RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 25 de julio de 2014

SANTIAGO, CENTINELA DE NUESTRA FE

Santiago el Grande, Salvador Dalí (1957)

BREVE MEDITACIÓN DE GALICIA, TRIBUTO A SEÑOR SANTIAGO Y HOMENAJE A GALICIA
 
 
Por Manuel Fernández Espinosa
 
 
Hace cien años que el gran poeta don Manuel Machado vivió en Santiago de Compostela: era el año 1913 y residió en la ciudad jacobea para atender la plaza de bibliotecario de la Universidad compostelana que había ganado en oposiciones. Allí escribió uno de sus poemas que, entre otras cosas, decía:
 
¡Oh, Quintana de Muertos! ¡Oh, Palacio
de Gelmírez! ¡Oh, piedra suntuaria,
lujosa piedra, piedra igual y varia,
matizada de gris hasta el topacio!
¡Oh, gárgola, mingente en el espacio,
con la ruda impudicia milenaria!
¡Oh, musgo! ¡Oh, jaramago! ¡Oh, parietaria
-hiedra en la piedra-, bajo el sol reacio!
¡Oh, Pórtico divino de la Gloria!
¡Oh, peregrinaciones! ¡Oh, estela
de lacras y dolores! ¡Oh, memoria
del Apóstol San Iago!... ¡Oh, centinela
de la fe yerta y olvidada historia!
¡Oh, saudades! ¡Oh, muerte! ¡Oh, Compostela!
 
Salta a la vista que estos versos de Manuel Machado están enjambrados de signos de exclamación: son exclamaciones entre la admiración por el relicario compostelano -simbiosis de historia (piedra labrada de los vetustos edificios) y naturaleza (vegetación silvestre)- y la nostalgia. Y entre admiración y saudade cabalga Machado a horcajadas; la saudade: esa indefinida nostalgia portuguesa que es tan atlántica. San Iago Apóstol es saludado como "centinela de la fe yerta", también de la "olvidada historia". Para el poeta hispalense la fe está yerta, no sabemos si por el frío que procura el "sol reacio" o por haberse olvidado, como se ha olvidado la historia. El encadenamiento de imágenes parece que nos desliza la idea de una Compostela que se nos aparece más que como campo de estrellas, como camposanto (de difuntos). Es una percepción personal del poeta que a buen seguro que se le suscitara por estar obligado por razones laborales a vivir en una ciudad que le apartaba de su mundo familiar: al poco de ocupar su plaza en Compostela logró Manuel Machado permutarla por la de la Biblioteca Nacional de Madrid. Con mucha probabilidad, con los años y desde la lejanía, podemos suponer que Machado recrearía sus recuerdos compostelanos a otra luz menos lúgubre, sin esa morriña que le impedía ver de otra manera Compostela. Sin embargo, del poema retengo el título que el poeta da a Santiago, el de "centinela de la fe yerta".  
 
La percepción de Santiago de Compostela, como la de Galicia toda, se ha derramado en una amplia literatura y aunque solares y solariegos andaluces (como Machado o García Lorca) hayan escrito sobre Galicia, no han faltado poetas gallegos que, bien en su hermosa lengua vernácula o bien en castellano, hayan cantado los encantamientos de esa tierra mágica. Por las vertientes literarias suele afluir imágenes, metáforas que repetidas de uno en otro, sin haber hecho la experiencia vivida, fácilmente se cristalizan en tópicos, en lugares comunes que impiden una percepción más ecuánime de las tierras y de los pueblos. Por eso, yo asocio Galicia con el sol, más que con el frío, con la pertinaz lluvia y, ya sabe el lector, los manidos clichés: y la asocio con el sol por haberme quemado el sol las pantorrillas que llevaba al aire en mi peregrinación. Y asocio Galicia con la hospitalidad gallega, con sus gentes sabias y sencillas que quisieran hablarte en castellano, pero les es imposible desprenderse de su afectuoso acento tan característico y que, por esa insolente soberbia urbana, muchos han convertido en equivalente de la catetez... ¡Y no! La catetez no está en ser como uno mismo es: como son los baserritarras vascos, los payeses catalanes, los pueblerinos andaluces o los aldeanos gallegos... No: la catetez está en creerse mejor por haber dejado el campo por la ciudad, apuntándose a la última inmunda moda extranjera. Eso es catetez, querer ser otro: catetez y suicidio identitario. Pues ser como han sido los antepasados de cada cual es fidelidad al terruño.
 
La voz gallega ha sido acallada por siglos de marginación, pero sus poetas han insistido y ahí están las monumentales obras de Rosalía, Valle-Inclán, Cunqueiro, Torrente Ballester, Rafael Dieste. Galicia se ha abierto al mundo, se ha derramado por todos los continentes dándoles contenido y constituyendo, a lo largo de su historia de emigración, la mejor embajadora de España (mucho mejor embajador que los señores diplomáticos, ¡dónde va a parar!). Hasta tal punto que, fuera de la península, en el mundo hispánico (lo mismo en Canarias que en América) solo el gentilicio "gallego" (y el legendario "godo") ha sido sinónimo pleno de peninsular: "godos" nos llaman en las Islas Canarias los que se creen guanches (cuando ellos son tan descendientes de godos como Suintila) y "gallegos" nos llaman en las Américas, sin importar mucho si te nacieron en Lugo o te parieron en Alicante.

 
Con tanta y tanta razón el escritor gallego Rafael Dieste (1899-1981) pudo escribir:
 
"Visto desde Galicia el Mundo es eucaristía, es decir, sin partes. Y así no ha de extrañar que para quien ha visto allí la luz del mundo, Galicia misma tenga confines indeterminados, se dilate sin término en el espacio y en el tiempo y, en resumidas cuentas, sea ella misma el Mundo.

Si los gallegos vamos en general tan confiados a través de ciudades imprevistas, de inusitados llanos o montañas no es por eso que dicen -demasiado simple- de que sabemos adaptarnos (salvo que el adaptarse consista en recatar ardientes lágrimas), sino más bien porque al salir mundo adelante hemos salido Galicia adelante, buscando lo que prometen nuestros horizones, confiados en ellos, porque allí el cielo promete con certeza".
 
La fe yerta no está, como creyó Manuel Machado, en Compostela: está en todas partes así de tiesa. Para ver con lucidez es menester apartar los tópicos y mirar de frente. Hay que conocer Galicia para hablar de ella. Y hay que conocer a los gallegos, para hablar de ellos. Y entonces todo lo que se hable de ellos será para alabarlos y todo lo que de esa bendita tierra se diga será para reconocerla como tierra eucarística. La fe yerta que tirita de frío está por doquier, pero es en Santiago de Compostela donde está el Centinela de la Fe, a cuyo aliento despertará de su letargo nuestra hispanidad.

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