RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 3 de octubre de 2014

LA "ESTANDARDIZACIÓN" DEL MUNDO EN JULIO CAMBA

 

Julio Camba

 
USA, COSMOPOLITISMO Y TÉCNICA 
AMENAZADORAS
EN
"LA CIUDAD AUTOMÁTICA"
DE JULIO CAMBA
Manuel Fernández Espinosa
 
Es fácil para cualquier escritor, con la perspectiva que da el paso del tiempo, juzgar personalidades, tipos humanos, circunstancias, estilos de vida, regímenes políticos del pasado… El hecho de ser fácil no entraña que tenga que ser la verdad y nada más que la verdad, lo que significa esa facilidad es que, merced a la predisposición de la cultura predominante, los dictámenes no escandalizarán y serán, con harta probabilidad, aquellos que todo el mundo está dispuesto a aceptar. Sin embargo, enjuiciar la misma serie de realidades en el momento en que éstas están vigentes y acertar ya es más difícil.
Muy pocos españoles han cultivado el muy útil género de los libros de viajes y menos españoles todavía han sabido retratar una sociedad extraña a la nuestra con la maestría que lo hizo Julio Camba (1882-1962). Periodista de raza, conceptuado como “vividor” por algunos que bien lo conocieron como Pedro Sainz Rodríguez, Julio Camba es uno de los mejores prosistas en lengua castellana del siglo XX. Los avatares de su vida vamos a omitirlos, para no repetir datos que cualquiera puede obtener consultando las biografías generalistas. Es de lamentar que un autor tan excelente como Julio Camba sea prácticamente un desconocido, cuando su producción resulta tan amena como estimulante intelectualmente.
Por su profesión periodística Julio Camba viajó bastante, por lo que puede decirse que era uno de los españoles mejor informados de lo que pasaba en el mundo, más allá de esta península cainita. Entre muchos títulos escribió “La ciudad automática”, cuando corrían los años 30 del siglo XX. Podríamos decir que “La ciudad automática” es una colección de artículos sobre los Estados Unidos de Norteamérica de aquellos años, cuando imperaba la “ley seca”, el crac bursátil hacía estragos y los gánsteres se ametrallaban entre bandas o con la policía. Algunos han creído que la “ciudad automática” se identifica con Nueva York, pero la “ciudad automática” no queda reducida a la urbe neoyorkina: la “ciudad automática” es la que se estaba ensayando en los Estados Unidos de Norteamérica para exportarla a todo el mundo; y Camba fue uno de los pocos que pudo verlo y, lo que merece más nuestro respeto, entenderlo “in situ” y sobre la marcha.
Es obvio que Nueva York ocupe un lugar preeminente en el libro, pero el libro de Camba no está circunscrito a Nueva York. En 1929 la Dotación Carnegie para la Paz Internacional escogió a doce periodistas europeos y los llevó de gira por todos los Estados Unidos: nuestro Camba era uno de ellos. Nueva York adquiere, eso sí, la categoría de símbolo: en el libro de Camba, Nueva York es a los Estados Unidos de Norteamérica lo que Estados Unidos de Norteamérica será a todo el planeta: el proyecto de una sociedad desarraigada, sin pasado. Así puede decir Camba:
“Nueva York es, ante todo, el momento presente. Es el momento presente sin más relación con el porvenir que con el pasado. El momento presente íntegro, puro, total, aislado, desconectado”.
Nueva York exhibe a los ojos del perspicuo vilanovense todos los rasgos de una ciudad cosmopolita, formada por una población racialmente heterogénea que se abigarra, dando como resultado una raza nueva que suscita en nuestro agudo observador la curiosidad antropológica, asombrado ante la extrañeza de las combinaciones étnicas que lo incitan traviesamente a las descripciones más hilarantes que, en lo esperpéntico, tienen mucho de Quevedo y de su paisano Valle-Inclán. Camba se detiene especialmente en la población afroamericana, sin poder fingir la simpatía que le producen los negros norteamericanos, por ser para él los más humanos de toda aquella Babel: “Los negros son niños siempre por su candor y por su marrullería, por su capacidad admirativa, por sus terrores injustificados, a la par que su desconocimiento del verdadero peligro, y, ante todo por la enorme fuerza creadora de su imaginación”. Camba reprocha la marginación racista que sufren los negros, alegando que es una tontería tan superlativa como puritana el “separar” lo que por el mismo color de la piel se distingue a simple vista: blancos y negros. En cuanto a los judíos, Camba llama la atención sobre la diferencia que nota entre los que permanecen apegados a su milenaria tradición, que son los residentes en Rivington Street que “es el oriente, el mundo antiguo, la Biblia” y los que han abandonado Rivington Street para instalarse en Park Avenue y confundirse en un todo con Nueva York, estos “son hijos de los de Rivington Street, pero carecen totalmente de carácter”; también nos revela Camba que los negros de Puerto Rico se instalaron en Harlem expulsando a los judíos sin ahorrar violencias: “Hubo tiros y puñaladas, y, como a pesar de todo, los judíos se resistían, a veces, para desalojarlos fue preciso comprarles todos los gabanes que tenían en venta”; lo de los gabanes es un chiste que hay que entender por una anécdota personal que el mismo Camba nos cuenta. Sería largo comentar las impresiones antropológicas que recoge Camba, siempre envueltas en un humor más blanco que negro.
Lo que deriva de la formación de los Estados Unidos de Norteamérica es, para Camba, la gran diferencia que abisma a los norteamericanos de los europeos:

“Europa se ha formado por clasificación, de una manera que pudiéramos llamar analítica, los Estados Unidos se han formado por aglomeración, de un modo que llamaremos sintético. Europa es el análisis; América es la síntesis, y el americano no comprenderá jamás al europeo ni el europeo al americano”.
Por si fuese poco, a esta consistencia heteróclita de la población norteamericana, se le suma la enseñanza:
“…si la escuela no ha conseguido idiotizarle a usted del todo, la Universidad se encargará del resto”.
Creo que el valor que tienen todas las observaciones, vivencias y anécdotas que registra Camba en “La ciudad automática” no está tanto en lo que tienen de “documento periodístico” como en su valor paradigmático.
Camba nos pone frente a una sociedad joven que en el periodo de entreguerras (cuando escribe Camba este libro) está ascendiendo como potencia mundial; falta poco tiempo para que, tras la II Guerra Mundial, USA se convierta en el presunto defensor de occidente frente al comunismo soviético.
Sería una lectura superficial pensar que “La ciudad automática” se reduce a una andanada de sarcasmos contra una nación concreta (USA) a la que parece que todo el mundo tiene que profesar su desprecio y odio. Camba siente como una amenaza para todo el planeta lo que se está cuajando en USA, pero no arremete contra los norteamericanos por viles rencores ni prejuicios. El problema es que en USA (puede que también en la URSS; Camba lo indica, pero deja sentado que no puede hablar de la Unión Soviética por no haberla visitado) está surgiendo una sociedad donde lo humano se va anulando y todos los ámbitos de la vida se “estandardizan” (así lo escribe el mismo Camba). La “estandardización” se realiza en la vivienda, en la comida, en el vestido, en la risa, en la escuela, en la universidad, en los periódicos, en las relaciones interpersonales, en el arte, en la literatura, en la fabricación de bienes… En el crimen. Camba percibe que el estilo de vida norteamericano (automatizado y deshumanizado) planea sobre todo el planeta, amenazando con devastar las identidades nacionales.
“La libertad desaparece, y no ya la libertad política de hablar o votar, sino la libertad humana de ser de un modo o de otro”.
El sistema económico capitalista norteamericano se muestra tan enemigo de la libertad, tan homologable en sus resultados “totalitarios”, como el sistema marxista que está ensayándose por los mismos años en la URSS. Así nos dice Camba:
“Parece que una sociedad capitalista al grado de la sociedad americana debe ser todo lo contrario de una sociedad comunista, pero es igual”.
Además de los errores intrínsecos de esos sistemas económicos el peligro viene de una fuerza sobrehumana, titánica: el modo de producción masivo y la técnica. Y el peligro adquiere proporciones universales, pues el fenómeno de la “automatización” que, con tanta finura y humor, denuncia “La ciudad automática” no se debe a la presunta perversidad de una nación (los Estados Unidos de Norteamérica) ni tampoco a la supuesta malignidad de un poder visible o invisible, pero a la postre humano y consciente; no son los norteamericanos los culpables de esto que se va configurando, sino que, por su propia constitución cosmopolita y desarraigada, por su educación y por su carácter, están siendo sus primeras víctimas al haberse “vestido con el uniforme de la técnica”, como diría por los mismos años Ernst Jünger. El peligro de la “automatización” de la vida humana se debe a la irrupción de una nueva humanidad que se está troquelando en los moldes del capitalismo que fabrica en cadena, desmesurado en su afán de beneficios y ajeno a la medida humana.
“…todo el principio de la industria americana […] consiste, según he dicho tantas veces, en estandardizar a los hombres para poder estandardizar las mercancías”.
La mirada de Camba va más allá y vislumbra nuestro siglo XXI:
“Se hacen, por lo tanto, máquinas cada vez más inteligentes y se fundan Universidades cuya misión principal consiste en rebajar la inteligencia de los hombres. Máquinas humanas y ciudadanos mecánicos. Robots que parecen personas y personas que parecen Robots.
"Y esto no es nada todavía. Dentro de poco empezarán a manifestarse las generaciones de serie, producto de la eugenesia; generaciones en las que nadie será más alto ni bajo, guapo ni feo, tonto ni listo, moreno ni rubio, ni bueno ni malo. La eugenesia es algo así como el fordismo aplicado a la reproducción de la especie. Es, como si dijéramos, la reproducción en masa. Su objeto principal en América consiste en estandardizar a la Humanidad supeditando la Naturaleza a los intereses del Estado, y es indudable que no tardará mucho tiempo en conseguirlo por completo”.
Camba escribe -volvemos a recordarlo- en los años 30. Las consideraciones que teje Camba sobre la “técnica” (él se refiere a ella como “mecanización” y “automatización”) solo pueden relacionarse con la meditación que por esos años están realizando en Alemania algunos de los grandes pensadores de la Revolución Conservadora, como Martin Heidegger o Ernst Jünger. En España la percepción que se tenía sobre la técnica era bien distinta: basta leer a Ortega y Gasset o a Xavier Zubiri y veremos que los filósofos españoles tenían un concepto demasiado benevolente hacia el fenómeno de la tecnificación creciente del mundo. Es más que probable que Camba haya leído a Spengler, a Heidegger y a Jünger; pero no hace falta especular sobre las lecturas de Camba para admitir que el ambiente de la época estaba preñado de estas ideas que tomaron forma en películas como “Metrópolis” de Fritz Lang o “Tiempos modernos” de Charles Chaplin.
 “La ciudad automática” es un libro poliédrico que se lee sin poder evitar una risa cómplice por el inteligente humor de su autor. Bastaría leer “La ciudad automática” para empezar a valorar en justicia a uno de los escritores españoles del siglo XX que reúne mundología, inteligencia y estilo propio y que, por ese inveterado complejo de inferioridad tan ibérico, por ese desdén en el que se entremezclan la envidia y la ignorancia, por el esnobismo de los que sólo ven “inteligente” y de buen tono leer a los extraños… Ocurre que Camba es uno de nuestros grandes desconocidos.
Y cuando digo a los extraños, todo el mundo que me lee sabe a los que me refiero. Pero, quien no lo sepa después de leerme, puede aplicarse lo que Julio Camba dice lapidariamente:
“El escritor que se dirige a la inteligencia de los lectores, fracciona y reduce su público ipso facto, porque la inteligencia tiene formas muy diversas, y porque sólo la estupidez posee siempre un carácter uniforme. Hay muchas maneras de entender las cosas, y sólo hay una de no entenderlas”.
 *Todas las citas entrecomilladas son pasajes de “La ciudad automática”, de Julio Camba. Edición de la Colección Austral, Espasa-Calpe Argentina S. A., 1942.

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