RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 25 de julio de 2013

DEL ÁFRICA ESPAÑOLA



El presente artículo fue publicado en la "Revista Cultural Órdago de Torredonjimeno", en el  año 2008. Seis años antes, en el 2002, los militares marroquíes invadieron con armas y soldados, la tierra española sin mediar provocación alguna por parte de las autoridades de España. Ese atentado a la soberanía nacional pasó a la Historia como: “El incidente de la Isla Perejil”. Desde esa fecha, la radicalización de las políticas marroquíes para con el pueblo Español, han ido creciendo, pasando a ser agresivas e irracionales y llegando incluso a poner en peligro la estabilidad de la zona.

Con los presentes artículos tratamos de establecer una visión general del panorama hispano-marroquí, dejando de forma clara y concisa, la falta de legitimidad histórica del pueblo marroquí a la hora de reclamar como suyos, los territorios de Ceuta, Melilla, o incluso el Sahara.  


"Uniforme de los soldados españoles durante la campaña de 1859-1860"


España durante la campaña militar de Marruecos: 1859-1860


España escudo de Europa.
            La península Ibérica es la zona más occidental de Europa, y se encuentra separada del continente Africano por el Estrecho de Gibraltar, puerta natural que han utilizado desde la antigüedad las invasiones norteafricanas para penetrar en la península Ibérica  e intentar la conquista del continente europeo.  En los tempranos años 171 o 172 d. C. Durante el reinado de Marco Aurelio, ya hay constancia de fuertes invasiones por parte de tribus “mauris” (moras) que asolaban la Bética: “en una expedición cuyo objetivo era la consecución de botín”. Comenta el historiador F. J. Sanz Huesa al hablarnos sobre esas invasiones. (1) El problema se solucionaría años más tarde bajo el emperador Diocleciano al reformarse las provincias Hispanas e incluir una provincia más en el norte de África, la Tingitania, que evitase fuertes invasiones como las anteriores.

            En los albores del siglo VII d. C. España era gobernada por los reyes visigodos que, por razones de credo religioso y de sucesión electiva, estaban enfrentados entre partidos. Es el rey Recaredo el primero en convertirse al cristianismo abjurando de la herejía arriana (2) hecho que causó una agudización de las diferencias con sus adversarios, los cuales también pretendían ostentar la corona de “Rex Visigothorum”. Los visigodos que no aceptaron el catolicismo, los arrianos, veían en la nueva forma de religión africana, el “Islam” (vocablo que en árabe significa “sumisión”), muchos parecidos con su herejía, por lo que no dudaron en aceptar a los musulmanes como aliados para derrotar a los católicos, con la finalidad de obtener tierras y dominios. Pactada la traición, en el año 711, en las inmediaciones del río Guadalete, se enfrentaron los ejércitos cristiano y árabe. D. Rodrigo, rey visigodo convertido al catolicismo, traicionado por sus ambiciosos adláteres, es derrotado y muerto en la batalla. Los árabes acceden a la península, y lejos de contentarse con el botín pactado, traicionan a sus aliados para penetrar más adentro en los reinos peninsulares y ocupar por la fuerza la España visigoda.

            Los traidores que abrieron las puertas a los árabes facilitándoles la entrada a la península Ibérica no sabían el tiempo y sangre que costaría tamaña traición. Durante casi ocho siglos, los árabes campearán por Hispania haciendo de ella un territorio sometido a su voluntad. Diferentes reyes cristianos empezarán una labor de reconquista que culminará con la liberación de España de los árabes en 1492 de la mano de los Reyes Católicos con la toma de Granada, último reducto islámico en la península y de la Europa cristiana.
            El Islam jamás perdonará a España y a los españoles ese hecho, ya que hemos sido el único pueblo de Europa que, después de un sometimiento al Islam de siete siglos, no sólo no lo




"Mauris. Moros en la Tingitania española"

 
aceptamos como religión, sino que fuimos capaces de expulsarlos de la tierra que habían ocupado por la fuerza y devolverlos al continente africano.
            La política de los reyes venideros será la de establecer una frontera natural en el norte de África, la Tingitania que actualmente se conoce como el Magreb, que evitase posibles acometidas o invasiones en el futuro.

La Campaña de Marruecos

            Desde antiguo los enfrentamientos entre españoles y marroquíes han sido una constante. En 1859, tiene lugar la “Campaña Militar de Marruecos”. Como indica el escritor César Alcalá en su obra (3) sobre la campaña de 1859: “O´Donnell estaba esperanzado. Creía que el bienestar económico y la campaña de Marruecos devolverían a los españoles aquel aliento de patriotismo, perdido desde hacía tiempo y todo volvería a la tan deseada normalidad”. (4) Lo cierto es que no sirvió totalmente para los propósitos deseados, y lo que fue una victoria militar, con el paso del tiempo sería una brecha que desangraría a la juventud española encuadrada en el ejército sin remedio.
            El pretexto utilizado por el ejército español para entrar en guerra con Marruecos, fue el siguiente.
            El gobernador de Ceuta de aquella época, el Sr. Gómez Pulido, inició la construcción de un cuerpo de guardia fortificado que sirviese de defensa a la ciudad por ese lado, pero fuera de las murallas, esto es en terreno neutral. Los marroquíes consideraron que se estaba edificando en terreno que les pertenecía según el tratado anteriormente firmado entre ambos países. Como consecuencia, las obras que se realizaban por la mañana eran destruidas por la noche a manos de los marroquíes. La tensión llegó a tal punto, que un día los marroquíes destruyeron la piedra que delimitaba la frontera con aquel país, cebándose con el escudo de armas que representaba a la nación española.
            El ultraje al escudo de armas, en una sociedad decimonónica donde los valores y el sentido del honor estaban muy presentes no podía quedar sin contestación. Se solicitó al rey marroquí que restituyese el honor de los españoles mediante una serie de actuaciones, más con el ánimo de guardar las apariencias que de agigantar un suceso intrascendente. Pero no se llegó a ningún acuerdo positivo por ninguna de las partes, salvo excitar el ánimo de los marroquíes en su afán de venganza. Así las cosas, se utilizó dicho pretexto para comenzar una guerra contra los moros que sería conocida como la “Campaña de Marruecos” que se desarrolló entre los años 1859 y 1860, la cual tenía entre otras finalidades la delimitación del territorio español de forma clara.
            El comienzo de las hostilidades fue el 24 de octubre de 1859, y uno de los testigos privilegiados de aquellas luchas fue sin lugar a dudas el escritor D. Pedro Antonio de Alarcón, que tuvo el honor de participar en aquella contienda y dejar reflejadas sus impresiones en sus libros y novelas.(5)
Las luchas contra los moros se sucedieron con una crueldad inusitada. Las atrocidades a las que se sometían los ejércitos en combate eran terribles. Los españoles además de los rigores del clima y el territorio adverso, debían luchar con un enemigo mucho más cruel e invisible: el cólera; la falta de agua y la escasez de higiene harían más estragos entre los españoles que las balas que nos causaba la morisma (6). Al respecto de la crueldad practicada por los marroquíes en el combate nos comenta el escritor de Guadix lo ocurrido en una de las múltiples escaramuzas en las que participó: “ ...Vengando así la suerte que había cabido a algunos soldados españoles, a quienes los bárbaros y crueles marroquíes habían degollado y puesto en cruz, como escarnio




"D. Leopoldo O´Donnell y Jorris, mando supremo de las tropas españolas durante la guerra de África, gracias a la victoria en Marruecos obtuvo el título de duque de Tetuán"

 

hecho a Jesucristo”(7). Sucesos similares y atrocidades mucho peores serían una constante durante toda la “Campaña de Marruecos”. La brutalidad y crueldad no cesarán por parte de los moros. Esas prácticas perdurarán años después con la contienda de la Guerra de África, donde millares de soldados españoles morirán en las más crueles torturas inimaginables para las sociedades civilizadas.
Así las cosas no es de extrañar que el 18 de noviembre Leopoldo O´Donnell después de pasar revista a las tropas españolas en el puerto de Santa María les arengase de esta manera: “Soldados : Vamos a cumplir una noble y gloriosa misión. El pabellón español ha sido ultrajado por los marroquíes; la Reina y la patria confían a vuestro valor el hacer conocer a ese pueblo semi-bárbaro que ofende impunemente a la nación española”. (...) “Soldados: mostraros dignos de la confianza de la Reina y de la patria haciendo ver a la Europa que os mira, que el soldado español es hoy lo que ha sido siempre cuando ha tenido que defender el trono de sus reyes, la independencia de su patria o vengar las injurias hechas a la honra nacional...”(8)
Los combates se sucedieron en los días siguientes con desigual fortuna para ambos bandos. Pero al final, las armas españolas se terminaron imponiendo a los africanos, obteniendo notorias victorias en el campo de batalla. El ejemplo de los batallones vascos y catalanes fue singularmente heroico, como bien refleja el autor Pedro Antonio de Alarcón en sus “Diarios
El objetivo que se pretendía con la entrada en guerra con Maruecos tuvo su éxito relativo. En la Península las disensiones políticas de aquellos dos años cruciales fueron mitigadas por los sucesos de la “Campaña de Marruecos” El desembarco en la península de Montemolín, partidario de la facción carlista, fracasó, así como el intento del republicano Sixto Cámara de levantar en armas las guarniciones para forzar un golpe de estado. La bonanza económica obtenida con los ingresos que el ferrocarril estaba obteniendo como símbolo del progreso hacía que los españoles se las vieran muy felices en aquellos años, si no fuera porque más allá de las fronteras peninsulares, muchos soldados españoles dejarían su sangre y su vida y no regresarían jamás a sus hogares.
El final de la guerra fue firmado en una tienda de campaña entre O´Donnell y Mulay-el-Abbas, el 25 de marzo de 1860. En dicho tratado se ratifica la cesión a perpetuidad de una serie de territorios norteafricanos a favor de España, incluyendo la ampliación de las fronteras melillense y ceutí, junto con el pago de una indemnización como gastos de guerra. El éxito de aquella campaña sería, como se verá más adelante, relativo. Las hostilidades con las harcas marroquíes no cesarán, existiendo una prolongación larvada del conflicto, cuyas hostilidades culminarán con la nueva entrada en guerra pasados unos años.
Luis Gómez

NOTAS
(1) “Hispania Tardo romana y visigoda” Francisco Javier Sanz Huesa, Pág. 25 Ediciones Istmo 2007
(2) Ver el artículo de la revista Órdago n º 8, “Los godos una visión general”, Luis Gómez López, pp, 8 a10.
(3) La Campaña de Marruecos, 1859-1860”, César Alcalá, A. F. Editores de Historia Militar, 2005
(4) ibídem, p. 14
(5) Pedro Antonio de Alarcón reflejó sobre todo sus impresiones en su obra “Diario de un testigo de la Guerra de África
(6) Según César Alcalá en su obra, el total de muertos en África fu de 9034 hombres, de los cuales, 2888 lo fueron por la enfermedad del cólera, 786 lo fueron en el campo de batalla y otros 366 más lo hicieron a consecuencia de las heridas, Cit. César Alcalá, “La Campaña ...” pp. 164 y 165
(7) Pedro Antonio de Alarcón, “Diario de un testigo de la Guerra de África”, cit. De César Alcalá, “La Campaña de Marruecos, 1859-1860” p. 45.
(8) César Alcalá, Ibíd. p. 49

miércoles, 24 de julio de 2013

"LA AFIRMACIÓN ESPAÑOLA" DE JOSÉ MARÍA SALAVERRÍA (2ª PARTE)

D. José María Salaverría, ilustración rediseñada de la portada de uno de sus libros

ORÍGENES Y EFECTOS DEL PESIMISMO NIHILISTA DE LA GENERACIÓN DEL 98
 
Por Manuel Fernández Espinosa 
 
La Generación del 98 encontró la más frontal de las oposiciones en alguien que podría haber sido uno de sus miembros, que incluso –como el mismo Salaverría reconoció- estuvo muy cerca de ella, compartiendo durante un tiempo parecidas inquietudes. Prueba de ello es su relación epistolar con Miguel de Unamuno, que se mantuvo hasta que la conflagración europea abrió las trincheras en Europa y, en la España neutral, excavó una profunda sima entre los que se alinearon con Alemania (germanófilos) y los que se pusieron, como Unamuno, a favor de los aliados. Salaverría fue un germanófilo por entender que las naciones aliadas habían infligido, en el curso de la historia, más daño y humillaciones a España que los imperios centrales, aunque tampoco hemos de olvidar la formación de Salaverría que, aunque autodidáctica, se hizo al calor de la filosofía de Nietzsche.
 
Entre los escritores germanófilos españoles figurarían Jacinto Benavente, Pío Baroja, Carlos Arniches, Dámaso Alonso, Edgar Neville o Eugenio d’Ors. Cada uno de ellos podía esgrimir sus propias razones para militar a favor de la causa germana en la Gran Guerra. Salaverría visitó el escenario del conflicto, como hiciera Valle-Inclán o Blasco Ibáñez por la parte aliadófila. Por lo tanto, no cabe equivocar la germanofilia de Salaverría con una cómoda actitud de contertulio de casino, como eran la mayoría de germanófilos y aliadófilos españoles de aquellas calendas.
 
 
Pero el anatema que Salaverría lanza contra la Generación del 98 no puede simplificarse achacándola sin más a la discordia entre intelectuales españoles, a raíz del estallido de la Primera Guerra Mundial. En efecto, el conflicto bélico europeo escindió a la intelectualidad española, excitando los ánimos y llegando a producir en España una batalla, por más incruenta no menos vocinglera, en la que los unos cañoneaban a los otros con manifiestos, actos públicos de adhesión a los países predilectos según cada uno de los bandos en liza. La razón del enfrentamiento de Salaverría con la Generación del 98 hay que buscarla en la perniciosa acción desmoralizadora y desintegradora que se siguió del “tono negativo” y el “tono despectivo”, elemento propio de los noventayochistas. Pues la plañidera letanía de la decadencia, la contrita mueca ante la mugre, la indignada denuncia de la pus (temas en que se refocilaban los del 98) no había sido un mero ejercicio literario sin consecuencias en el espíritu de la nación española. Sus efectos habían sido nocivos para España.
 
 
“La afirmación española” se alza contra la Generación del 98 por hallarla culpable de haber fomentado los sentimientos más deplorables que incluyen el autodesprecio, la subestima nacional y el masoquismo moral, inyectados literariamente por los noventayochistas en el cuerpo de la nación española.
 
 
Pero, contestemos por partes, a estas preguntas con la respectiva respuesta que nos da el autor:
 
 
1.      ¿Puede localizarse el foco de este pesimismo invasor contra el que pugna Salaverría con un ardoroso espíritu patriótico?

 
2.      ¿Quiénes han sido los afectados de esta lacra que desmoraliza en el derrotismo a España?
 

 
1. El tono del 98 no es propiamente español, aunque los instrumentos sean de nacionalidad española. Recordemos que, según Salaverría, los noventayochistas son españoles que, por la razón que se quiera (egotismo, afán de notoriedad, snobismo…) han venido a desdeñar lo propio y que, aunque alegan amor patriótico, dan muestras de todo lo contrario: son extranjerizantes y lo que importan a España no es genuinamente español, sino que las más de las veces se muestra con franca hostilidad a lo hispano, patente o latentemente las modas, las ideas, los valoraciones que se injertan son de signo antiespañol. El origen de este pesimismo que se propala no es interior, aunque sus portadores y canales literarios sean indígenas.
 
 
La propaganda deletérea que intenta conquistar el alma de los españoles la encuentra Salaverría en el “judaísmo”:
 
 
“No se trata, pues, de un estado de ánimo puramente español; no es un tono estoico, a la española, ni un tono ascético de índole cristiana; el tono de esa literatura bladuzca y diminuta es un tono judaico, como el que puede privar en los ghettos de Varsovia, Francfort o Nueva York”.
 
 
El foco originario de ese pesimismo contraproducente que Salaverría descubre no es una simple intuición suya, tampoco podemos atribuirlo a un delirio conspiracionista del autor. Salaverría es gran conocedor de lo que hay tras las bambalinas del mundo editorial: los intereses que se barajaban tras las grandes cabeceras de la prensa mundial, el capital económico que sostiene a las grandes empresas de la comunicación de la época… No son un secreto para Salaverría. Salaverría acusa a la Generación del 98 de haber adoptado como suyos los temas propios que el judaísmo internacional difundía por doquier, infectando todo el tejido de la civilización: “antimilitarismo, antinacionalismo, internacionalismo, un positivismo filosófico refrendado por Remy de Gourmont*, un anarquismo aristocrático a lo Nietzsche, y en arte, el desenfreno del diletantismo” –escribe Salaverría.
 
 
Todas estas ideas-fuerzas que minaban la salud del cuerpo social de España, al igual que el del resto de pueblos civilizados, las localiza Salaverría en la prensa internacional, como, por ejemplo, el “Mercure de France”. El “Mercure de France” contaba con el lacayuno sometimiento del grueso de la intelectualidad española, que se agachaba reverentemente ante la última ventosidad de Gourmont, esa misma intelectualidad atiborrada de extranjerismo, desdeñosa de lo propio y fascinada por lo extraño.
 
 
“Remy de Gourmont parecía un verdadero pontífice. Y era, precisamente, la época en que el “Mercure de France” propagaba la esencia del judaísmo” -que, en palabras de Salaverría, se cifra en lo más arriba enunciado: antimilitarismo, antinacionalismo, internacionalismo, positivismo, anarquismo aristocrático y desenfreno artístico (pensemos en los primeros síntomas de lo que más tarde serían los –ismos artísticos, las vanguardias de entreguerras).


 
Remy de Gourmont
 
 

Cada uno de los hombres del 98, a juicio de Salaverría, ha sido a su manera, en mayor o menor escala, un canal de transmisión de esas ideas extrañas a España, ideas debilitantes, contrarias a la integridad y seguridad de la nación, enemigas de nuestra prosperidad, hostiles a su grandeza y promueven la merma de la autoestima española, agigantan los defectos nacionales, vician de pesimismo y derrotismo a los incautos lectores que se intoxican con esta literatura y le muestran como objetivo deseable de alcanzar el nivelarse con el resto de naciones “avanzadas”, ofreciéndole el cebo de un falso progreso que existiría en las demás naciones y que es imposible de hacerse viable en España si España no deja de ser España. Es así como estas tribunas de opinión, bajo la férula judaica, invitan a los españoles a desertar de su españolía, borrar el carácter propio y particular de su españolidad y, una vez suprimido el españolismo, emprender la aventura de “europeizarse”, mimetizarse, dejar de ser lo que es, terminar enajenándose.

La propaganda noventayochista ha insistido en presentar a España como un país atrasado y gangrenado, proponiéndole al pueblo español una apertura al exterior. Se ha insistido en que España (todavía se oye en el siglo XXI machaconamente) tendría que recuperar el tiempo perdido, el supuesto tiempo que hemos perdido desde que nos descolgamos de la modernidad, cuando nos apeamos del tren del progreso. Es la cantinela que culpa a nuestros siglos de oro de haber sido siglos de tinieblas, cuando estuvimos preservados de los errores que se fabricaban en Europa: como el protestantismo disolvente, la Ilustración, el enciclopedismo, el liberalismo, los socialismos... La misma cantinela de siempre, los inveterados tópicos que, a fuerza de repetidos, han sido asimilados por un desprevenido pueblo español que ha sido, mil veces, traicionado por su “inteliguentsia”: esa elite de pedantes que en todos los siglos (ilustrados, liberales, krausistas, socialistas...) tuvo como defecto el esnobismo que es esa vanidad que corrompe el gusto y la inteligencia. Pero mirar al exterior no trae mayor cuenta, afirma Salaverría (y él, recordémoslo, sí que ha viajado y hablaba con elementos de juicio):

“En España no existe más gangrena que en otros países. Todo eso del pus y la decomposición cadavérica, pertenece a una literatura anticuada; es un resto de la malsana labor que hicieron los impotentes del 98”.

En efecto, la situación del año 1917 no era, precisamente, la más ideónea para emitir un fallo favorable al camino que había recorrido Europa, desde la ruptura de la Cristiandad, por el protestantismo disolvente, pasando por las guerras de religión, los charcos sanguinolentos de las guillotinas jacobinas, las tremendas guerras napoleónicas, las revoluciones decimonónicas (liberales y nacionalistas)… Y, cuando escribía Salaverría, en el año 1917: ¿qué es de Europa? Esa Europa, la misma a la que los intelectuales españoles nos exhortaban a mirar como la panacea, está ardiendo. En 1917 ha estallado la Revolución en Rusia: cae el Zar y los bolcheviques darán su golpe de estado para imponer el comunismo, sobre millones y millones de cadáveres... 1917 es un año crucial que demuestra que toda la modernidad ha traído a Europa a la catástrofe. Mientras tanto, España goza de paz y prosperidad, por mucho que no quiera admitirlo la cerrazón de los noventayochistas.


Salaverría está asistido de mucha razón, cuando afirma que el discurso denigrante y antiespañol (articulado por los del 98) es obsoleto; en definitiva: un constructo intelectual que paraliza e impide aprovechar el momento particular en que se está (año 1917), pues, como cantaba Martín Fierro:

“La ocasión es como el fierro,
Se ha de machacar caliente”.
 

CONTINUARÁ...

 
Adolf Hitler, en la Primera Guerra Mundial, con un grupo de camaradas.
 

*Remy de Gourmont: (1858-1915) fue un poeta, novelista, crítico literario y una de las principales figuras del simbolismo francés. buen amigo de Alfred Vallette, propietario y director del "Mercure de France". Aunque Gourmont fue quien presentó a Léon Bloy a Alfred Vallette, dándole la iniciativa en las letras, Bloy fue cada vez tomándole más inquina y en 1904 Léon Bloy escribe en su diario: "He leído en los Epílogos de Remy de Gourmont: "San Pablo no es para mí nada más que un escritor mediocre y frívolo" -La palabra de Dios no es tolerable, como la de Scribe, más que en música-. ¡Espantosa mezquindad la de esta inteligencia y más espantoso estado el de esta alma! ¡Y atreverse a decir que esto es experiencia! Cuando yo conocí a este desgraciado en 1893, hubiera sentido horror a escribir eso. Es verdad que entonces...".
 

La cita de Léon Bloy termina en puntos suspensivos, tal y como la hemos transcrito, lo que es toda una invitación al investigador a indagar los caminos de Gourmont que, desde el año 1893 al 1904 aproximadamente, tanto había cambiado: ¿qué lecturas hizo? ¿qué influencias le hicieron cambiar tanto? ¿quienes lo tutelaron? No es el propósito de este artículo y lo dejamos ahí.
 

"Diarios (1892-1917)", Léon Bloy, selección, traducción y prólogos de Cristóbal Serra, con la colaboración de Fernando G. Corugedo, Editorial Acantilado, Barcelona, 2007.

 
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Próximamente atenderemos la segunda de las interrogantes que hemos dejado pendiente hoy, por mor de no cansar al lector. Y, con posterioridad, ofreceremos las claves nietzscheístas de Salaverría, así como una crítica actualizada de su libro
“La afirmación española”.

lunes, 22 de julio de 2013

APOLOGÍA DE JOSÉ ANTONIO PANCORVO




 Por Antonio Moreno Ruiz


Hace ya tiempo que tuve la suerte de conocer en persona a este gran poeta del Perú. Años ha que había oído hablar de él a través de una genial entrevista y lo he ido siguiendo a través de su página. Con las vueltas que da la vida, ya inmerso en la Ciudad de los Reyes, tuve el inmenso y honrado privilegio de que me hiciera el preámbulo de la presentación de mis obras en la Librería Inestable, sita en el distrito de Miraflores (*).

Gracias al mismo poeta he ido escudriñando su apasionante bibliografía:

Boinas rojas a Jerusalén es una obra dedicada al carlismo, donde militaron peruanos desde la I a la III Guerra. Podemos hablar de Blas de Ostolaza, eclesiástico de robusto maderamen intelectual, defensor acérrimo de la Tradición y el Magisterio de la Iglesia, preceptor de la familia real española, protagonista en episodios decisivos de la historia de la Hispanidad como apasionado de la fidelidad realista desde que las tropas napoleónicas invadieron el suelo ibérico. Su tenaz amor por la legitimidad le costó primero la persecución y luego la propia vida, siendo fusilado por los revolucionarios liberales. En la Guerra de los Siete Años también tenemos a un peruano fundamental: El último gobernador de la Morella cabrerista fue Leandro Castilla y Marquesado. Su hermano, Ramón Castilla, llegó a ser presidente de la república peruana; en cambio Leandro nunca abjuró de su realismo hispanista y continuó su lucha en el legitimismo español, hasta que murió exiliado en Francia.

El papel protagónico peruano prosigue en la Tercera Guerra. Hablamos de Manuel María Fernández de Prada, III marqués de las Torres de Orán. Nacido en Granada, de carrera militar ameritada, al ser proclamada la I República Española en 1873 solicita la licencia absoluta y en 1874 se incorpora a las tropas de Carlos VII con el grado de coronel. Y hablando de Carlos VII de España hemos de hacer un inciso y subrayar cómo el monarca tuvo como preceptor al ilustre Monseñor Teodoro del Valle, correligionario y coetáneo del insigne Bartolomé Herrera. Asimismo, el rey, en su dilatado exilio, recorrió buena parte de las Américas (La confederación con Hispanoamérica quedó como una de las premisas máximas en su testamento político), estando en Lima en 1877; dato que nos recuerda tanto en poesía como en prosa nuestro admirado autor. Volviendo con Fernández de Prada, podemos decir que el marqués acompañaría a posteriori al monarca tradicional a su exilio en Francia y desde ahí partió al Perú en 1879. Tras un motín ocurrido en la Hacienda Laran, en Ica, que pertenecía a su familia, se recuperó y ayudó en la resistencia contra la invasión chilena durante la Guerra del Pacífico. Murió en 1893. Su hijo residió en España y se mantuvo fiel al tradicionalismo. Al estallar la Guerra Civil se encontraba en Madrid con sus hijos menores y fueron arrestados por su filiación carlista, siendo asesinados en agosto por los milicianos del Frente Popular. Enésima muestra de memoria histórica…

Con todo, Boinas rojas a Jerusalén está muy documentada históricamente. Posee un ritmo soberbio y un sentido trascendente elevadísimo, al golpe de la mejor tradición literaria hispánica Pancorvo nos sumerge desde un punto de vista tan histórico como poético en el movimiento político más antiguo de las Españas desde la admiración, el sentimiento y el raciocinio.

En Amanecidas violentas nos vemos introducidos en las imágenes del mundo actual, pareciendo que los astros se nos abalanzaran para recordarnos que el que no reacciona es que está muerto. El colorido, la sensación rápida, la lengua investigadora, la profundidad futurible, las metáforas y la riqueza de un lenguaje bien combinado nos ponen ante la efigie de un artista nato, el mismo que se mantiene en pie cuando en Sao Paulo se estremece la tierra.

Los Éxtasis del Incarrey (Editorial Cascahuesos) constituyen su propia antología, señal de su consagración en las artes. En toda su obra se ve la capacidad mística a flor de conocimiento y sentimiento; poesía mística que parece que ha desaparecido de la faz de la tierra y que con las imágenes más vivas y relucientes Pancorvo reivindica como eje de su genialidad.

El rapsoda nos deleita entre la rima y el verso libre, entre el dominio de la lengua castellana y la introducción al quechua hasta en el tipo de redacción, así como ribetes de las otras tantas lenguas que domina: Portugués, inglés, francés, alemán, rumano, hebreo…

Los dos últimos volúmenes de su producción poética que hemos tenido entre nuestras manos han sido Pachak Paqari (Épicas del Trono del Sol), editado por el Fondo Editorial Cultura Peruana y Profeta el Cielo (Alba Editores). Con los ajetreos de los últimos tiempos no hemos podido estar con la lectura todo lo que quisiéramos; empero, era un deber de deleite y gratitud. Y es que aquí vemos al Pancorvo vanguardista y al Pancorvo de los sonetos, al Pancorvo del concepto, de la mística, del misterio, de la profecía, del futuro, al Pancorvo que se hace discípulo directo de San Juan de la Cruz, al gran poeta filósofo y teólogo que sabe hacer de la poesía un decreto tan interesante como pegadizo y con los versos amasa la apología de un ejército en la flor de la vida. Hemos así al peruano integral que no obstaculiza lo criollo con lo andino. Como dijo en el preámbulo de la presentación de mis obras en la Librería Inestable, hay que buscar unir y no separar. Que ese ha sido uno de los propósitos de  Pasión Llanera (Editorial Círculo Rojo), por ejemplo. Y más en el contexto americano.

Dentro de mi vocación y devoción, pues, un conocimiento indispensable en esta aventura indiana que durará muchísimo tiempo. Como dice Gabriel García Márquez por boca del personaje Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera: Toda la vida… Y es que con Pancorvo estamos ante un arquetipo de caballería, un ejemplo de generosidad, una reivindicación de auténtica cultura.






(*) Presentación en la Librería Inestable (Lima)

EL MISTERIO Y OTROS CUENTOS. DE LEÓNIDAS ANDRÉYEV

 
"Leónidas Andréyev"
 
Andréyev (o Andreiev) fue uno de los más conocidos autores de la literatura rusa de finales del s. XIX y principios del XX. Estudiante de derecho, abandonó pronto la abogacía para dedicarse a la su verdadera vocación, la literatura, de la cual se convirtió en un prolífico autor.
Nacido en la rusa localidad de Oriol, que fundara el su día Iván IV. Andréyev vino al mundo en los cálidos días del verano de 1871 finando su existencia con apenas cuarenta y ocho años de edad, en la finlandesa localidad de Mustamäki, en septiembre de 1919. Pese su temprana muerte, Leónidas, tuvo una vida plena, casándose con la aristócrata Wielhorska. Ésta era hija del también artista y precursor de la literatura ucraniana moderna Tarás Shvechenko. Fruto de este matrimonio, les nacería un hijo, Daniil Andréyev, quien andando el tiempo sería autor de la controvertida y mística novela “Roza Mira”, donde el autor trata de realizar un sincretismo entre las grandes religiones del mundo, como son el hinduismo, el budismo, el cristianismo, el judaísmo y el zoroastrismo.  
Las primeras publicaciones literarias de Leónidas apenas si eran conocidas por el gran público, pues Andréyev se dedicaba a escribir en periódicos locales como articulista, y aprovechaba los mismos para publicar sus relatos y sus cuentos. Su conocimiento por el gran público fue merced a Máximo Gorki, quien lo descubriría y le daría publicidad.
Sus  primeras obras fueron éxitos de ventas, (“Risa roja”, “Judas Iscariote”, “Anatema”, “El diario de Satanás”, etc) y muy pronto se vio entre los grandes escritores de la Rusia pre-revolucionara. Con el existo literario también vinieron sus excentricidades, que casi le otorgan mayor popularidad que sus novelas.
Con el paso de los años, Andréyev se vuelve crítico con la deriva política de su Rusia natal, y es que los movimientos bolcheviques le suponen un gran trauma personal y existencial. Debido a ello, decide exiliarse a la vecina Finlandia, y desde allí, amén de seguir escribiendo, se dedicará a una profusa labor de publicidad y denuncia de los excesos de los bolcheviques. Es esa pena, -la de los crímenes cometidos en su país, así como su destierro voluntario- junto con otras dolencias,  hacen que termine su vida prematuramente cuando se encontraba en plena madurez literaria.
Su estilo ha sido considerado como expresionista, más la obra que traemos hoy a esta bitácora, enlaza perfectamente con las narraciones fantásticas del mejor Allan Poe o de las insuperables “Leyendas” del español Béquer.
 
"Portada del libro de la Colección Austral de Espasa Calpe"
 
Leónidas, atrapa al lector con la descripción de sus ambientes, donde se recrea en la visión de los paisajes nevados y la presencia de personajes atormentados. La aparición de fantasmas o espectros, anunciadores de presagios o de tragedias futuras, nos llevan a imaginar que nos encontramos con los viejos “fantasmas shakesperianos”, más éstos no hablan, sino que ante su muda presencia, el protagonista se desespera y los sigue en pos de respuestas. Esas  son las cautivadoras páginas del primer relato de esta obra de Espasa Calpe, titulada, “El Misterio” cuyo desenlace no desvelamos para mejor incitar a su lectura.
Le sigue otro relato mas breve, titulado “La Marsellesa”, el cual es un alegato en el que Andréyev trata de alertarnos de la terrible suerte que corren los que son diferentes, aquellos que no son, en principio, aceptados por el grupo mayoritario. La frescura de este relato denota así mismo la juventud en la que fue escrita, pues como hilo conductor está el desprecio humano ante los aparentemente débiles. La alienación que el grupo mayoritario somete al diferente, al pequeño, al menesteroso, y como al final, éste, en sus últimos momentos vitales, es capaz de dar una lección ejemplarizante al grupo.
El relato “El sueño” nos lleva a la agobiante sensación del no saber si lo vivido es un sueño o es realidad. El autor nos mezcla y nos relata una situación tensa, donde lo trivial da lugar a la sofocación. Donde se mezcla el no saber si se está en un sitio soñando que se está en otro, o precisamente soñamos con estar en otro sitio por evadirnos de donde estamos.     
En el relato “Sobremortal” nos encontramos con un joven aviador que, cual Ícaro, trata de huir de las ataduras terrenales en una ascensión sin límite hacia el infinito espacio, hacia el radiante Sol. Abajo, en la tierra, quedan los espectadores que observan el vuelo del aparato, las cosas mundanas, las ataduras humanas.
El relato, que recuerda en cierta manera al personaje, y aviador también, que el escritor estadounidense Richard Bach retrató en su conocidísima obra “Ilusiones”, donde además de tener pasión por volar (Richard Bach era piloto) el personaje buscaba “ser feliz” tal y como se lo habían mandado. En el relato de Andréyev, es esa felicidad la que se tornará en tragedia, en final inexorable para el protagonista, al mismo tiempo que se nos transmite un mensaje contundente, pues si para conseguir la felicidad, es necesaria la inmolación, Leónidas no duda en optar por ella. Vivir a medias no es vivir, y la vida hay que vivirla plenamente al coste que sea.
Otros relatos que también compone esta obra de Austral son: “Lázaro”, “Bargamot y Garaska”, “El amor al prójimo”, “Ante el tribunal”, “Un extranjero” y “El capitán Kablukov”, completándose así una obra deliciosa, que se lee con facilidad y que proporciona un inusitado placer para los amantes de los relatos cortos y llenos de misterio.
Luis Gómez 
AUTOR: Leónidas Andréyev
EDITORIAL: Espasa Calpe – Colección Austral Nº 1226
AÑO: 1954
PÁGINAS: 162

domingo, 21 de julio de 2013

LA HABANA MUERTA

 

 
 
Por Francisco Escobar
 
La Habana Vieja es una isla urbana, acorralada y sucia. La memoria apuntalada de una antigua y reconocida metrópolis de casi medio milenio que ha sido abandonada por la desidia. 

La maqueta podrida de una ciudad gloriosa de los Siglos XVII y XVIII: la urbe que hizo palidecer a las grandes ciudades americanas del Seiscientos, el puerto escala obligatorio de las Flotas del Nuevo Mundo, la LLave del Golfo de Méjico, el astillero y apostadero de la Flota de Barlovento, el principal destino turístico del Setecientos, la capital del cuero, el tabaco y el azúcar, la sede de la Real Compañía de Comercio y el sexto ferrocarril del mundo.
 
Hoy las misteriosas mansiones del azúcar y del tabaco son solares abandonados o se han convertido en instituciones culturales ficticias que el castrismo usa como trampas para atrapar dólares publicos -de la UNESCO o la Junta de Andalucia, por ejemplo- y privados de sus tontos útiles.
No obstante y a pesar de la rapiña las tuberías se reventaron, las paredes se enfermaron y las rejas se vencieron. La pintura de sus fachadas desaparecio y solo han podido sustituirla con una triste mascarilla de cal barata.

El negocio de la restauracion de la Habana Vieja siempre ha remitido a cosa turbia, a fraude pestilente. La inocua gestión del conocido bufón cultural de los Castro ha dejado al desnudo que Habanaguex es una vulgar patente de corso.

El prolongado proceso de erosión ha convertido a los edificios pintorescos de las postales en genuinos monumentos cariados.
La prolongada permanencia de los Castro en el poder y su inexorable vocación de Erostratos han condenado la Habana Vieja a la muerte por deterioro y falsificación.

Hasta la arquitectura y la urbanización, las más firmes y persistentes manifestaciones de la cultura material pueden ser abatidas y hasta destruidas no por el fuego sino por la abulia, el mal gusto y el canibalismo revolucionario.

LIBERALISMO NO ES LIBERTAD (II)

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"Son ya muchos los que imitando a Lucifer, del cual es aquella criminal expresión: 'no serviré', entienden por libertad lo que es una pura y absurda licencia. Tales son los partidarios de ese sistema tan extendido y poderoso, y que tomando el nombre de la misma libertad, se llaman a sí mismos liberales"

Papa León XIII

LIBERALISMO NO ES LIBERTAD

sábado, 20 de julio de 2013

"LA AFIRMACIÓN ESPAÑOLA" DE JOSE MARÍA SALAVERRÍA (1ª parte)


Don José María Salaverría (1873-1940)


EL "SÍ" A ESPAÑA CONTRA EL NIHILISMO DE LA GENERACIÓN DEL 98

Por Manuel Fernández Espinosa
José María Salaverría (1873-1940) fue un prolífico periodista, crítico, novelista y ensayista que muy temprano fue injustamente olvidado tras su muerte. En vida fue un escritor que cosechó éxito y que tuvo muchos lectores que lo seguían en los diversos periódicos para los que escribía. Sin embargo, la popularidad de que gozaba entre el público lector contrastaba con el petulante desdén con que le trataba la mayoría de intelectuales de la época. Quizá el injusto desprecio con que trataron a Salaverría puede explicar que, a la hora de catalogarlo en alguna generación o grupo intelectual, haya desacuerdo: unos colocan a nuestro autor en el regeneracionismo, otros lo incluyen en una populosa G98 (Generación del 98) donde hay figuras estelares y, después vienen los pobres diablos que no merecen ni una línea en los libros de texto de Lengua y Literatura españolas: habría que revisar todos los criterios con los que se decide quién pasa a la posteridad. Es lo cierto que José María Salaverría es difícil de clasificar: “A mi entender, -escribía Federico Carlos Sáinz de Robles- José María Salaverría debe ser considerado como un escritor peculiarísimo, fuera de promoción y de tendencia. Un pensador que procede de sí mismo y que a sí mismo se sucede”.

Pío Baroja, en sus “Memorias”, comentó que Salaverría “ejerció de nietzscheano” hacía 1905-1906, como si fuese una postura teatral, pero el nietzscheísmo de Salaverría era algo más que una moda pasajera. Salaverría se sirvió del nietzscheísmo para ensayar estratagemas que solucionaran el problema que para él fue la suprema tarea intelectual, a la que sirvió con fidelidad religiosa y militante: España. Y así vamos a tener ocasión de comprobarlo en este análisis de un ensayo breve de Salaverría que a nuestro juicio no ha perdido vigencia, pese a ser escrito casi cien años hace y que muestra las dotes literarias y la clarividencia de este patriota, de este vasco a quien se le ha pagado los servicios que con su inteligencia rindió a España con el desprecio y el olvido.

SILUETA BIOGRÁFICA DE JOSÉ MARÍA SALAVERRÍA

José María Salaverría Ipenza nació el 8 de mayo de 1873 en Vinaroz (Castellón) y falleció en San Sebastián el 28 de marzo de 1940. Como sus apellidos indican, sus padres eran vascos y partidarios del carlismo. El padre había ido a Vinaroz para emplearse como encargado del faro. La familia regresa a Guipúzcoa cuando José María contaba cuatro años y se instala en San Sebastián. José María estudió primaria en las escuelas públicas de la donostiarra calle Peñaflorida, pero no hizo ninguna carrera universitaria, pues su familia era modesta y el niño ayudaba a su padre, atendiendo la torre del faro que le estaba encomendado. Sin embargo, José María Salaverría leía cuanto caía en sus manos, sirviéndose de la biblioteca municipal y alimentaba su cultura de modo autodidacto. Tenía 15 años cuando empezó a colaborar en periódicos donostiarras, viajó por Europa y América y trabajó como periodista en varios periódicos como La Nación de Buenos Aires y ABC en España.

Salaverría fue un escritor prolífico, pero todos los géneros que cultivó tenían un fin que para él era supremo: España. Su literatura fue entendida por él como servicio civil, pero militante y patriota, siempre con la voluntad firme de conservar la unidad de España y reanudar el imperialismo español. Por eso Salaverría renunció a todo decadentismo esteticista y su estilo literario es sobrio y claro, con voluntad didáctica, siempre con la intención de hacerse comprender, a veces implacable en la crítica de todo cuanto para él era signo de decadencia, el propósito de toda su obra fue formar patriotas, alentarlos y darles argumentos para no flaquear en el amor a España.

Sus posiciones políticas fueron en un principio republicanas, mantenía una correspondencia epistolar con Miguel de Unamuno (empezó a cartearse con Unamuno en 1904), sin embargo, Salaverría será destacado como corresponsal bélico en la Primera Guerra Mundial y el choque con esa brutal realidad marcará un punto de inflexión en su trayectoria. Salaverría vive la conflagración en los campos de batalla y en las ciudades de la retaguardia, donde la población civil presta su servicio laboral al esfuerzo de guerra en lo que no tenía precedente: la movilización total. Salaverría simpatiza con la causa de los imperios centrales y se convierte en un acérrimo germanófilo. Su germanofilia es compartida por Baroja y Benavente, pero el grueso de los figurones del 98 (Unamuno, Valle-Inclán, Antonio Machado…) ha cerrado filas con las potencias aliadas, incluso percibiendo honorarios por ello en algún caso, como el de Valle-Inclán.
 
Salaverría publica en el año 1917 el ensayo del que nos ocupamos: “La afirmación española”. Salaverría era un hombre austero, serio y hogareño y nunca se señaló por gustar de la bohemia del 98, aquel mundillo de perdonavidas, borrachos, putañeros y pedigüeños literarios que retratará al vivo el hermano de Pío Baroja, el pintor y cineasta Ricardo Baroja en su anecdotario que tituló “Gente del 98”. Esa ausencia de Salaverría en los cafés, en las tertulias, en los garitos donde despotricaban nuestros intelectuales también fue motivo para que sus contemporáneos del 98 lo marginaran. Salaverría era un extraño, no era como ellos: histriónicos, pagados de sí mismos, estrambóticos a veces, siempre egotistas, teatreros y siempre dispuestos a cambiar de filas políticas, para allegar dineros, prestigio e influencia.
 
 
La Generación del 98 asumía en su discurso una resignación fatalista frente a una España miserable: que tenía que dejar de ser España, para poder mejorar.

 
 
“LA AFIRMACIÓN ESPAÑOLA”

“La afirmación española” (1917) fue la declaración de guerra salaverriana al sanedrín del 98 y la multitud de sus secuaces. La obra tiene un subtítulo que reza: “Estudios sobre el pesimismo español y los nuevos tiempos” y se divide en dieciocho capítulo breves, encabezados por estos títulos: Introducción. La afirmación como deber; El tono negativo; El tono despectivo; España, frente a Europa; La generación del 98; La España negra; La superstición de Europa; La negación sistemática; Hacia otras ideas; Los negadores. Intelectuales, separatistas y republicanos; Justificación del optimismo; De la relatividad; El tono moral; España y América; La voluntad afirmativa; Gimnasia contra los lugares comunes; Fuenterrabía; El oro, la dinámica y la hora más propicia.

La “afirmación española” se presenta como un estudio a posteriori de lo que ha sido una campaña literaria, diseñada y realizada por Salaverría y que, según reconoce el autor, no ha encontrado en la intelectualidad morbosa, casi toda ella identificada con los hombres del 98, la adhesión que cabía esperar en virtud del sedicente patriotismo de que aquellos alardeaban. Salaverría reconoce haber encontrado en el público lector un seguimiento, pero la intelectualidad ha abdicado del deber patriota de cerrar filas para trabajar por la grandeza de España. Los culpables son esos espíritus del 98, atrincherados en sus egoísmos, en su “sonsonete”, siempre atento a hallar señales de decadencia para reafirmar el pesimismo en España, pese a los signos que se manifiestan en la realidad española. Y es que, mientras Europa se despedaza en los campos de batalla, España goza de paz y prospera económicamente. La jeremiada del 98 está durando demasiado a juicio de Salaverría.

El optimismo en que se envuelve “La afirmación española” no es el optimismo del ingenuo, sino que, en palabras de Salaverría, es un “optimismo de lo trágico” (aquí rezuma el vitalismo trágico de Nietzsche). Salaverría es de la opinión de que la visión negativa y despectiva de España, siempre pronta a enfatizar los rasgos peyorativos de la nación, ha sido la tónica dominante, que emana de los textos del 98: teatro, poesía, novelas, ensayos de los autores del 98 han redundado en una serie de lugares comunes que insisten en la presunta decadencia española que quiere verse como irremediable, imposible de redimir. Salaverría piensa que este deplorable juicio que pesa sobre España es reflejo de la impotencia propia de esos intelectuales, los mismos que permanecen instalados en sus torres de marfil, mientras que desalientan a todos cuantos los leen, predicando el pesimismo paralizante y estéril que ignora las capacidades, aptitudes y virtudes de España.

“En todas partes está mal visto el negador de su Patria. En todas partes recibiría una pronta sanción pública la persona que desdeñase, disminuyese o hiciera chacota de su Patria. A este resultado debe llegarse en España. Hay que cambiar de tono” (El tono negativo).

Salaverría ha constatado que: “Europa nos mira siempre como a un sujeto peligroso, al que conviene vigilar y reprimir. No se nos perdona nada, y nada se les olvida. Mientras España sea dependiente y servil, ese espíritu europeo, flotante y espumoso, ese europeísmo un tanto arcaico, lleno de prejuicios liberalistas y bañado de elocuencias de club revolucionario, ese europeísmo, en tanto nos prestemos a la imitación y a la obediencia, nos otorgará su olímpico y protector desprecio”.
LA GENERACIÓN DEL 98 A LA PICOTA

El año 1898 fue crucial para España por la pérdida de nuestros últimos dominios de ultramar. Con motivo del desastre español, Salaverría evoca emocionado a su padre: “Ahora recuerdo yo la ira y la vergüenza de mi padre, en cuyo ser anciano y vehemente, parecía protestar la ola entera de los antepasados”.

Fue con ese telón de fondo desgarrado cuando emergió la Generación del 98 que, para Salaverría, se constituye en un elemento romántico, decadente y nihilista, saturada de ideas extranjeras: “había nacido [la Generación del 98] de una fecundación morbosa; se nutría de aquella corriente de ideas universales que detestaban la nación, el militarismo, el patriotismo; y así, llevando en su cuerpo la gangrena antipatriótica, los innovadores estaban condenados a deshacer en sus propias manos lo poco de nacionalidad y de patria que restaba en España”. La Generación del 98 “aparentaba un interés nacional y en realidad sólo sentía la soberbia ególatra del artista; que hablaba, finalmente, de España con palabras y actitudes y puntos de vista aprendidos en el extranjero”. Según nuestro autor: “[La Generación del 98] Nació de la violencia, usó como arma el ultraje, subió por mero golpe de Estado al gobierno de las ideas”.

El arte se contagiaría de ese “tono negativo y despectivo” que la Generación del 98 implantó como clave interpretativa de todas las dimensiones de la realidad española: “Faltó el músico que expresara ese estado de alma; pero vino, en cambio, el pintor representativo, dotado de verdadero genio. Los cuadros de Ignacio Zuloaga corroboran definitivamente la tendencia de la época; ellos graban, imprimen, sujetan para siempre, como en un cadalso, la imagen sombría y ruinosa de aquella España artificial”.

“Como los señoritos aldeanos que han estudiado en la corte pretenden instaurar en su aldea las costumbres, el boato y hasta los vicios de la capital, estos nerviosos europeizantes querían traer Europa a España de una vez, en pleno, por arte de magia. Entonces se hizo ostensible y se perfeccionó la idea de europeización, o más bien la superstición de Europa”.

CONTINUARÁ...