RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

viernes, 4 de noviembre de 2016

FERNANDO VILLALÓN, EL TRADICIONALISTA DE LA ATLÁNTIDA

Fernando Villalón, a caballo y con la garrocha


MAGIA, TOROS Y POESÍA... HETERODOXIA Y TRADICIÓN EN FERNANDO VILLALÓN

Manuel Fernández Espinosa


La vida de Fernando Villalón podría constituir por sí misma un voluminoso anecdotario que daría cuenta de su genio y figura; para unos, Villalón sería un aristócrata ganadero y atrabiliario que, como Rafael Alberti nos recuerda, entre otras muchas anécdotas: "Se decía que su ideal como ganadero de reses bravas se cifraba en obtener un tipo de toro de lidia que tuviera los ojos verdes". Para su servidumbre y para todos en general era hombre llano, generoso si no pecara de manirroto, castizo, poeta brujo que presumía de lanzar maldiciones que secaban ríos y zahorí mágico de óleos de Murillo que, según afirmaba, era capaz de detectar bajo la costra, más que pátina, del tiempo, gastándose los cuartos en cuadros de dudosa autenticidad. Teósofo, ocultista, conde y ricohombre que dilapidó su hacienda, negado para los estudios y para la vida de la alta sociedad para la que su origen noble parecía reclamarle y que, como le hizo a los estudios de Derecho, burló de un capotazo con arte torero. Sin duda, Fernando hubiera sido en Atenas un filósofo, a medio camino de Sócrates y de Diógenes el Cínico. Pero muchas veces, así ha sido, toda la vida mágica (en todos los sentidos) de Villalón nos ha escamoteado su poesía.

Nació nuestro poeta, el 31 de mayo de 1881, en la misma casa donde pasaría a mejor vida Santa Ángela de la Cruz, una de las santas más populares de Sevilla, hijo de D. Andrés Villalón-Daoiz y Torres de Navarra y doña Ana Halcón y Sáenz de Tejada, bautizado como Fernando Villalón-Daoíz y Halcón y, como mayorazgo de su casa, sería el VIII Conde de Miraflores de los Ángeles (título primoroso que no podía ser más poético para alguien como él). Fue criado amorosamente por sus padres (de lo cual es señal el diario que todavía se conserva y que fue escribiendo su padre, relatando los pormenores de la más tierna infancia de Fernando hasta que éste cumplió los tres años), se crió rodeado de criados afectos casi familiares que le transmitieron toda la sabiduría como la superstición y el sentido mágico que el pueblo humilde sevillano conservaba con mayor eficacia que las clases ilustradas. Con el tiempo se haría asiduo de la Rama Fraternidad de la Sociedad Teosófica y, por si fuese poco, enamorado de Concepción Ramos Ruiz, mujer de clase humilde, conviviría con ella hasta su muerte sin casarse nunca, todo estos escándalos le costarían la excomunión de varios obispos y que se le cerrarán las puertas de la Real Maestranza de Caballería. Pero, una vez presentado sucintamente el personaje, vayamos a su obra poética. 

Villalón compaginó su vida ganadera con las juergas, la teosofía, la tauromaquia, el espiritismo y la poesía. Parece que empieza a escribir en 1918 (digo parece, pues siempre puede darnos sorpresas la obra todavía desconocida de un poeta como Villalón); siempre combinará magistralmente la musa popular y castiza con la más culta o vanguardista; de Villalón son aquellos versos que, bien escogidos de su "Diligencia de Carmona", popularizaría la canción "Siete Bandoleros bajan" de Antonio Salazar Barrull, más conocido como "El Zíngaro"; pero Villalón no podía reducirse a la poesía popular, por eso también explora las posibilidades del vanguardismo, como las que ofrece el ultraísmo que nació al calor de las tertulias itinerantes del gran traductor Rafael Cansinos Assens.  

En mayo de de 1926 había escrito "Taurofilia racial" que es toda una apología de la tauromaquia y, como no lo he podido leer, recurriré a la síntesis que ofrece Alejandro G. García sobre este libro: "En pocas líneas Villalón [en este libro] condensa los principales equívocos que han convertido el mantenimiento de las corridas de toros en un asunto no ya de gustos o sensibilidad sino metafísico, espiritual y patriótico, conceptos que los tradicionalistas colocan por encima de la voluntad democrática, pues afecta, a su juicio, a algo más importante; los raigones de su mitología" (artículo de este autor, "Taurofilia racial", publicado en el ABC de Sevilla, 29-7-2010). El tema taurino sería una constante en Villalón, dada su predilección por la ganadería que era su modo de vida, es por ello que, según Alberti: "Se proponía escribir por aquel tiempo una especie de historia de la tauromaquia, que titularía: "De Geryón a Belmonte", pues afirmaba, con cierta gracia y razón, que el primer torero conocido era Hércules, robador de los toros bravos del rey mítico de Tartessos".

Villalón edita revistas, como "Papel de Aleluyas", con su íntimo amigo Adriano del Valle y también escribe en las revistas de poesía que bullen en aquellos años 20, cuando se va cuajando la que luego sería llamada, por ello mismo, "Generación del 27"; generación a la que Villalón pudiera pertenecer con todo derecho, si no hubiera sido por quedar su producción poética tan arrinconada por la posteridad. Pero de sus libros, el que me parece logrado por su autor hasta hacerle merecedor de pasar a la historia de nuestra literatura, es "La Toríada", del año 1928. En ésta obra maestra está quintaesenciado Villalón: el mundo de los toros, todo su esoterismo plasmado en silvas gongorinas que lo mismo recurren a impactantes imágenes populares que a las más cultas filigranas de un barroquismo siglo XX, el esoterismo y la autoctonía racial que fue su constante vital: tradicionalista pudiéramos llamarle a éste heterodoxo, si el tradicionalismo llegara a los más remotos tiempos de la Atlántida. En febrero de 1928 escribía nuestro poeta a su gran amigo, el poeta Mauricio Bacarisse, primo del compositor Salvador Bacarisse: "Estoy pasando la época más triste de mi vida. Así, de toda mi vida. Ni tengo ganas, ni aptitud para nada. El día se me va de las manos en cuatro fruslerías (...). Pronto recibirás mi nuevo parto La Tauromaquia (Poema en silva de 580 versos)".

El poemario vería la luz titulándose, no "La Tauromaquia", sino "La Toríada", con reminiscencias homéricas. Se apuntan algunas fuentes como serían Rubén Darío, Salvador Rueda o Felipe Cortines Murube con "El poema de los toros" de 1910. Pero Villalón que había leído a estos poetas (a los que sin duda apreciaba), tenía un mundo dentro de sí que se hizo patente en "La Toríada" con elementos muy propios.

La elección de la silva (serie métrica que combina endecasílabos y heptasílabos y con rima asonante) como estrofa para su gran poema heróico no fue al albur: recuérdese que un año antes de darse a la estampa "La Toríada", el 17 de diciembre de 1927, un puñado de los poetas de la Generación del 27 (no todos) se reunieron en el Ateneo de Sevilla para conmemorar el III Centenario de D. Luis de Góngora que, con sus "Soledades", había elevado la silva a estrofa que preferirían todos los culteranos. Los escenarios que Villalón nos pinta en "La Toríada" no podían encontrar mejor estrofa que la silva, por ajustarse ésta a los cánones de la poesía de tema campestre. Pero, el mismo tema que desarrolla, a horcajadas de lo mítico y lo heróico, también cumplía con el sentido "revolucionario" que a la silva le había dado el mismo Góngora y por lo que tan denostado fue. El lenguaje culterano y barroquizante que Villalón despliega en este poema se adapta muy a propósito también a los sentidos esotéricos que nuestro poeta "oculta" en "La Toríada".

"La Toríada" abre evocando el paisaje de las dehesas y las marismas: 

"Llanuras sin confín, lagos de plata
rizados por los vientos marineros;
horizonte soldado con luceros
a la bruma de ocasos escarlata.

Soledad marismeña, serenata
de silencio dormido en los esteros;
una cuerda de cisnes viajeros,
al cielo con la tierra, en plumas ata."

Se nos pinta, con una imaginería riquísima, el bufar del toro, los latigazos de su rabo, el afilamiento de sus cuernos, las embestidas y los movimientos ecuestres de los garrochistas (centauros, para Villalón) que hacen la redada de los toros bizarros destinados a la lidia. 

Pudiéramos decir que el corazón de "La Toríada" reside en el trágico diálogo que mantiene el coro de los toros bravos (bicornios), una vez apresados por los garrochistas, con el coro de los toros mansos (Eunucos). Villalón se sirve de este poético rifirrafe entre toros de lidia y toros mansos para ofrecernos lo que pudiéramos llamar una doble dialéctica (creadora y destructora) que el gran hierofante nos muestra en su poema:

-En el plano subyacente de este diálogo de toros bravos y toros mansos, está la lucha entre el ganadero (híbrido de hombre y caballo: "centauro") y el toro, animal totémico que puede ser considerado ctónico y autóctono (hijos de Gerión), solar (combatiente que no se deja domar y quiere vivir libre sobre sus campos y bajo su cielo) y lunar (que ha renunciado a la lucha, para seguir existiendo bajo la férula del hombre y a costa de la pérdida de sus propios testículos). Recordando lo que Alberti nos contaba y que más arriba citábamos, podemos decir que el hombre tiene en el Hércules que roba los toros de Gerión al "proto-torero".

-En un primer plano, más explícito, lo que en el diálogo de "Bicornios" y "Eunucos" encontramos es la imposibilidad de entenderse los toros de raza y los toros templados por la domesticación, lo que supone la lucha entre el principio viril, marcial y heróico, cifrado en los "Bicornios", y su opuesto irreconciliable: el desvirilizado, afeminado, burgués y pacífico. Es elocuente que los "Bicornios" cierren cada uno de sus parlamentos con los versos:

"¡Oh padre Gerión, que no vasallos
seamos de los hombres y caballos".

Mientras que los "Eunucos" les exhortan a la obediencia y la resignación, afeándoles su bravura, abriendo siempre sus amonestaciones con los versos:

"¡Toros de atlante fatuos y cerriles..."

Y cerrándolos con:

"...Al kármico destino
entregarse, y seguid vuestro camino".

Por su parte, los "Bicornios" no deponen su bravura de casta, llamándoles a los mansos:

"Pecheros viles del ingenio humano,
que el hombre, con su arte,
vasallos de Mercurio y no de Marte
-unciendo vuestras astas con sus manos-,
hizo, a despecho de viril despojo;
cultura por sonrojo,
letras por humillada frente uncida,
no trocará la atlante taura gente...".

Quedan, pues, bien diferenciados los contrarios: la masculinidad y marcialidad (Marte) de los toros raciales para la lidia y la desvirilización ("a despecho de viril despojo") de los toros domesticados (por el ingenio, la cultura y el arte humanos) que son tributarios de Mercurio, dios del comercio y los burgueses pacíficos. Son una misma raza en su origen zoológico, pero en los toros bravos se ha conservado, pura y sagrada, su masculinidad genesíaca, mientras que en los cabestros, ésta ha sido eliminada por la mano del hombre, desvirtuándolos, dejándolos impuros y profanados, como castrados (desvirilizados). 

El misterio que subyace en el mundo del toro está íntimamente ligado a las fuerzas primigenias de la creación, la sexualidad y la muerte. De ahí que en el toro se viera como un poder sagrado y mágico, a cuya proximidad podía hasta curarse la homosexualidad; así lo pone de relieve la antigua leyenda del obispo Ataúlfo que, hallado en pecado nefando, fue arrojado a un toro con el propósito... No de castigar la sodomía del obispo Ataúlfo, tampoco de probar -a manera de ordalía- su homosexualidad (pues se infiere de los relatos medievales que bien se sabía), sino que lo echaron al toro para que, al contacto con el animal fecundador y virilizador, el obispo pudiera quedar librado de su bujarronería. A Villalón también lo asiste la arqueología cuando atribuye a Marte el "patronazgo" de los toros de lidia: ya lo afirmaba Diodoro y, ha sido cumplidamente refrendado por la arqueología ibérica, que el Marte hispánico es un Marte Taurino, lo cual pone una nota singular que no se halla en todos los cultos relativos al toro: España sigue siendo diferente.

Al final de "La Toríada" el "Centauro" (no dudemos que es el mismo Villalón, metamorfoseado poéticamente en Centauro) eleva la voz para lamentar la destrucción del mundo ganadero que sucumbe bajo el implacable avance triunfal de la agricultura y la urbanización.

"Perseguidos los hijos de los ríos,
los del lago, y los monteríos,
por la surcante Diosa Agricultura;
sus siervos depilando la espesura
del monte esbelto y del lacustre llano,
nuestros reinos cercena
-dijo el centauro-, y su ansiosa mano
a la intrincada selva nos condena".

Van arrasándose las formas tradicionales de vida ganadera y hasta las Ninfas -el mundo mítico- huyen de nuestro mundo, mientras las máquinas lo invaden: los tractores de vapor (que fue los que conoció Villalón) empiezan a roturar la gleba, los aviones en el cielo...

"Dioses recientes en la Tierra reinan,
por gigantescos monstruos defendidos,
de acero, uñas, y de gasolina
alas y ruedas, que veloces peinan
el aire..."

La naturaleza va siendo colonizada por el hombre y su razón que imponen a la libertad originaria trabas y un orden geométrico, como ocurre en el monocultivo olivarero; así los acebuches aislados desaparecen, y ya todos los olivares son filas de olivos:

"Aquél que en la corona
del risco alzaba sus nudosos brazos,
-acebuche indomable-, entre los lazos
de su ingenio cayó; triste y cautivo
-en fila india-, por el puerto asoma 
esclavo y culto olivo."

El poema termina con la que dijéramos elegía por un mundo que parece eclipsarse: el selvático y elemental, el primordial y mítico, o... tal vez no se eclipsa, sino que fenece. 

"La Toríada" es, sin duda, un gran poema, complejo, no apto para todos los públicos, difícil de comprender si no se poseen las claves mitológicas y esotéricas para franquear las puertas de esas palabras que, en su conjunto armónico, contienen la sabiduría poética, taurina y atlántida de Villalón. Villalón sabía como ningún otro de su generación de estos profundos arcanos del Toro: su vida giraba alrededor del Toro y sus conocimientos esotéricos le brindaron todas las claves necesarias para hacer un magno poema como es "La Toríada", obra por la que merecería más fama como poeta que por esas anécdotas de su vida que tanto hemos reído quienes las conocemos.

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