RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

martes, 11 de agosto de 2015

SOBRE UN ARTÍCULO DE FRANCISCO CANALS VIDAL

Francisco Canals Vidal

LAS CLAVES DE LOS NACIONALISMOS CENTRÍFUGOS


Manuel Fernández Espinosa





 
Ayer teníamos la ocasión de leer un interesante artículo que era rescatado por SOMATEMPS de la hemeroteca, artículo titulado "Dostoyevski y los nacionalismos hispánicos" (ver enlace) y cuyo autor era D. Francisco Canals Vidal (1922-2009).
 
El autor es una de las eminencias de nuestro pensamiento del siglo XX y el artículo original veía la luz el jueves 22 de septiembre de 1983 en "La Vanguardia", siendo publicado ayer 10 de agosto de 2015 por SOMATEMPS. El artículo trata de ser una reflexión sobre el "misterio profundo" que subyace en los nacionalismos centrífugos, especialmente considerados el vasco y el catalán. Se muestra interesante cuando sondea el origen de ambos señalando el fondo atávico de un "tradicionalismo" ancestral, sin embargo su punto de partida nos parece más que discutible y lo vamos a poner en cuestión con el máximo respeto que nos merece D. Francisco Canals, por lo que será oportuno tener presente que su artículo se ajustaba a lo que era un artículo de opinión, lo que hace disculpable de antemano que no pudiera desarrollarse de un modo más exhaustivo. Dicho esto, vayamos al punto de partida con el que no estamos de acuerdo y trataremos de razonar nuestra discrepancia. 
 
"Mi reflexión -escribía Canals Vidal- parte de la manifiesta singularidad. extrañamente silenciada, de la historia de estos pueblos: secularmente aferrados a sus «leyes viejas» y a sus tradiciones y que vivieron más alejados que otros pueblos hispánicos de las corrientes culturales que han caracterizado a la Europa moderna: el Renacimiento, el racionalismo, la ilustración, el liberalismo de la Revolución francesa."
 
Vamos a verlo:
 
1º Canals comete el inveterado error de enfoque que más tarde será recurrentemente sostenido por la historiografía oficialista, a saber: que esa actitud de arraigo a las tradiciones que cuajó en el carlismo del siglo XIX fue algo así como exclusiva de los vascos y de los catalanes. Desde 1998 en que nos aplicamos a investigar el fenómeno del carlismo andaluz al hilo del caso de nuestro paisano D. Miguel Sancho Gómez Damas (5 de junio de 1785 - 11 de junio de 1864) lo que nuestra labor ha logrado es poner de manifiesto que el carlismo fue un fenómeno más extendido de lo que esta percepción tan localizada mantiene. Y a lo largo de muchos artículos en estos años hemos dejado constancia de que el carlismo no fue un fenómeno restringido a ciertas zonas septentrionales de España, sino que fue un fenómeno que afectó a la totalidad de España. No fueron las provincias vascongadas y Cataluña las únicas regiones carlistas, sino que Andalucía, Castilla, La Mancha, Extremadura, etcétera también tuvieron un fuerte arraigo carlista, por lo que la "singularidad" que nota D. Francisco Canals no puede pretenderse exclusiva de Euskalherría o Cataluña. Esto que decimos no deja de reconocer que el esfuerzo de guerra estuvo concentrado geográficamente en Cataluña y Euskalherría, con el conseguiente desgaste material y moral sobre las poblaciones que las habitaban. En nuestro artículo "Tribulaciones del carlismo en camino a su reintegración" lo decíamos: "Es cierto que, con el inicio de la Guerra de los Siete Años, los leales a Carlos María Isidro, por razones geográficas y militares, se concentrarían en ciertas zonas vasconas, catalanas y valencianas y en estas tierras el conflicto se recrudecería, suponiendo un altísimo coste en vidas y hacienas para las poblaciones autóctonas de esos territorios, los más afectados" (NIHIL OBSTAT, nº 24). Pero otra cosa es tomar la parte por el todo.
 
2º Sostiene Canals que Cataluña y Vascongadas son pueblos "que vivieron más alejados que otros pueblos hispánicos de las corrientes culturales que han caracterizado a la Europa moderna: el Renacimiento, el racionalismo, la ilustración, el liberalismo de la Revolución francesa." Si entendemos por pueblo exclusivamente a la población rural compuesta por campesinos, el baserritarra vasco o el payés catalán no estarían más alejados de las novedades que lo estaban un horticultor valenciano o un jornalero andaluz. En el siglo XVIII, cuando los ilustrados españoles querían imponer nuevos métodos en la agricultura peninsular, el refrán que cundía por toda España era uno la mar de expresivo:


"Ara hondo, cava profundo, echa basura
y cágate en los libros de agricultura". 


Si atendemos a las elites catalanas y vascas podríamos decir incluso que fueron más receptivas que las de otras regiones a la penetración de modas culturales e ideológicas. Veámoslo con ejemplos elocuentes: Juan Boscán (Barcelona, 1492 - Perpiñán, 21 de septiembre de 1542) fue, con Garcilaso de la Vega, uno de los principales introductores del renacimiento italiano, importando la métrica italianizante contra la que reaccionaba el mirobrigense Cristóbal de Castillejo (Ciudad Rodrigo, 1490 - Viena, 1550) con una virulenta campaña a favor de la métrica castellana, patentizada en muchos de sus versos, de los cuales podemos escoger estos:
 
 
Bien se pueden castigar
A cuenta de anabaptistas,
Pues por ley particular
Se tornan a baptizar
Y se llaman petrarquistas.
Han renegado la fee
De las trovas castellanas,
Y tras las italianas
Se pierden, diciendo que
Son más ricas y loçanas,
 
La Ilustración europea penetró en España de la mano de los "Caballeritos de Azcoitia", con Xavier María de Munibe, Conde de Peñaflorida, José María de Eguía y Manuel Ignacio de Altuna que en 1763 presentaron el plan de lo que sería la Real Sociedad Bascongada de Amigos del País, aprobada en 1765, entidad que fue el paradigma de las Reales Sociedades Económicas de Amigos del País que se extendieron por toda España.
 
Sostener que Cataluña y las Provincias Vascongadas fueron algo así como zonas impermeables a cualquier europeísmo es un mito. La misma posición geográfica que ocupan, lindera con Francia y abiertas en sus puertos (Bilbao o Barcelona) las hacen ser precisamente todo lo contrario. Cataluña ha sido siempre uno de los territorios más receptivos a las modas filosóficas extranjeras: baste pensar la influencia del pensamiento escocés en el pensamiento catalán del siglo XIX que, como afirmaba Francisco Mirabent: "En Cataluña han sido las tendencias filosóficas de Martí de Eixalá y de Francisco Javier Llorens, en las que se encuentran los mejores rasgos de nuestra constitución espiritual: el tino (seny) y el sentido de la realidad [...] Esta escuela y el nombre de Balmes dan a Cataluña una dignidad y eficacia filosóficas." Esto será una constante que, pasando por Eugenio d'Ors, llegará hasta los círculos intelectuales de la burguesía barcelonesa en plena época franquista. Y en Vascongadas, sin el puerto de Bilbao no se entiende que Miguel de Unamuno pudiera ser uno de los primeros europeos que leyera al danés Søren Aabye Kierkegaard. Y sin que nos detengamos mucho más, digamos que no sólo fueron modas intelectuales, sino también políticas: merece recordar que el anarquismo entró en la Península Ibérica por Cataluña.
 
El punto de partida del artículo de D. Francisco Canals que comentamos acusa como vemos dos tópicos difícilmente aceptables. La "singularidad" que halla el pensador en Vascongadas y Cataluña como fundamento subyacente que explicaría el nacimiento de sus respectivos nacionalismos no estaría en su "tradicionalismo" ancestral, una de cuyas expresiones sería la presunta impermeabilidad refractaria a las novedades europeas (que no creemos que fueran más pronunciadas en estas regiones que en las del resto de España, dependiendo del sector social al que atendamos), sino que habría que buscarla en otros factores que intervienen (soslayados): creemos que sería más acertado irlas a buscar en el romanticismo (no hay nacionalismo sin romanticismo) y en el hecho -muchas veces llamado "diferencial"- de contar respectivamente con su propio idioma: uno, con el prestigio de la antigüedad literaria y el otro, el vasco, con el prestigio de lo arcaico. 
 
Los nacionalismos catalán y vasco, surgidos en la segunda mitad del siglo XIX, no encuentran su razón de ser en el tradicionalismo que habían abrazado vascos y catalanes y por el que habían derramado su sangre en las guerras carlistas. Esto es uno de los errores que difunden los publicistas liberales como Federico Jiménez Losantos, César Vidal o Arturo Pérez-Reverte y es totalmente falso.
 
El fenómeno del nacionalismo centrífugo vasco y catalán hay que entenderlos cabalmente como productos de la modernidad revolucionaria que tiene esa capacidad de poner las cosas del revés, como bien percibió el escritor cubano Guillermo Cabrera Infante cuando, tras años de ausencia, se reencontró con la Cuba castrista:
 
"Al encontrarse él con lo que Lisardo Otero llamaría la realidad revolucionaria sintió agudamente la extrañeza: estaba en su país pero de alguna manera su país ya no era su país: una mutación imperceptible había cambiado las gentes y las cosas por sus semejantes al revés: ahí estaban todos pero ellos no eran ellos, Cuba no era Cuba".
 
Guillermo Cabrera Infante, "Mapa dibujado por un espía".
 
Y aquí sí, Francisco Canals ofrece en su artículo comentado una pista que merece seguirse, cifrada en la frase de Dostoyevski que sirve a nuestro autor para tratar de comprender el fenómeno nacionalista. Los nacionalistas, viene a decir Canals, vendrían a protestar contra la España moderna, liberal y centralista, en virtud de lo que Dostoyevski revela en el caso ruso: "Esa protesta ha sido siempre inconsciente; el alma rusa protesta inconscientemente en nombre de su cultura auténtica, original, propia y reprimida."
 
  

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