RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

lunes, 18 de agosto de 2014

¿FEDERALISMO EN ESPAÑA? (II)

 
Voluntario del Cantón de Cartagena
 
EL FEDERALISMO PROGRESISTA
Manuel Fernández Espinosa

Continuación de ¿Federalismo en España?
No pocos son los que, haciéndole eco a Ortega y Gasset (a veces sin haber pasado del título), han pensado que España es una nación “invertebrada”. Un catalanista, como Pere Bosch-Gimperá, sostenía que: “En España, la fusión es sólo aparente y lo que parece poder llegar a ser un aglutinante, desaparece luego, revelándose intactos y más vigorosos los elementos diversos del conglomerado español”. Poco hace ahora ahondar en las razones que cada cual arguye para terminar pensando que España es, invertebrada o mal articulada, una nación malformada o deficientemente formada. De este modo se explica que hayan surgido a lo largo de la historia de España conatos y movimientos secesionistas, como los que tuvieron lugar en el siglo XVII, en Portugal, Cataluña o Andalucía. Diríase que España está formada por una pluralidad de pueblos que, por atávico particularismo, se emplean a fondo en diferenciarse del vecino. Y esto no ocurre solo con las partes delimitadas, llámense regiones o comunidades autónomas: esto también sucede entre localidades, si ponemos la lupa y vamos a la pequeña historia local encontraremos multitud de casos en los que los lugareños se ha levantado contra los vecinos de la villa próxima o el vecindario de la villa se ha amotinado contra la ciudad bajo cuya jurisdicción estaba: conflicto de jurisdicciones, ultrajes ancestrales, hostilidad entre pueblos vecinos que a lo largo de la historia se han ido poniendo los unos a los otros los más ofensivos apodos como sustitutivos del gentilicio oficial, a la gresca por las lindes, por los pastos, por la leña que es del concejo y que la están llevando los forasteros… Rivalidades que todavía se perciben en las competiciones futbolísticas entre equipos de municipios próximos.
La marcada identidad de nuestros pueblos así como la belicosidad natural de nuestros antepasados ya era recordada por Diodoro Sículo cuando decía aquello de que los hispanos, cuando no pelean con enemigos de fuera, se pelean entre sí.
En 1808, Mariano Luis de Urquijo le decía a Gregorio García de la Cuesta, capitán general de Castilla:
“Nuestra España es un edificio gótico compuesto de trozos heterogéneos con tantos gobiernos, privilegios, leyes y costumbres como provincias. No tiene nada de lo que en Europa se llama espíritu público. Estas razones impedirán siempre que se establezca un poder central lo suficientemente sólido para unir todas las fuerzas nacionales”.
No reconocer esta pluralidad ha sido uno de los errores históricos más inveterados entre nuestros políticos (cuando han sido políticos) y enrocarse en un “españolismo” zarzuelero y homogeneizador ha conducido a las más desastrosas desavenencias, así fue con Carlos I de España y V de Alemania y los comuneros, con la política del Conde-Duque de Olivares que emulaba a Richelieu, con el centralismo borbónico, con la abolición de los Fueros. Y los periodos que, desde los Reyes Católicos, a esta parte han mantenido la “unidad” de España han tenido que recurrir a la fuerza impositiva de algunos militares del siglo XIX como Narváez o, en el siglo XX, Francisco Franco. Pero esa unidad fundada en la imposición no es vertebración duradera, sino que se muestra provisional, mientras dure la “mano dura” del militar: “Venceréis, pero no convenceréis” –dijo Unamuno.
Y de aquí viene el problema actual. Luego, algunos podrán satanizar cuanto quieran a los nacionalistas centrífugos, pintárnoslos con pezuñas, rabos y cuernos, pero el hecho es que existen y existen fundándose en algo que ha sido muchas veces repetido, a saber: España no parece estar hecha del todo (no goza de la “incuestionabilidad” que tienen otras naciones), sino que España se cuestiona a sí misma en su organización política y territorial y eso significa que está por hacer, si es que queremos seguir existiendo y no disolvernos.
Es aquí cuando el sector progresista que, bajo muchas etiquetas, ha actuado en España políticamente desde 1812 llegó en un momento a postular el federalismo y hoy, sus herederos (las izquierdas) siguen ofertando este “federalismo” como panacea que remediará este problema que supone la “cuestionabilidad nacional”.
Son tres los federalismos que pudiéramos encontrar en nuestra tradición política que arranca del siglo XIX:
-El federalismo demoliberal.
-El federalismo tradicionalista.
-El federalismo socialista-anarquista.
Por su actualidad, vamos a presentar hoy el federalismo socialista-anarquista que es el que invoca nuestra izquierda contemporánea, proponiéndonos en sucesivas entregas ofrecer una idea del “federalismo tradicionalista”.
El origen del federalismo español hay que irlo a buscar al partido republicano del siglo XIX. Este partido es el resultado de una escisión en el seno del campo progresista que podemos fechar en 1837. Los progresistas eran los herederos de los radicales de las Cortes de Cádiz. Cuando estos progresistas redactan la Constitución de 1837, lo hacen con un espíritu de transacción y realismo, apartándose de la exaltación revolucionaria de 1812 y es entonces cuando un sector del mismo “progresismo” entiende que se ha traicionado el programa de 1812 y del Trienio 1820-1823; así será como el progresismo se vendrá a dividir entre “progresistas legales” y “progresistas exaltados”; y es entre los “progresistas exaltados” donde hallaremos precisamente el embrión de lo que, corriendo los años, vendría a ser el “partido democrático” que, durante la regencia de Espartero, llegará a apostar por la proclamación de la república. Este republicanismo en ciernes se presenta ya como “federal” abiertamente desde 1840 a 1843, pero con la llegada al poder de los moderados pasarán a la clandestinidad, sin dejar de “laborar”. Tras el fracaso de los motines de 1848 se presentarán como “partido progresista-democrático” en cuyo seno hay dos vertientes: una de demócratas liberal-individualistas y otra de demócratas socialistas (inspirados en el socialismo utópico francés). En general estos demócratas eran federalistas.
El federalismo español en sus orígenes busca la inspiración en los Estados Unidos de Norteamérica y también en el cantonalismo suizo en lo que se refiere a modelos institucionales. En lo ideológico predomina en un primero momento el pensamiento de Tocqueville, el socialismo utópico, Proudhon y el krausista Ahrens. El talento filosófico de Francisco Pi y Margall constituirá siempre un referente del federalismo español, pues aunque se suele decir que fue introductor (traductor también) de Proudhon en España, Pi y Margall no se limita a ser un apóstol proudhoniano, sino que ofrece todo un sistema filosófico propio. Pi y Margall ofrecía el federalismo como solución, pero lo prioritario en Pi y Margall no era ensayar el federalismo para una vertebración de España, sino que el federalismo se postulaba como agente disolvente de todo poder, pues la prioridad de Pi y Margall era acabar con todo poder para reafirmar el individuo. Pi y Margall fue uno de los liberales revolucionarios más coherentes de nuestro siglo XIX, su inflexible lógica lo conducía del liberalismo a la conclusión lógica de éste: el anarcoindividualismo. El anarquismo bakuniano llega a España de la mano de Giuseppe Fanelli en 1868 y va a ser calurosamente recibido justamente en los círculos republicanos que se habían formado su opinión política en los libros de Proudhon y de Pi y Margall.
En nuestros días el federalismo socialista-anarquista cuya génesis hemos mostrado aquí está siendo puesto en activo por la extrema izquierda representada por el PCE, Izquierda Unida y Podemos.

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