RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 16 de octubre de 2014

EL ARCANO NIETZSCHE






NIETZSCHE Y LA MASONERÍA



Manuel Fernández Espinosa


            El ateísmo de Nietzsche no fue un ateísmo cómodo. No obstante Nietzsche pasa por ser el filósofo ateo por excelencia. En "La Gaya Ciencia" preconiza la "muerte de Dios", pero la anuncia un loco, un demediado ante la indiferencia de unos paseantes. En "Así habló Zaratrustra", tal vez el libro capital de su prolífica obra, se nos presenta como "Zaratustra el ateo". En esos escritos publicados bajo el título rimbombante de "El Anticristo", el cristianismo -entendido como producto elaborado por San Pablo más que por Jesús- será el objeto de sus hostiles execraciones y mofas.

            Para el Solitario de Sils Maria el cristianismo no era otra cosa que "platonismo para plebeyos", así sentenció el filósofo alemán. Pero, aunque el cristianismo sea la religión más denostada por el filósofo de Dionisos, el antisemitismo, el socialismo o la masonería -movimientos y pseudorreligiones que se agitaban en vida del filósofo- no escaparon a su juicio más severo e implacable.

            No obstante, para los intereses anti-cristianos que tanto tienen que ver en el diseño de la enseñanza occidental, la obra de Nietzsche, convenientemente sesgada cuando no malentendida, sigue siendo un buen pretexto para inocular la increencia en las mentes más jóvenes. Por sesgada y malentendida que su obra esté, hay que admitir que también Nietzsche es una fragua que nos forja para superar el Nihilismo. Su obra ha sido sesgada, por intereses igualitaristas. Su obra ha sido malentendida por faltar una lectura audaz que no se conforme con la superficie, con lo meramente manifestado por el filósofo. Es más fácil para el profesor de Filosofía repetir lo que los manuales de texto dicen de Nietzsche que hacer la experiencia de leerlo a fondo, de paladearlo.

            Si algún masón ha leído a Nietzsche y lo ha entendido, no dudamos que prudente y discretamente ha pasado de largo sobre las pullas que el Maestro del Eterno Retorno dedicó a la sociedad fraterna y filantrópica. Nosotros no queremos pasar de largo ese episodio, puesto que, además de tratarse de una de las dimensiones de su obra que ha pasado desapercibida, es una pieza clave para su interpretación.

            Será en una de sus obras más importantes y más difíciles de comprender en la que podemos encontrar todo un capítulo dedicado a fustigar a la francmasonería. Se trata del capítulo titulado "Las tarántulas", en la II parte de "Así habló Zaratustra".

            El propósito de este capítulo es desenmascarar a los masones. Nietzsche ha entendido que su genuina doctrina anticristiana puede ser manipulada y pervertida por esas "tarántulas" que nos presenta en dicho capítulo, por eso, con previsión se apresta a corregir el rumbo. Dice el filósofo alemán: "Amigos míos, no quiero que se me mezcle y confunda con otros"... "Con estos predicadores de la igualdad no quiero ser yo mezclado ni confundido".

            ¿Quiénes son las "tarántulas"?

            Si se tiene en cuenta que el triángulo es uno de los símbolos de la masonería, entenderemos atinadamente las oscuras palabras con que Nietzsche nos describe a la "tarántula": "Negro se asienta sobre tu espalda tu triángulo y emblema...". Si los sacerdotes cristianos son calificados como "arañas cruceras", Nietzsche reserva para los masones el apelativo de "arañas venenosas".

            Pero Nietzsche conoce, así nos lo dice él mismo, lo que se asienta en el alma de la "tarántula": "venganza", porque las "tarántulas" son, para el filósofo, no otra cosa que "predicadores de la igualdad". Y si la "tarántula" es el masón, las "cavernas de la tarántula" que menciona en dicho capítulo no pueden ser interpretadas como otra cosa que las logias, los recónditos lugares de reunión de los masones: "cavernas de mentiras", "escondrijos" de esta especie de hombres poseídos por "la presunción" y "la envidia", en palabras de Nietzsche. Pues, lo que late bajo la palabra "igualdad" es "la demencia tiránica de la impotencia". Bajo el lema "Justicia" (entendida ésta como "igualdad") las tarántulas tienen un plan: "...que el mundo se llene de las tempestades de nuestra venganza -así hablan ellas entre sí".

            La táctica de las tarántulas consiste en picar, punción que causa con su veneno "vértigos a las almas". "Quieren así hacer daño a quienes ahora tienen el poder, pues entre estos es donde mejor acogida sigue encontrando la predicación acerca de la muerte". Las "...más secretas ansias tiránicas se disfrazan, pues, con palabras de virtud", y aunque se llamen a sí mismos "los buenos y los justos", solo les falta llegar al poder para ser la peor especie de "fariseos".

            Por si ofreciera alguna duda, al término del capítulo, aludirá Nietzsche a los constructores -la masonería operativa en la que los francmasones modernos tanto como los masonólogos hallan el antecedente histórico de la sociedad secreta y conspirativa: "Aquí, donde está la caverna de la tarántula, levántanse hacia arriba las ruinas de un viejo templo -¡contempladlo con ojos iluminados!". La predicación de la igualdad que reprocha Nietzsche a las tarántulas contradice, según Zaratustra, la enseñanza que se desprende de la obra constructora fabricada por los antiguos masones operativos: "¡En verdad, quien en otro tiempo elevó aquí en piedra sus pensamientos como una torre, ése sabía del misterio de toda vida tanto como el más sabio!". El misterio al que alude no es otro que la desigualdad entre los hombres. Los hombres no somos iguales.

            La igualdad, uno de los términos del trilema revolucionario de inspiración masónica (Libertad, Igualdad, Fraternidad) es una injusticia para Nietzsche. "Los hombres no son iguales", le dice la justicia al filósofo, según confiesa éste. Los hombres no somos iguales, y hacer iguales a los voluntariosos y pujantes con los que no lo son es una auténtica injusticia: "Igual que aquí bóvedas y arcos divinamente se derrumban, en lucha a brazo partido; igual que con luz y sombra ellos, los llenos de divinas aspiraciones se oponen recíprocamente".

            Hay que entender, pues, que la masonería y sus ideales -su "credo"- por anticristianos que sean, no son para Nietzsche otra cosa que excrecencias de la "moral de esclavos", la que ha sido producida por el resentimiento y el error metafísico del que son culpables originales Sócrates y Platón, incluso Eurípides con su celo por racionalizar la tragedia griega.

SECTARISMO DE NIETZSCHE

            No obstante, algunos autores han apuntado el sectarismo de Nietzsche. Parece cierto que en su juventud, al calor de la filosofía de Schopenhauer, Nietzsche aspiró a estructurar una sociedad similar a la masonería, pero dotada de un contenido muy distinto.

            Así lo revela en carta a su amigo Gersdorff, el 6 de abril de 1867: "No hace falta decirte cómo me alegro contigo cuando descubres a alguien que comulga con nuestras ideas, sobre todo si es además tan inteligente y digno de aprecio como Krüger. Nuestra masonería aumenta y se extiende, aunque sin insignias, misterios ni fórmulas de credo".

            En otros testimonios epistolares Nietzsche expresa su voluntad de formar una secta, para ello evoca la escuela pitagórica: "Pitágoras fundó una orden para escogidos, una especie de orden de templarios". Esta secta filosófica tendría unos fines muy definidos: "Quiero fundar una nueva casta: una liga o comunidad de seres superiores a la que los espíritus y las conciencias acosadas puedan solicitar consejo; seres que no sólo sepan vivir, como yo mismo, más allá de los credos políticos y religiosos, sino que hayan superado también la moral".

            Este anhelo por constituir una comunidad iniciática no puede entenderse sin que nos hagamos cargo de la tremenda soledad en que se vio inmerso el Solitario de Sils-Maria. Siempre buscó este hombre atribulado la compañía que le fue negada.

            Sus rupturas con Wagner, con Paul Ree, con Lou Andreas Salomé le granjearon las peores penalidades espirituales, dejando en su alma sensible indelebles secuelas. Y en el caso de los amigos con los que no rompió sería la distancia la que impidiera la comunión tan ansiada, así le ocurrió con el matrimonio Overbeck y, en cierta medida, también con el músico Köselitz. La soledad le hizo sufrir indeciblemente, y no parece que pudiera mitigarla hallando refugio en la compañía esporádica y superficial que le pudieran brindar los inquilinos de las pensiones en las que vivía o las excepcionales visitas a las que honraba recibiendo por temporadas. Esa soledad que le acompañó durante toda su vida encontró un alivio, por imaginario que fuera, en la idea de crear esa comunidad selecta.

            Pero una cosa es querer fundar una hermandad de hombres superiores y otra muy distinta adherirse a una sociedad discreta que promueve la "igualdad".

            ¿Nietzsche ... masón?

            Su concepción de la vida se lo impedía.

1 comentario:

  1. Procedo in continenti a releer a Zaratustra con permiso de Dostoyevski, en el que estoy inmerso

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