RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

miércoles, 2 de septiembre de 2015

LÁZARO DE TORMES O LA ESPAÑA DE LOS ANTIHÉROES



APROCHE A UNA LECTURA DE "EL LAZARILLO"


Manuel Fernández Espinosa



Es un antihéroe de los muchos que ha dado nuestra literatura, un personaje de ficción literaria que podría haber existido en la realidad. Suscita sentimientos contrapuestos: por una parte no se le puede dejar de tener cierta simpatía, pero por la otra hay en él un fondo de cinismo que nos lo hace despreciable. Es el arquetipo literario de nuestra picaresca, pero si hubiera de aplicársele algún adjetivo el que más le cuadrara sería el de "desastrado" que, etimológicamente, procede de la astrología judiciaria y que viene a ser aquel cuyo hado está desprovisto de buena estrella. Se trata de Lázaro de Tormes. A partir de ahora, en este artículo, cuando nos referiramos a la novela, para comodidad no emplearemos el título completo de la obra: "La vida de Lazarillo de Tormes y de sus fortunas y adversidades", sino que escribiremos "El Lazarillo" (entrecomillado).
 
Nuestro presente interés por "El Lazarillo" y por Lazarillo no se motiva por cuestiones de crítica literaria, ni siquiera por todo lo mucho que nos puede mostrar de las miserias de una edad histórica. Sin duda, el Lazarillo constituye un clásico que no ha perdido su encanto a través del tiempo; contiene todos los ingredientes que podrían interesar tanto al historiador como al folklorista y, siendo un clásico, goza de sobrada popularidad como para que cualquiera crea saber, aunque no lo haya leído nunca, quién es Lázaro de Tormes. Durante muchos años ha sido una lectura escolar obligatoria y hay hasta versiones adaptadas para niños. "El Lazarillo", como arquetipo de la novela picaresca nacional, nos parece algo más  una novela, instaura un mito o por mejor decir: un "antimito".

FUNCIONALIDADES DEL MITO Y DEL ANTIMITO

El mitólogo estadounidense Joseph Campbell (1904-1987) dejó fijadas en su obra "The Masks of God: Creative Mythology" las cuatro funciones que cumplía un mito: 1) Metafísica. 2) Cosmológica. 3) Sociológica y 4) Psicológica. La forma de todo relato mítico -pensaba Campbell- tiene una estructura que hace recorrer al "héroe" una serie de etapas que, desde la vocación a la aventura, atraviesan las vicisitudes por las que pasa el aventurero (ayudado sobrenaturalmente), la consecución de la meta y el retorno.

En "El Lazarillo" podríamos hallar elementos relativos a las cuatro funciones apuntadas por Campbell: metafísicos, cosmológicos, sociológicos y psicológicos. Su fuerte parece estar en las funcionalidades sociológica y psicológica, por ser las más evidentes, pero no deja de mostrar elementos que -mucho menos visibles para el profano- conciernen a la función metafísica y a la cosmológica. Pero, no se nos olvide, al ser -como postulo- un anti-mito "El Lazarillo" muestra todas sus cuatro funciones invertidas. Y esto será, como trataré de hacer patente, nefasto para la auto-percepción de la conciencia nacional española y, como no podría ser menos, repercute asimismo sobre la imagen que de sí tiene el español que se deja penetrar de esta concepción invertida del ser, del mundo, de la sociedad y de sí mismo, anulando el "deber-ser" en aras de un cómodo y resignado: "así son las cosas".

De todo lo dicho hasta ahora, creo que urge dar razones de lo menos evidente en "El Lazarillo": su función cosmológica y metafísica.


FUNCIÓN COSMOLÓGICA EN EL LAZARILLO


Empecemos por la función cosmológica: ¿qué nos dice del mundo "El Lazarillo"? En nuestro anti-mito nacional se percibe a primera vista las creencias vigentes deudoras de la popularización de los dogmas cristianos: Dios ha creado el mundo, p. ej. pero... ¿cómo se explica, entonces, la miseria que sufren los pobres? Es aquí cuando se recurre a una explicación mágica (digámoslo así), mágica más que religiosa. Cuando el escudero del "Tractado Tercero" quiere disculparse ante Lázaro de Tormes por el hambre y las privaciones por las que atraviesan amo y criado, el escudero dice: "..te digo que después que en esta casa entré, nunca bien me ha ido. Debe ser de mal suelo, que hay casas desdichadas y de mal pie, que a los que viven en ellas pegan la desdicha." Por segunda vez se refiere el escudero a las misteriosas influencias nefastas de la casa en que viven: "Malo está de ver, que la desdicha desta vivienda lo hace. Como ves, es lóbrega, triste, obscura". Según esta explicación, habría que presumir por lo tanto que en el mundo existirían fuerzas incontroladas que afectan a la "dicha" de las personas, sin que estas sean capaces de pertrecharse ni defenderse de ellas. Pero si ésta es explicación que ofrece un personaje secundario, Lázaro no queda al margen de estas supersticiones; puede verse ello en las veces que alude a su mala fortuna, a su falta de estrella, "desastrado" se llama a sí mismo (más arriba lo hemos dicho): "Mas ¿qué me aprovecha, si está constituido en mi triste fortuna que ningún gozo me venga sin zozobra?". En un mundo de carestías y hambre, cuando todo depende de nutrirse, pareciera que el Creador se hubiera desentendido de su creación, por lo que todos los reveses caben ser atribuidos a una fuerza ajena al esfuerzo y los méritos de cada cual: la inconstante, impredecible y tenebrosa Fortuna. 


FUNCIÓN METAFÍSICA EN EL LAZARILLO


La otra función del mito, según Campbell, era la metafísica, poco visible en "El Lazarillo" pero no por ello menos existente en estado de latencia. Según Campbell, para acceder a los misterios de la vida no bastan las palabras ni las imágenes, sino que su acceso hay que hacerlo a través de la participación en rituales míticos o contemplando símbolos míticos que remiten a un más allá. En "El Lazarillo" esto hay que irlo a buscar en los mismos orígenes de su incorporación al mundo. Pero más que los orígenes miserables de su nacimiento, que él nos recuerda: "estando mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí. De manera que con verdad me puedo decir nascido en el río", o en la vileza de sus progenitores (un molinero culpado de hurtar a su clientela y una madre que, viuda, termina amancebándose con un negro), la incorporación de Lázaro al mundo viene de la mano del primer amo al que sirve: el ciego. Es con el ciego con el que Lázaro de Tormes accede al mundo y va "abriendo el ojo", es el ciego su mentor, hasta tal punto que, a pesar de todas sus desavenencias y travesuras, lo recordará con el tiempo como algo más que un amo al que sirvió: "Y fue ansí, que, después de Dios, éste me dio la vida y, siendo ciego, me alumbró y adestró en la carrera de vivir". El ciego es su maestro iniciático, el que le enseña lo que es el mundo.

Lo primero que su maestro hace con Lázaro, nada más salir de Salamanca, es darle la primera lección práctica, su iniciación: llegados al toro de piedra del puente salmantino, el ciego le persuade a que arrime la oreja al verraco, diciéndole: "-Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro dél". Y cuando Lázaro, dócil, ingenuo y tal vez curioso, hace lo que le manda el ciego, éste le estrella la cabeza contra la piedra: "que más de tres días me duró el dolor de la cornada". El ciego, para refrendar su magisterio, le dice: "Necio, aprende, que el mozo de ciego un punto ha de saber más que el diablo". Las peripecias que cuenta Lázaro en compañía del ciego vienen a ser todo un ciclo de aprendizaje de Lázaro, un aprendizaje que no se realiza a través de palabras, sino en un tira y afloja para burlar al amo que es poco espléndido en compartir con Lázaro las vituallas.

En lo metafísico tampoco puede dejar de referirse la peculiar religiosidad que muestra Lázaro. Lázaro reza y ruega a un Dios que le auxilie en sus vicisitudes. Cuando asienta con el clérigo de Maqueda, otro que a un tris está de matarlo de hambre, Lázaro entiende que en los mortuorios es cuando puede hincar el diente y "Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces. Y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo, y cuando dábamos sacramento a los enfermos, especialmente la Extremaunción, como manda el clérigo rezar a los que están allí, yo cierto no era el postrero de la oración, y con todo mi corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que le echase a la parte que más servido fuese, como se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo". Lázaro pide a Dios la muerte de otros, para poder mantenerse él gracias al banquete fúnebre (en aquel entonces en España era costumbre). Lázaro no aspira a místicas, su Dios es el que le escucha y le saca de los atolladeros, por eso atribuye a Dios todas las invenciones que tiene para poder sisar del arca de su dueño cicatero, el clérigo.

En este capítulo también podríamos hablar del anticlericalismo que aflora en "El Lazarillo"; no hay que olvidar que su autor forma parte del erasmismo español, alineándose en la línea de Cristóbal Villalón, por ejemplo, que en su obra "El Crótalon" tampoco sofoca sus ardores anticlericales. El clero es presentado como avariento y poco ejemplar en virtudes: si el clérigo de Maqueda cela por su arca, descuidándose del bienestar de su sirviente, el fraile de la Merced que encontrará Lázaro en Toledo es presentado como "gran enemigo del coro" (esto es, poco contemplativo), hombre mundano, amigo de visitar casas para golosinear y ser mantenido y hasta se insinúan tratos carnales con las mismas vecinas de Lázaro que son las que se lo encomiendan al fraile, aunque el colmo de la falsedad religiosa lo constituye el bulero bajo el que Lázaro servirá y que nos muestra todo el cinismo de aquellos que toman el nombre de Dios en vano y que, para vender sus bulas a una feligresía reacia a comprarlas en un pueblo de La Sagra, realiza un montaje en connivencia con el alguacil. Lazarillo nos desvela los artificios de que se sirven aquellos que viven de la religión, a costa de la credulidad de las gentes, sin que parezca que a sus principales representantes les importe un bledo la religión. Por último, tenemos la figura del arcipreste de San Salvador que le amaña el casorio a Lázaro, para asentar a su barragana con el conformista Lázaro que aquí muestra haberse convertido en un cínico rematado que, aunque sospechando de su cornudez, no tiene empacho en consentirla. La obra rezuma un anticlericalismo, tal vez menos virulento que el de Villalón en "El Crótalon", pero no por ello menos contundente.


FUNCIONES SOCIOLÓGICA Y PSICOLÓGICA EN EL LAZARILLO


El mensaje que se transmite, en lo que atañe a la función sociológica de "El Lazarillo", es el de la resignación a un orden social en el que apenas puede medrar un hombre si no es a costa de su dignidad. Lázaro pasa todas las peripecias del hambre con sus sucesivos amos, se las industria para sobrevivir y termina contento consigo mismo, en lo que él considera su cumbre personal y social, cuando es nombrado pregonero. Y aquí es menester tener en cuenta que este oficio, aunque no estaba mal pagado, era contemplado como uno de los más viles de la época. Nos hemos preguntado la razón por la que este oficio era tan denigrado, sabemos que incluso había cofradías en las que se impedía la entrada a los pregoneros. Y hemos encontrado una posible explicación por vía indirecta. En sus relatos, Juan de Villagutierre Sotomayor (Abogado de los Reales Consejos y Relator del Consejo de Indias a finales del XVII y principios del XVIII), cuenta sobre los indígenas mejicanos que:  "Cuando habían de ir a caza echaban bandos y lo pregonaban días continuos, y pasados salían a la caza, y el pregonero era la segunda persona de más autoridad de el pueblo después del Mandón, y no era, ni es tenido por oficio vil entre ellos, porque no pregona como hombre común que dice razón ajena, sino como  persona que manda, trae a la memoria o advierte aquellas cosas que está obligada hacer, o a guardar la república" (citado en "Exploradores y conquistadores de Indias: relatos geográficos" de D. Juan Dantin Cereceda). Parece que, como dice Villagutierre, el pregonero era "hombre común que decía razón ajena", por eso resultaba uno de los oficios más vilipendiados en una España austera, pues eso de "decir razón ajena" era considerado infamante. De haber seguido vigente esta consideración, la publicidad (hoy rama de la técnica dominante) no hubiera granjeado muchos éxitos.

En lo psicológico, Lázaro se muestra satisfecho con su suerte, desde que entró como aguador (otro oficio vil) bajo un capellán empezó su suerte a enderezarse, hasta verse encumbrado a pregonero: "consideren los que heredaron nobles estados cuán poco se les debe, pues Fortuna fue con ellos parcial, y cuánto más hicieron los que, siéndoles contraria, con fuerza y maña remando salieron a buen puerto": esto, dicho al principio de la novela, no adquiere su sentido real hasta terminada la novela, cuando se ve que el "buen puerto" era haber acabado como pregonero y cornudo consentido, tapadera de un arcipreste abarraganado.


EL EFECTO DE EL LAZARILLO EN LA CONCIENCIA ESPAÑOLA


A menudo se enfatiza la picaresca española, incluso fenómenos que poco tienen que ver con ella se achacan a esa especie de condición asumida por una gran parte de españoles, con la cual parece excusarse toda corrupción política o de cualquier otro orden. Se ha formado acríticamente toda una conciencia nacional sobre la base de que los españoles estamos determinados a ser pícaros, a ser corruptos. Esa idea se resumiría en eso que por ahí se oye tantas veces: "Somos el país del Lazarillo, del Buscón... Un país de pícaros". Y las cosas no son así de simples, además de que aceptando esto nos condenamos a perpetuar las lacras que sufrimos sin permitirnos ni la rebeldía contra ellas.

En otros países europeos también podemos encontrar el género de la picaresca: Tom Jones (de Fielding) o Moll Flanders (de Defoe) en la literatura inglesa; Till Eulenspiegel en la literatura alemana; o, por último, en la Francia del siglo XX, tenemos el "Viaje al final de la noche" de Louis Ferdinand Céline, obra de la que escribió nuestro Eugenio d'Ors: "Considero como el más reciente producto de la Picaresca, en sus notas más clásicas, la novela "Voyage au bout de la nuit", del escritor Céline".

Más que la exaltación de la corrupción, el hurto y la supervivencia de los pobres, en "El Lazarillo" hallamos un mensaje de profundo pesimismo. Que podría resumirse en estas líneas de abajo:

El mundo ha sido creado por Dios, pero Dios permanece lejano, diríase que ajeno a su creación, por lo que se han adueñado del mundo unas misteriosas fuerzas, como la Fortuna, contra las cuales puede lucharse, pero dejando en el camino cualquier escrúpulo moral, pues el estómago vacío no entiende de metafísicas ni morales. La misma religión es un artificio de sus representantes que, en vez de ser coherentes con lo que predican, viven de ella y no están dispuestos a compartir, siendo sus beneficiarios lucrativos. A fuerza de empujones y cesiones se puede llegar a disfrutar al menos de lo imprescindible para vivir y en ello consiste todo, por lo que alcanzándolo cualquiera puede darse por satisfecho y compararse con el más noble.

Lázaro se considera un discípulo aprovechado de su maestro el ciego, al que a lo largo de toda la novela recuerda y agradece sus enseñanzas prácticas.

"El Lazarillo" no es ni mucho menos una apología de la corrupción, pero sí que da carta de naturaleza a la conformidad material, pues este conformismo está puesto por encima de cualquier otro valor. Es ahí donde reside el nefasto efecto que "El Lazarillo" ejerce sobre la conciencia nacional. Se trata de un efecto paralizador, pues uno puede echarse a descansar mientras tenga lo necesario. El Lazarillo de Tormes no es un político (le trae sin cuidado la cosa pública) y los clérigos codiciosos, avarientos, crapulosos, los buleros mendaces no son hoy el clero, sino que mejor estarían representados en ese aparato de políticos democráticos que sufrimos hoy, con sus burócratas agradecidos, pero el Lazarillo no es el político que hogaño, instalado en una red clientelar del signo político que se quiera (es lo de menos), perpetra sus latrocinios: el Lazarillo es el ciudadano que se jacta de vivir en democracia y haber llegado a tener éxito por tener un empleo, es el conformista que no moverá un dedo por cambiar las cosas que él se piensa que no le afectan y sí que le afectan. 

Y es que el punto débil de todo español contrariado siempre ha sido aquello de: "Ande yo caliente y ríase la gente". En la España que conquistaba mundos en el espacio (he ahí la empresa americana de conquista, población y evangelización de América), en la España que conquistaba secretamente mundos espirituales (nuestros místicos), convivía Lázaro González Pérez, el de Tejares, más afamado por su nombre Lázaro de Tormes: de mozo de ciego pasó por muchos amos, en todos no halló nada más que avaricia y hambre, honra que no daba de comer y cuernos, pero se pensó haber logrado el "buen puerto", el éxito en la vida: vivir, aunque fuese sin dignidad.

Ese, ese es el efecto más nocivo de "El Lazarillo", hoy triunfante en España. No "triunfan" hoy los Lázaros por darse al latrocinio, pues el Lázaro no es un político (vuelvo a repetir), sino que "triunfan" los Lázaros por ser millones los españoles que se dan por contentos, comiendo su pan de cada día y viendo el fútbol, mientras los "arciprestes" de la política les ponen los cuernos.

miércoles, 26 de agosto de 2015

LAS SIETE SOLEDADES DE NIETZSCHE


 
 
SIETE PURGACIONES PARA UN ATEO
 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
Si con exhaustividad tuviéramos que presentar todos y cada uno de los septenarios que podemos hallar en las más diversas tradiciones religiosas necesitaríamos un grueso volumen y, si hubiéramos de glosar cada septenario, mucho me temo que sería menester varios volúmenes. Es por ello que, en la presente exposición, se nos hará la indulgencia de ahorrarnos el meticuloso glosario que de esta cuestión se podría hacer. Hemos dicho tradiciones religiosas, puesto que lo son; pero aprovechamos para dejar constancia de que todo aquello que hoy recibe el nombre de cultura no puede aspirar a ser cultura con propiedad si prescinde de lo religioso. Parafraseando la veneranda fórmula que reza: "Extra Ecclesiam nulla salus", debiéramos decir que "Fuera de la religión no hay cultura". Es por ello que, ante todo fenómeno que pueda llamarse cultural, hemos de plantarnos convencidos de que, no por estar encubierta (e incluso estentóreamente negada, como ocurre en Nietzsche), deja de estar subyacente al fenómeno cultural una religiosidad de fondo. Se diría que cuando se arroja la religión por la ventana, la religión vuelve a entrar  por la puerta trasera.
 
En todo fenómeno cultural (y el que constituye la figura y obra de Nietzsche lo es) alienta la religiosidad, por mucho que execre de las religiones institucionalizadas, por más que se gane la animadversión de los miembros de un culto religioso. Una de las mujeres que mejor conoció a Nietzsche, Lou Andreas-Salomé, lo supo ver con una extraordinaria clarividencia, cuando escribió en su diario, reflexionando sobre Nietzsche y ella misma, estos renglones que reproduzco:
 
"El fundamental rasgo religioso de nuestra naturaleza es nuestro común denominador, y tal vez se manifiesta en nosotros con tal fuerza porque somos espíritus libres en el sentido más amplio. En el espíritu libre, lo religioso no puede referirse a ninguna divinidad ni a ningún cielo fuera de sí mismo, en el que las fuerzas creadoras de la religión, como la debilidad, el miedo y la codicia, encontrarían su lugar. En el espíritu libre, la necesidad religiosa surgida a través de las religiones... puede retrotraerse sobre sí misma y convertirse en la fuerza heroica de su ser, en el impulso a la entrega a un gran ideal. En el carácter de Nietzsche hay un rasgo heroico, y éste es precisamente el más acusado, el que da cohesión a todas sus cualidades. Él será el precursor de una nueva religión y será una religión de héroes." 
 
Según Salomé, Nietzsche "será el precursor de una nueva religión y será una religión de héroes".
 
A primera vista parecería que, 115 años después de la muerte de Nietzsche, el pronóstico de Lou Andreas-Salomé no se ha cumplido. El mismo Nietzsche se ocupó de negar que él fuese un "profeta" y, menos todavía, un "santo". Pero, sin embargo, cuando tiene que explicar en "Ecce Homo" el estado en que concibió y redactó "Así habló Zaratustra" no puede por menos que declarar que esta obra fue escrita casi en un éxtasis místico por el cual su autor (el mismo Nietzsche) se convirtió en una especie de "medium de fuerzas poderosísimas". Y sigue diciendo:
 
"El concepto de revelación, en el sentido de que de repente, con indecible seguridad y finura, se deja ver, se deja oír algo, algo que le conmueve y trastorna a uno en lo más hondo, describe sencillamente la realidad de los hechos".
 
Un mojigato diría que eso no pudo ser, tratándose de Nietzsche el Ateo, otra cosa en todo caso que una revelación luciférica, satánica, de signo demoníaco. Pero, a estas alturas, lo que los mojigatos dicen a mí personalmente cada día me importa menos. Lo que ahora me importa es asentar que Nietzsche puede haber declarado la "muerte de Dios" con todas las consecuencias morales que se quieran traer a colación, pero a la vez lo hallamos en dependencia religiosa. Y no sólo lo atisbó Salomé, el mismo Nietzsche se refiere a la composición de su obra en términos eminentemente religiosos: su inspiración es entendida en clave poco frecuente ("Ésta es mi experiencia de la inspiración; no tengo duda de que es preciso remontarse milenios atrás para encontrar a alguien que tenga derecho a decir "es también la mía"-"), comparándola con las revelaciones que se han registrado en la historia de la humanidad.
 
Por todo esto y más que podríamos añadir, no podrá ser considerado un despropósito afirmar que en la obra de Nietzsche cabe rastrear elementos que concuerdan con las constantes místicas de las tradiciones religiosas más diversas. Y uno de esos elementos es el enigmático e inquietante septenario nietzscheano que él mismo llama las "siete soledades".
 
Las "Siete Soledades" no sería un tema que captara nuestro interés si esto hubiera aparecido al albur en cualquier pasaje de la obra nietzscheana, no volviendo a reaparecer más, puesto que -en ese caso- lo más atinado sería pensar que fue una ocurrencia pasajera que tuvo Nietzsche al acaso y que no tuvo la menor de las repercusiones ni para Nietzsche ni para su obra. Pero ocurre que las "siete soledades" aparecen y reaparecen en diversas obras de Nietzsche, por lo que es legítimo pensar que no sea algo accidental, sino ciertamente importante, siendo oportuno detenernos en ello para considerarlo como mínimo en su calidad de elemento que cumple sin ninguna duda alguna función en la articulación de todo el conjunto del pensamiento nietzscheísta.
 
En el parágrafo 285 de "La gaya ciencia" (año 1882) se nos presenta las "siete soledades". También en el mismo libro, parágrafo 309, se alude en su título a ello: "Desde la séptima soledad". En "Así habló Zaratustra" (escrito entre 1883 y 1885), las "siete soledades" se convierten en los "siete demonios" a los que se aluden en el discurso de Zaratustra de la primera parte, titulado "El camino del creador": "Solitario, tú recorres el camino del creador: ¡con tus siete demonios quieres crearte para ti un Dios!". Las siete soledades, los siete demonios, afloran de nuevo, ahora como "un séptuplo hielo" en los versos de "El mago" (Nietzsche también barajó la posibilidad de titular este capítulo como "El penitente del espíritu", localizado en la cuarta parte de "Así habló Zaratustra"). Y hasta cierto punto, no se nos ha pasado, "Los siete sellos (o: la canción "Sí y Amén")" de la tercera parte de "Así habló Zarastustra" también estaría relacionada con las siete soledades, pero dada su complejidad preferimos dejarla a un lado por ahora.
 
En 1888 las "siete soledades" son nuevamente convocadas en los "Ditirambos de Dionisos", en concreto en dos de ellos. El primero en el titulado "La señal de fuego" en el que dice:
 
"Seis soledades conocía ya-,
pero el mar mismo no le fue bastante solitario,
la isla le permitió subir, sobre la montaña se tornó en llama,
de una séptima soledad".
 
Y también en el titulado "Se hunde el sol", vuelve a hablar de la "séptima soledad".
 
En "Ecce Homo" (también del año 1888) la soledad, dice Nietzsche, tiene siete pieles: "La soledad tiene siete pieles; nada pasa ya a través de ellas. Se va a los hombres, se saluda a los amigos: nuevo desierto, ninguna mirada saluda ya".
 
Como vemos, bajo los nombres de "soledades", "demonios", "hielos" (incluso podríamos añadir que "sellos") y, hasta so capa de "pieles", la experiencia de la soledad profunda, vivida como privilegiado ámbito de fecundidad creadora, adopta el tradicional septenario que hallamos en las más diferentes religiones, tanto como elementos hierofánicos (los siete arcángeles) como ritualísticos (la "sapta padi" de los hindúes), como devocionales (los Siete Dolores de la Santísima Virgen María). Ni que decir tiene que sería muy difícil pensar que Nietzsche estuviera con sus siete soledades refiriéndose a los siete arcángeles de las tradiciones religiosas del judaísmo, del cristianismo y de algunas sectas islámicas, todavía menos a los "siete dolores" de la Virgen María, pero lo que para mí es digno de hacer notar es el número siete, que se repite con insistencia en Nietzsche.
 
Hora es ya de ver cuales son cada una de esas siete soledades. Para ello no existe un pasaje que mejor las testifique que el parágrafo 285 de "La gaya ciencia":
 
"¡Excelsior!- "No volverás a rezar jamás, no volverás a adorar, no volverás jamás a descansar en una confianza ilimitada; te negarás a detenerte ante una sabiduría postrera, una última bondad, una última potencia y a desenjaezar tus pensamientos: -no tendrás guardián ni amigo que te acompañe a todas horas en tus siete soledades: -vivirás sin una escapatoria hacia esa montaña, nevada en la cumbre, con fuego en las entrañas; no habrá para ti remunerador ni corrector que dé la última mano, ni habrá tampoco razón en lo que acontezca, ni amor en lo que te suceda; tu corazón no tendrá asilo donde no encuentre más que reposo ni tenga más que buscar! Te defenderás contra una paz última, querrás el eterno retorno de la guerra y la paz: -hombre del renunciamiento, ¿querrás renunciar a todo esto? ¿Quién te dará fuerzas para ello? ¡Hasta ahora nadie ha tenido esa fuerza!". Hay un lago que un día no quiso desbordarse y construyó un dique en el lugar por donde se derramaba; desde entonces el nivel del lago se eleva cada día más. Quizás aquel renunciamiento nos dará la fuerza necesaria para soportar el renunciamiento; quizás el hombre se elevará más cada día desde el instante en que deje de desbordarse en el seno de un Dios".
 
Atreviéndonos mucho, podemos ver que las siete soledades vienen a ser siete reducciones que nos llevan a una soledad absoluta, donde se ha rechazado la compañía del último que no abandona: Dios. En cada una de las soledades ha dado un rotundo "No" a Dios: se ha rechazado rezar, adorar, confiar, ser vigilado y acompañado, evadirse de la realidad, esperar retribución o ser corregido, buscar razón o amor en lo que sucede. Las siete soledades son siete renuncias que el hombre podría hacer o no hacer, pero que quien se quiere a sí mismo en la veracidad no puede dejar de hacerlas a juicio de Nietzsche. Por eso, en el parágrafo 309, lo que abruma en la séptima soledad es la "propensión a lo verdadero, a la realidad, a lo que no es sólo aparente, a la certeza". En este parágrafo se condensa una experiencia atroz para Nietzsche: su pasión por la veracidad le niega poder detenerse en cualquier "jardín de Armida". El jardín de Armida, descrito en la "Jerusalén libertada" de Torcuato Tasso, es la imagen ilusoria de un jardín edénico; esos jardines fabricados por la maga Armida cumplen la función de retener a su amado Reinaldo, manteniéndolo a distancia del mundo real y de ese modo poder acapararlo la hechicera para sí. Esta imagen evocada por Nietzsche recuerda a la Circe tantas veces identificada por Nietzsche con la razón.
 
Las siete soledades son siete renuncias a lo que Nietzsche considera la ilimitada capacidad del hombre para autoengañarse. La pasión por la veracidad condenaría así a una tremenda soledad a todo aquel que pugne por ser coherente. Las siete soledades son siete hitos en el camino del ateo que emprende la tarea de prescindir gradualmente de todo cuanto pueda ser una evasión de la realidad, puesto que todo escapismo supone una infidelidad a la inmanencia, una deslealtad que traiciona a la "tierra" por cualquier trasmundo (jardín de Armida). Las siete soledades, por lo tanto, estarían estrechamente ligadas como no podría ser de otra manera con el ateísmo nuclear de Nietzsche; pero, sin embargo, en esos renunciamientos escalonados que niegan los consuelos con los que cuenta el común de los creyentes, conducen por introspección a una realidad interior, de naturaleza incomunicable, donde Nietzsche barrunta una posible renacencia del hombre bajo la forma de una "elevación", de cuya naturaleza no se nos precisa más.
 
"Quizás aquel renunciamiento nos dará la fuerza necesaria para soportar el renunciamiento; quizás el hombre se elevará más cada día desde el instante en que deje de desbordarse en el seno de un Dios".
 
Dejando al margen las consideraciones morales y yendo al meollo del presente tema nietzscheano que hemos presentado, no podemos dejar de advertir que se comprueba que, incluso en el ateo, el septenario al que, bajo múltiples símbolos y alegorías, alude Nietzsche (siete soledades, siete demonios, siete hielos...) concuerda en todo punto con el sentido que tiene el "siete" en las más diversas tradiciones religiosas, puesto que el número 7 es universalmente considerado, según sintetizó Carl Gustav Jung, como "símbolo de la transformación y de la integración de la gama de jerarquías en su totalidad".
 
Las siete soledades del ateo, sus siete demonios y sus siete hielos, han de ser transitados por éste para operar por último la transformación que (tras desintegrar las apariencias convencionales que procuran al creyente mediocre una falsa estabilidad de índole emocional), permita místicamente reintegrarse al hombre en el interior, tal y como nos ha enseñado nuestra mística Santa Teresa de Ávila a través de sus imágenes de las siete moradas del castillo interior.
 
No nos autoengañemos ni con el acerbo ni con el almibarado lenguaje del místico que, por descontado, nunca nos quiere engañar: la experiencia tremenda de quien con audacia filosófica o religiosa se atreve a quedarse solo, para buscar la verdad, termina por conducirlo a  Dios (por mucho que el buscador no reconozca su nombre). La mística puede prescindir de las músicas celestiales acostumbradas en la palabrería sobre Dios (musicas "celestiales" que son "terrenales, demasiado terrenales"), la mística puede despreciar el sermón empalagoso y, hasta en tiempos como los nuestros, a la mística le ha de repugnar toda esa retórica sociologizante del sentimental beaterío, pero lo que nunca faltará en la mística es la experiencia dolorosa y purgante que lleva a la muerte del "hombre viejo" para dar a luz al "hombre nuevo". Así, a manera de muerte iniciática, la ascesis propicia una renacencia íntima. Se cumple inflexiblemente la sentencia de San Agustín de Hipona:

"Noli foras ire, in te ipsum redi, in interiore homine habitat veritas, et si tuam naturam mutabilem inveneris, trascende et te ipsum" 
 
"¡No vayas afuera, entra dentro de ti mismo, en el interior del hombre habita la verdad! ¡Y si encuentras tu naturaleza mutable, trasciéndete a ti mismo!"

Lo mismo que sin religión no puede haber cultura, tampoco puede accederse al ápice místico sin pasar por el purificador fuego del solitario.



BIBLIOGRAFÍA:

Peters, H. F., "Lou Andreas-Salomé. Mi hermana, mi esposa. Una biografía".

Obra completa de F. W. Nietzsche, especialmente:

Nietzsche, F. W., "La gaya ciencia".

Nietzsche, F. W., "Así habló Zaratustra".

Nietzsche, F. W., "Ditirambos de Dionisos".

Nietzsche, F. W., "Ecce Homo".

Jung, C. G., "Psichologia e Alchimia".

 

lunes, 24 de agosto de 2015

DE LA HIDALGUÍA COMO EMBRIÓN DEL FUTURO

Caballero de la mano en el pecho, El Greco: imagen de wikimedia
 
 
 
LA RENACENCIA POR LAS OBRAS
 
 
 
Manuel Fernández Espinosa
 
 
 
 
 
"Respondit Iesus et dixit ei: Amen, amen dico tibi, nisi quis renatus fuerit denuo, non potest videre regnum Dei".
 
"Respondió Jesús: en verdad, en verdad te digo que quien no naciere de nuevo no podrá entrar en el reino de Dios".
 
(Juan 3, 5)
 
 
No es insólito que en épocas oscuras, cuando los viles se imponen con su confusión y chabacanería, la nostalgia del orden tradicional fulgure aquí y allí todavía. Encontramos hoy este fenómeno en todos aquellos (no son pocos) que se interesan por la genealogía y la heráldica, por poco profesionalizada que esté su curiosidad. Existe toda una industria que genera la ilusión de que cualquiera puede tener escudo nobiliario, mientras alimenta la no menos ilusa idea de hacer concebir al ingenuo que, por el simple hecho de tener el mismo apellido que tuvieron ilustres personalidades pretéritas, se pueda arrogar estar éste emparentado con aquellos: es algo que ocurre entre el vulgo menos informado, pero no por ello deja de ser un síntoma de esa nostalgia por algo que todavía resplandece, incluso en las democracias más hostiles desde su fundación a todo lo aristocrático, así ocurre hoy en Estados Unidos de Norteamérica. Los aristócratas más puntillosos se estremecerían ante este fenómeno generalizado que amenaza con democratizar la sangre azul que otrora fue privilegio, siendo hoy una carga fiscal; pero el hecho es que hubo una España en que era posible acceder a la hidalguía, llegó a haber "hidalgos de bragueta" y, en Euskalherría sin ir más lejos, la hidalguía era universal.
 
 
EJEMPLARIDAD Y CONTINUIDAD
 
 
Alfonso García Valdecasas, en aquel precioso ensayo titulado "El hidalgo y el honor", afirmaba que: "La ejemplaridad y la continuidad eran los dos secretos que el lenguaje heráldico quería figurar. Ese lenguaje, repito, lo hemos olvidado. Pero los principios que expresaba han de importarnos hoy, mañana y siempre. Pues, en definitiva, ejemplo y tradición es lo que hace posible que haya progreso en la historia humana".
 
La sociedad moderna se caracteriza por haber hecho ímprobos esfuerzos por suprimir hasta el último vestigio de "ejemplaridad" y "continuidad", suplantando la ejemplaridad por la sobrevalorada espontaneidad (tantas veces destructiva), mientras simultáneamente se suplanta la "continuidad" por la no menos sobrevalorada "discontinuidad" (revolucionaria).
 
Esto puede verse en el arte, campo en el que, en vez de seguir el ejemplo de los clásicos (sin que ello signifique copiarlos), se apostó desde las vanguardias por la "espontaneidad"; en la misma enseñanza se han ido imponiendo modelos pedagógicos que abogan por la espontaneidad (la "creatividad" del alumno, dicen) y hasta se encuentran preocupantes rasgos de esto en la misma religión que parece haber arrinconado el género hagiográfico, para dar lugar a accesos de supuesta "originalidad" de la experiencia religiosa, confundiendo sentimentalismo y emociones con mística; digamos que el género de las vidas de santos cumplía antaño una función realmente eficaz, mostrando a los fieles que el seguimiento de Cristo, su imitación, era posible a hombres y mujeres tan defectuosos como cada uno de nosotros.
 
En cuanto a la "continuidad" hay que decir que toda mentalidad revolucionaria alimenta una animadversión irracional contra la continuidad de lo que precede a la revolución, puesto que el pretexto para instaurarse es la ruptura con el pasado, en virtud de la falsa idea de la necesidad de destruir el orden anterior (el Antiguo Régimen, p. ej.) para dar lugar a otro nuevo, alumbrando así un mundo nuevo (que presuntuosa y presumiblemente será mejor que el antiguo). Hasta las más diversas teorías de la naturaleza han sufrido el efecto de las revoluciones políticas y sociales. Si Georges Cuvier (1769-1832) no hubiera vivido la revolución francesa, ¿hubiera postulado su teoría del catastrofismo geológico? La revolución, más o menos cruenta, impone un calendario propio: baste recordar los esfuerzos de los revolucionarios franceses por sustituir nuestros meses por sus Fructuarios, Vendimiarios, etcétera. La revolución intenta cancelar un tiempo que censura como viejo y caduco, para imponer un tiempo nuevo que, si renuncia a la continuidad con lo anterior, aspira a crear su propia continuidad.
 
El mito revolucionario se alimenta de la discontinuidad rupturista contra la continuidad tradicional y de la presunta creatividad contra la ejemplaridad de los modelos anteriores. Pero, sin embargo, es tal la fuerza que ejerce sobre los pueblos la reminiscencia del orden tradicional (ejemplaridad y continuidad) que, pese a todas las revoluciones y sus estragos, basta que un grupo humano conserve, custodie y defienda la tradición para que ésta no desaparezca del todo incluso en el peor de los escenarios. A veces, este gran servicio a la comunidad, tiene que recurrir al secreto, como bien lo advertía Mircea Eliade, que sabía bastante bien de lo que hablaba por experiencia propia: "La segunda razón del esfuerzo del secreto es más bien de orden histórico: el mundo cambia, aun entre los "primitivos", y ciertas tradiciones ancestrales corre el riesgo de alterarse; para evitar el deterioro, las doctrinas están de más en más selladas con el secreto. Es el fenómeno muy conocido de la ocultación de una doctrina cuando la sociedad que la conservaba se encuentra en vías de transformarse radicalmente". Y si no es en el secreto, estos grupos trabajarán -en las épocas oscuras cuando imperan las fuerzas destructivas de la revolución- en los márgenes de la oficialidad hegemónica, como lo hicieron los mozárabes de San Eulogio en la Córdoba ocupada.
 
LA HIDALGUÍA ESPAÑOLA
 
Hubo un tiempo en España en que no había joven intelectual que no tuviera en su cuarto de estudio una reproducción de "El Caballero de la mano en el pecho" de El Greco. Era el icono de uno de los motivos fundamentales más caros a la tradición hispánica: la hidalguía. Más arriba me he referido al ensayo de Alfonso García Valdecasas, "El hidalgo y el honor", tan recomendable como texto propedéutico a lo que aquí nos proponemos.
 
En la hidalguía se concentra uno de los modelos humanos más hispánicos de cuantos podemos ofrecer para contrarrestar la desorientación producida por la revolución que padecemos, elevando la "ejemplaridad" y la "continuidad" contra las hostiles, falsas y destructivas "creatividades" y "discontinuidades" revolucionarias. Se requeriría, por lo tanto, una noción de lo que ha sido la "hidalguía" para España. Y para quien pretenda acercarse al asunto digamos que la hidalguía lo ha sido casi todo: ha sido prácticamente el elemento que restauró colectivamente nuestra nación, tras la pérdida de España en el aciago año 711. El gran problema que presenta la hidalguía es de carácter óptico: expliquémonos, cuando hablamos de "hidalguía" y de "hidalgos" lo primero a lo que vamos es a la época en que ya decaían. Y es entonces que, cuando emprendemos la tarea de figurarnos al hidalgo, nos encontramos con el más famoso de cuantos registra la literatura universal: ese D. Quijote de la Mancha que, muchas veces se nos olvida, dejó de ser hidalgo para recrearse a sí mismo como caballero andante, en toda su grandeza y en toda la ridiculez que transmite Cervantes. O aquel hidalgo que Cadalso nos presenta en sus "Cartas Marruecas", paseándose por la calle para regodearse en la piedra armera que ostentaba los blasones de su fachada. Y eso, claro que sí, es hidalguía, pero no es la hidalguía auroral, sino la crepuscular. Y no puede ser esa la hidalguía que quepa reclamar, puesto que es triste sombra de lo que fue; pudiérase decir que, para el tiempo de los hidalgos de triste figura, la hidalguía agonizaba presta a desaparecer.
 
El hidalgo era, como todo el mundo debe saber, el que ocupaba el rango más bajo de la nobleza hispánica. Alfonso X el Sabio los definía como: "fijos de bien, porque fueron escogidos de buenos logares et algo, que quiere tanto dezir en lenguaje de España como "bien"...". Sus características en la Edad Media eran ser "hombre libre" y "exento por linaje" de pagar impuestos (pechos), lo que lo distinguía de los pecheros.
 
Cuando se ha ensayado la genealogía de este grupo social hispánico se ha especulado con diversas teorías, siendo la más desatinada y extravagante la que ofrece Américo Castro. Éste, en su obsesión por islamizar toda nuestra tradición hispánica (o en su defecto, judaizarla), vino a afirmar, contra toda evidencia incluso filológica, que "En suma, fijo d'algo es adaptación de una expresión árabe [...] es hipótesis la correspondencia de fijo d'algo con ibn al-joms, pero no lo es que fijo d'algo lingüística e institucionalmente sea una incrustación más del Islam". Lo que tendrá que ver "ibn al-joms" con "hijo de algo" es un misterio insondable que solo encontraría explicación en los delirios de Américo Castro. 

A la hora de tratar el término de "infanzón" (éste vocablo, según la época, equivalía al de hidalgo y estaba más extendido entre navarros y aragoneses), Américo Castro sostiene que la palabra "infante" (de donde "infanzón") tuvo que ser "introducido por mozárabes cultos, que tendían a mantener el latinismo como medida defensiva y distintiva". Como suele pasar con todas las alucinaciones de Américo Castro, los estudios históricos más solventes prueban todo lo contrario.
 
 
Don Claudio Sánchez-Albornoz

 
D. Claudio Sánchez-Albornoz que sí estudió científicamente las peculiaridades del embrión de nuestra reconquista muestra que, en su origen, el reino astur-leonés estaba organizado en una estructura social que presidía la realeza, secundada por un reducido número de "comites" e "imperantes", a los que seguían "los infanzones, llamados también filli benenatorum. Estaban exentos de tributos; gozaban de un wergeld* o valor penal de 500 sueldos y de algunos privilegios procesales que les diferenciaban del común del pueblo; podían poblar sus tierras con gentes allegadizas; recibían prestimonios o soldadas con cargo al servicio de guerra y llegaron a adquirir inmunidad en sus casas. Habían heredado el status jurídico y fiscal que los filii primatum habían adquirido en los últimos tiempos de la monarquía visigoda y lo habían ampliado".
 
Tanto el término "infanzón" al que derivó la expresión latina "filii benenatorum" (hijos de los bien nacidos, literalmente), como el de "hijodalgo", muestra filológicamente que ambos términos son derivados hispánicos del latín, sin que ninguno de los dos tenga nada que ver con las especulaciones arabizantes de Américo Castro. Estos infanzones, precisa Sánchez-Albornoz, serían los legítimos sucesores del rol que habían desempeñado los "filii primatum" de los postreros visigodos. Y fueron, como demuestra Sánchez-Albornoz, los protagonistas de la mayor empresa de nuestra reconquista: la del repoblamiento de los territorios reconquistados. Y estas gentes que poblaron los territorios fronterizos eran soldados-campesinos que, poco a poco, fueron reconocidos por la fuerza de los hechos, por la imperiosa necesidad que había de ellos, por el valiosísimo servicio que prestaban, gozando de los derechos de los nobles, con su exención tributaria, su wergeld de 500 sueldos, la plenitud de derechos penales y procesales, la posibilidad de poblar sus heredades con advenientes y escotas libres de toda relación señorial y con autorización para entrar a su vez en vasallaje de un señor. "Gozaban -dice el eximio historiador- de los derechos de los nobles pero no se confundían con ellos". En todo tenemos aquí pintados a los hidalgos originales: "La nobleza hispana -añade Sánchez-Albornoz- de los siglos cruciales de nuestra historia procedía así en gran parte de esos hombres libres que, en el siglo IX, nacieron en el valle del Duero".
 
Como puede verse, estamos ante el macizo de la raza que hizo España, la masa de los antepasados que le darán el tono predominante a la raza parda: un brillo que todavía sigue fulgurando, a través de los siglos, en la oscuridad imperante.
 
Por más que su esplendor auroral se haya cubierto por la costra, ese sector de hombres libres, "hijos de los bien nacidos", "hijos de algo", "hijosdalgo", "hidalgos" (fidalgos en Portugal) fueron los que reconquistaron con sus brazos nuestra tierra, los que la conservaron y custodiaron en la dura vida de frontera, expuesta siempre a las acometidas del enemigo extranjero invasor, cuyos reductos ocupados confinaban con nuestras lindes. Conforme se ganaba territorio y mientras había enemigos se mantuvieron fuertes, manteniendo privilegios, pero con la completa reintegración de España era de esperar que este estamento languideciera y, siendo el más bajo de la nobleza, fuese perdiendo prestigio y correlativamente derechos: veremos a los hidalgos pleiteando en las Chancillerías, para hacerse reconocer en las villas en que se instalan, reacias siempre a librar de impuestos a la vecindad, los veremos pobres, disimulando sus penurias, en "El Lazarillo" o los veremos en "El Buscón" formando cofradías de socorro y ayuda mutua: es una casta que va desdibujándose y que a duras penas llega al siglo XIX, habiendo sido severamente perjudicada por las reformas ilustradas.
 
Pero la hidalguía siempre ejercerá una fascinación en el español. No sólo son los blasones que transmiten la "ejemplaridad" de unos antepasados, tantas veces truncada en su continuidad por descendientes indignos. Está incrustada en el inconsciente colectivo de España, sigue alentando en el ideal del español de todos los tiempos, aunque en nuestra época no puede extrañarnos que ello sea en todo lo peor. Ahí tenemos a los "aforados" actuales como ejemplo de grupo privilegiado que, en 2014, ascendían a unos 17.621 (2000 de ellos políticos). Una mentalidad tradicional no está contra los privilegios, siempre y cuando a esos derechos les correspondan unas obligaciones; pero hoy pasa que a los derechos que algunos ostentan no parece que les correspondan unas obligaciones proporcionadas. Por supuesto que estos aforados de hoy poco tienen de hidalgos, ni siquiera con los decrépitos hidalgos crepusculares que, en su miseria, todavía tenían honor y nada podríamos encontrar que asemeje a estos "aforados" de hoy con aquellos recios hidalgos aurorales.
 
Decía Huarte de San Juan, en su magnífico "Examen de ingenios" que: "La república hace también hidalgos; porque, en saliendo un hombre valeroso, de grande virtud y rico, no le osa empadronar, pareciéndoles que es desacato y que merece por su persona vivir en libertad y no igualarle con la gente plebeya. Esta estimación, pasando a los hijos y nietos, se va haciendo nobleza".
 
Reflexionando sobre la genealogía de esta particularidad hispánica, Huarte de San Juan venía a decirnos que: "El español que inventó este nombre, hijodalgo, dio bien en entender la doctrina que hemos traído. Porque, según su opinión, tienen los hombres dos géneros de nacimiento: el uno es natural, en el cual todos son iguales, y el otro, espiritual. Cuando el hombre hace algún hecho heroico o alguna extraña virtud y hazaña, entonces nace de nuevo, y cobra otros mejores padres, y pierde el ser que antes tenía; ayer se llamaba hijo de Pedro y nieto de Sancho; ahora se llama hijo de sus obras (de donde tuvo su origen el refrán castellano que dice "cada uno es hijo de sus obras. Y porque las buenas y virtuosas [obras] llama la divina Escritura "algo", y a los vicios y pecados "nada", compuso este nombre, hijosdalgo; que querrá decir ahora:"Descendiente del que hizo alguna extraña virtud por donde mereció ser premiado del rey o de la república, él y todos sus descendientes para siempre jamás". La ley de la Partida dice que hijodalgo quiere decir hijo de bienes. Y si entiende de bienes temporales, no tiene razón; porque hay infinitos hijosdalgo pobres, e infinitos ricos que no son hijosdalgo. Pero si quiere decir hijo de bienes que llamamos virtudes, tiene la mesma significación que dijimos".

UNA RENACENCIA POR LAS OBRAS
 
Huarte de San Juan reconoce dos hidalguías: la heredada que viene de los ancestros que la cobraron y la que puede adquirirse por uno mismo mediante las obras. En ello están al unísono todos nuestros más grandes clásicos, recuérdese aquella cervántica frase: "Cada cual es hijo de sus obras". La nobleza adquirida es fuente de obligaciones, no sólo de derechos: y esto lo comprende cualquiera, siendo la primera obligación comportarse cual "hijo de algo" y no "hijo de ninguno". Bien nos lo recordaba García Valdecasas: "El tener ascendientes nobles no es más que una causa de obligación. Cada cual, por consiguiente, tiene que ser hijo de sus propias obras y justificarse por ellas. En el "Victorial", al que no hacía obras dignas de su estado y progenitores, se le llama "hijo de ninguno"." Huarte de San Juan, en sintonía con el "Victorial", alega que: "Todo el tiempo que el hombre no hace algún hecho heroico se llama, en esta significación, hijo de nada, aunque por sus antepasados tenga nombre de hijodalgo".
 
Muy interesante nos parece que Huarte de San Juan recurra a esa explicación diríamos que mística del "segundo nacimiento", incluso trae para justificarla el pasaje del Evangelio de San Juan, cuando Nicodemo acude a Cristo perplejo por algunas frases y Cristo le recuerda que es necesario un "segundo nacimiento". Obviamente, en el pasaje evangélico, Cristo se está refiriendo al bautismo y Huarte de San Juan, más que de un segundo nacimiento nos estaría, propiamente hablando, de un tercer nacimiento.

Habría por lo tanto como tres nacimientos:
 
-El nacimiento natural, por el cual todos somos iguales, hijos de Adán y Eva -decía Fernando de Rojas en "La Celestina".
 
-El nacimiento espiritual que, por las aguas del bautismo, nos hace renacidos en Cristo: "renatos".
 
-Y una suerte de tercer nacimiento que es el que procura el hombre por sus obras dado que, a la postre y muy español esto: "Obras son amores y no buenas razones".
 
Es imposible olvidar que este prestigio de las obras está en consonancia con el espíritu del Concilio de Trento que fue hechura de teólogos españoles, hijos de algo por su abolengo y, en su defecto, por sus obras.
 
Se advierte en todo ello que esta doctrina de la hidalguía, sustentada en nuestra mejor literatura, lleva aparejada a ella unas potencialidades inéditas de despliegue vital, de realización personal, familiar y social, eminentemente movilizadoras, frente a esa percepción anquilosada, pasiva e inoperante de una "hidalguía" decrépita que se autosatisface con un pasado momificado en árboles genealógicos y escudos heráldicos, frente a esa hidalguía que se preocupa de lo superficial y accesorio, ajena a la realidad y bien olvidada de que el aristócrata, cuando lo vale, no lo es sólo aristócrata por su esclarecido linaje, sino por las hazañas y  proezas que está llamado a hacer. No estamos ante un producto ideológico, sino ante un ideal de excelencia humana, siempre beneficioso a cualquier sociedad. Pero, ¿podría este ideal volverse a poner en pie?
 
Es bastante difícil que a día de hoy, cuando lo que se protege son conductas incluso delictivas y criminales, cuando se premia desproporcionadamente aptitudes que poco redundan en la defensa y el bien efectivos de la sociedad (pensemos simplemente en los sueldos de los futbolistas), podamos hacernos ilusiones de que el Estado en su actual configuración, valedor del estado de cosas vigente, venga a conceder un estatuto ventajoso a cuantos son descendientes de hidalgos dignos de tales o a cuantos merecerían en épocas más felices el honor de ser hidalgos. Pero sí que cabe que ciertas instituciones más o menos veteranas extiendan públicamente la condición de hidalguía a los hombres y mujeres dignos de merecerla por sus obras y esto se puede hacer, se está haciendo, aunque el bien no gaste las estentóreas estridencias que el mal gasta.
 
En esa línea sí que cabe el tercer nacimiento: el renacer como hidalgos. Y a esta tarea debieran emplearse cuantas organizaciones legales se apliquen a la reconstrucción de una sociedad devastada por la imposición revolucionaria que erige la discontinuidad y las más estrafalarias y falsarias "originalidades" como mecanismos destructores de todo lo que hace a una sociedad sana y bien ordenada: la ejemplaridad y la continuidad de lo que merece continuarse. Y, en muchos casos, reanudarse.


BIBLIOGRAFÍA

García Valdecasas, Alfonso, "El hidalgo y el honor".

Castro, Américo, "España en su historia. Cristianos, moros y judíos".

Sánchez-Albornoz, Claudio, "Sobre la libertad humana en el reino asturleonés hace mil años".

Sánchez-Albornoz, Claudio, "Orígenes de la Nación Española: el Reino de Asturias".

Huarte de San Juan, Juan, "Examen de ingenios para las ciencias".

Caro Baroja, Julio, "Lope de Aguirre, 'traidor'".

Maeztu, Ramiro de, "Defensa de la hispanidad".

García Morente, Manuel, "Idea de la hispanidad".

Nota:

Wergeld (también "weregild", "wergild", "weregeld") era una modalidad de compensar al damnificado que tuviera ese derecho mediante pago, en reparación por cualquier crimen. Era lo que en nuestros archivos se decía "hidalgo de devengar 500 sueldos". 

viernes, 21 de agosto de 2015

GRAN GUERRA, GRAN TRAGEDIA

Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor


Como el gran escritor francés León Bloy, cuando quiero enterarme de las últimas noticias, leo el Apocalipsis; y como él, ya sólo espero al Espíritu Santo y a los cosacos. Aunque no concuerdo con sus apreciaciones sobre la Primera Guerra Mundial.

Pienso que, hoy en día, Rusia, aunque tenga terribles problemas, es la única que tiene fuerza. O al menos, la única que quiere vivir. Europa está podrida. Y España, mi querida España, está llegando a unos niveles de bajeza inusitados. La auto-destrucción, la endofobia… España, esta España a la que tanto quiero y a la que tanto debo da asquito a sí misma.

Con todo, me planteo la génesis del desastre actual y lo que está por venir: La Revolución, por supuesto, aquella que partiendo de Estados Unidos y Francia, tantos millares de muertos ha dejado por entrambos continentes y luego otros colaterales… La Revolución que llevaba en su código genético la pérdida del principio de autoridad tan valorado por San Pablo, que definitivamente se dio a principios del siglo XX. Porque hasta entonces, hubo mucha reticencia. Pero tras la Gran Guerra del 1914 al 1918, toda idea de autoridad monárquica, por más corrompida que estuviera de Alemania a Rusia, acabó desapareciendo. Y ni los Habsburgo ni los Romanov querían la guerra, y de hecho, la evitaron hasta último momento.

Y luego, florecieron los nacionalismos, las divisiones, las mediocridades…. Toda una oleada republicana patrocinada por el mentado imperialismo angloamericano. Esa “autodeterminación” que propagaron los yanquis, curiosamente, quienes más se lo han pasado por el forro, y quienes aprovecharon el percal, con sus papaítos ingleses, para agrandar sus colonias.

 Se perdió lo poco bueno que quedaba del mundo viejo y se consagró todo lo malo del mundo nuevo. Y en Francia, la idea monárquica, si bien presente en una élite patriótica combativa, era más idea que realidad propiamente dicha.

Se perdió la autoridad. Se fue perdiendo la fe. Se perdió la belleza, el sentido común la tradición... La maldita revolución industrial ya asomaba lo que iba a ser esta maldita revolución financiera que hoy padecemos. Ya no cuenta el mérito, el trabajo, el sacrificio... Ya no cuenta nada. Ya no hay nada. Los españoles, emigrando por necesidad. Europa está mal. Y amén de hambre, nos morimos de asco, porque ya no hay caballeros ni batallas. Estamos ante la nada. En la misma iglesia esto ha roto todos los esquemas, en especial desde el Concilio Vaticano II. Muchos curas han sido los peores enemigos del catolicismo, y muchos parecen seguir empeñados en eso. No sólo no han acercado la iglesia al pueblo desterrando la tradición y el magisterio, sino que han utilizado todo para estar cerca del poder que más le ha convenido, unos a la derecha y otros a la izquierda. Otra vez liberales y marxistas entendiéndose, pero en la propia Iglesia. Y se sigue con el complejo de inferioridad ante los protestantes, los mismos que dividieron y ensangrentaron Europa, los que nos trajeron el determinismo, la destrucción de la liturgia, el culto al dinero; los que se aliaron con lo peor del judaísmo, dándole alas políticas y económicas sobre todo desde Inglaterra y Holanda.

En fin, no hemos sabido combatir todo este dilatado proceso, y lo que hoy padecemos, por desgracia, en muy buena medida nos lo merecemos.


La Gran Guerra fue la gran tragedia. Mejor dicho: La consumación de la tragedia. Vivimos la resaca de una tremenda borrachera. Ya es hora de que durmamos la mona y de que despertemos como Dios manda. 

miércoles, 19 de agosto de 2015

ENTREVISTA A LA ASOCIACIÓN XERUTA

Imagen de xeruta.blogspot.com


¡Exclusiva! Uno de nuestros fundadores, el historiador y escritor Antonio Moreno Ruiz, entrevista a la Asociación Xeruta, cuyo trabajo por reivindicar la influencia y presencia hispánica en el norte de África es más que encomiable. Pasen y vean:


Raigambre - ¿Cuándo se formó la Asociación Xeruta?


Xeruta - Formalmente hace unos tres años pero los mismos amigos que  la componemos actualmente ya veníamos haciendo cosas juntos—principalmente salidas al campo y viajes por encargo—desde bastante tiempo atrás.


Raigambre - ¿Cuáles son vuestros ideales y objetivos?

Xeruta - La recuperación de la memoria histórica —en sentido estricto, sin ningún sesgo político—en la parte que nos es más cercana, que es la presencia española en el norte de África, ese se podría decir que es nuestro objetivo principal. También nos interesan el resto de los periodos históricos del ámbito geográfico donde nos movemos, que es el noroeste de África.  Como ideales, el amor a la historia y la tradiciones en general y de  España y Marruecos en particular.


Raigambre - ¿Cuál es vuestro radio de acción?

Xeruta - Plazas españolas de África, Marruecos y Sáhara Occidental.


Raigambre - ¿Tenéis algún apoyo de alguna institución?

Xeruta - Económicamente no. Nos financiamos de las cuotas de los socios y de los viajes conmemorativos que organizamos, tanto por iniciativa nuestra como por encargo. En este sentido quiero decir que nuestra relación con las distintas unidades de la Comandancia General de Ceuta es magnífica, colaborando con ellos en todo lo que nos es posible para la organización de viajes y conmemoración de hechos históricos.


Raigambre -  Normalmente se habla de la influencia moruna en España de una forma muy exagerada; sin embargo, nada se sabe de la influencia hispánica en el norte de África. Por supuesto, en los planes de estudio no aparece nada, y hay datos elementales que se desconocen. ¿Qué os parece? ¿A qué creéis que se debe? ¿Existe una leyenda negra al respecto?


Xeruta - Ahora se ha puesto de moda todo ese mundo exótico del Marruecos español pero de forma trivial. Políticamente no interesa profundizar en la historia y sí que es cierto que el régimen político actual ha tratado de vincular, por ejemplo, el Protectorado de España en Marruecos con unas supuestas ansias de neoimperialismo del estamento militar, la muerte de miles de españoles en el Rif, con la guerra civil o con el régimen franquista, todo ello con unas consecuencias siempre nefastas para España. No se dice sin embargo que tras siglos de conflictos armados de mayor o menor intensidad entre España y Marruecos, —un goteo constante de muertos en las fronteras de las plazas de soberanía españolas  desde su constitución como bases  para frenar los ataques norteafricanos y turcos a la Peninsula—el mayor periodo de paz fue, precisamente, durante el Protectorado, tras la última gran guerra de África que acabó en el 27.






Raigambre - ¿Existe buen recuerdo de España por partes de las gentes que conocieron o que tienen información de la época de Protectorado? Por ejemplo tenemos entendido que hace años, durante una revuelta, hubo algunos ifneños que sacaron banderas españolas como señal de protesta. ¿Queda hispanofilia por SidiIfni y el Sáhara?

Xeruta - No sólo en Ifni y el Sáhara, en todo Marruecos. La colonización española fue muy diferente a la francesa. Entre los historiadores marroquíes, por ejemplo, hay unanimidad en reconocer que, tras la II Guerra Mundial con el auge del nacionalismo marroquí, los marroquíes gozaban de mayores libertades políticas, paradójicamente, en la zona del “fascista” régimen español que en la zona de la  “democrática” República Francesa.


Raigambre - Observamos que, paradójicamente a lo que algunos puedan pensar, en Ceuta y Melilla existe una muy fuerte conciencia de orgullo por la españolidad. ¿Es así?

Xeruta - Así es. Tanto Ceuta como Melilla deben su ser como ciudades españolas al apoyo durante siglos de toda la Nación Española. De no ser por este apoyo en forma no solo de unidades militares cuando fueron precisas, sino de ayuda económica permanente, la presión constante a la que llevan sometidas durante siglos las habrían hecho caer y eso su población lo tiene muy presente.


Raigambre - ¿Qué os parece la obra del pintor Augusto Ferrer-Dalmau sobre los regulares en particular y el ejército español en general?

Xeruta - Nuestra asociación posee la distinción de “Regular de Honor” por lo tanto todo lo que toca al Ejercíto en general y a su unidad más laureada en particular lo sentimos como propio. Augusto Ferrer Dalmau se caracteriza por ser un excepcional pintor que focaliza su arte en episodios--a veces heroicos, a veces cotidianos—de la historia de  nuestros ejércitos. Además de una magnifica documentación, sabe reflejar de una forma increíble el espíritu de la escena que representa. Lo que se echa de menos es que, en otros campos como el cine, la música o la literatura, no haya más artistas que aprovechen el extraordinario filón que es la historia de España.





Raigambre - Carta blanca:

Xeruta - Animamos  a todo el mundo a interesarse por la historia de nuestra gran nación. En internet hay muchos foros y páginas que pueden interesarles antes de lanzarse a comprar libros y decidirse sobre una época determinada para empezar a descubrir este mundo extraordinario que es nuestro pasado. Aquí en Ceuta, la Asociación Xeruta está siempre a su disposición para echarles una mano orientándoles o guiándoles sobre el terreno si se deciden a visitar los escenarios históricos in situ.



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