoría de gitanos que había en territorio español (algunos pudieron ponerse a salvo en los conventos que les ofrecieron asilo), se separó a hombres y mujeres, destinando a todos los varones mayores de 7 años a los arsenales y siendo las mujeres con los niños confinadas en Casas de Misericordia. En 1765 aquella pesadilla terminó y se les puso en libertad, pero ocasionó tales dramas familiares que la huella está todavía presente en el recelo que los gitanos muestran por los "payos". Gracias a las investigaciones de Antonio Gómez Alfaro sabemos más de este vergonzante episodio nacional. Resaltemos, no obstante, la benevolencia de muchas autoridades locales que, enteradas de los propósitos de las autoridades centrales, advirtieron a los gitanos decentes de sus localidades del peligro que se cernía sobre ellos: gracias a esto, muchos gitanos pudieron acogerse en los conventos que abrieron sus puertas para protegerlos. La Gran Redada fue uno de los capítulos más siniestros de la Ilustración en España, esa Ilustración que tantos alaban.

Es una triste historia de desencuentros que no podemos concedernos el lujo de olvidar si queremos lograr la auténtica integración de los gitanos en España; y que conste que "integración" no significa homogeneización, uniformización, aniquilación de costumbres y tradiciones propias de una etnia que posee una cultura propia. Los programas de "integración" que se vienen realizando de unas décadas a esta parte ponen en riesgo la integridad de la cultura gitana, en un esfuerzo colosal y mediático de asimilar al pueblo gitano al "ciudadano medio" que ha troquelado el mundialismo, compartiendo esos lugares comunes (palabras vacías) que algunos elevan a la consideración de "valores". Se intenta de este modo, mediante todas las estratagemas, liquidar la cultura gitana: inyectándole relativismo, feminismo y otros -ismos de la misma catadura. Integración es para nosotros otra cosa. A pesar de todas las pragmáticas y decretos que se pueden referir, los gitanos españoles han sobrevivido, han aportado muchas cosas buenas a España y siguen configurando una cultura con una señales de identidad fuertemente marcada. Su respeto para con los mayores, su concepto de honra, su valoración de la virginidad en la mujer, sus costumbres más o menos pintorescas, están diciéndonos bien fuerte que muchas de las cosas que nosotros, los autóctonos, hemos perdido con el correr del tiempo, ellos las conservan lo mejor que pueden. Y hay que ayudarles a conservarlas.

No toda la historia de los gitanos en España ha estado marcada por los encontronazos. Hubo ocasión para la integración, para la plena integración sin pérdida de identidad. Aunque pocas son las que han trascendido, no pocas son las gestas olvidadas que protagonizaron algunos gitanos heroicos.

A finales del siglo XVI los ingleses, al mando del Conde de Essex, asedian Cádiz: era el 29 de junio de 1596. Las tropas de Jerez acuden raudas a la defensa de Cádiz y en sus filas va un gitano del cual solo sabemos que se apellidaba Heredia. Los hechos los escribió el año de 1757 el cronista Bartolomé Gutiérrez en "Historia y Anales de la Muy Noble y Muy Leal Ciudad de Xerez de la Frontera". Cuando los herejes ingleses se hallaban profanando una imagen de la Virgen María en la Catedral de Cádiz, el valiente gitano Heredia, sin pensarlo dos veces, se arrojó contra ellos: "quitó la espada a uno y mató muchos con ella", pero los ingleses eran más y terminaron matando a nuestro piadoso y bravo gitano español. Dice Bartolomé Gutiérrez que en la desigual lucha los enemigos le cercenaron la cabeza, pero tal era la cólera divina del gitano en su último momento que pudieron escuchar sus últimas palabras:

-¡Viva Jesús y la Virgen de Consolación!

Heredia murió como un héroe. Heredia murió como un Mártir. Heredia, siendo gitano, murió como un español.

La sacra imagen de la Virgen María que profanaban los ingleses, muy probablemente, se trataba de la que más tarde llevaron al Colegio de Ingleses de Valladolid, donde a día de hoy se la venera bajo la advocación de Virgen de la Vulnerata (lo he contado en "La Inglaterra secreta", en RAIGAMBRE, pinchar aquí). En cuanto a la Virgen de Consolación que el gitano Heredia invocó no era otra que la advocación que se venera en su Jerez de la Frontera. El ejemplo de Heredia, como muchos otros que están por exhumar de los archivos, muestra que la integración del pueblo gitano pudo ser y todavía estamos a tiempo para que lo sea: integración que no ha de implicar que pierdan sus señales de identidad propia, pero que al realizarse puede ser una de las aportaciones más importantes para España y para la Hispanidad en su conjunto.


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