RAIGAMBRE

Revista Cultural Hispánica

jueves, 28 de enero de 2016

LA GESTA DE LOS MATEMÁTICOS CLANDESTINOS DE "LUSITANIA"

Algunos de los miembros de la Escuela Matemática de Moscú, entre ellos Egórov

MATEMÁTICA Y MÍSTICA EN LA URSS

Manuel Fernández Espinosa


Aunque estemos en el siglo XXI y las distintas ramas de las ciencias se hayan desarrollado, dejando obsoletos los modelos científicos del siglo XIX del positivismo y el materialismo, ya lo vemos: todavía existe gente que se autointitula "marxista" sin que se le caiga la cara de vergüenza. Y no sólo debieran pedir perdón por los genocidios cometidos a lo largo de la historia en nombre de esa ideología, sino que debieran hacer por remediar su portentosa ignorancia haciendo algo, como mínimo, por informarse del curso que las ciencias han recorrido a lo largo del siglo XX. En la actualidad, por muy profanos que seamos en ciencias exactas o naturales, existen suficientes recursos para estar puesto al día. Pero, por lo visto, es más cómodo seguir repitiendo las mismas pamplinas decimonónicas, a saber: que la ciencia refuta a la religión, que la razón rechaza a la fe, que la materia liquida el espíritu.

El campo de las ciencias exactas ha sido, desde los pitagóricos y desde Platón, el más apto para derruir todo conato escéptico o materialista. Los pitagóricos formaron una escuela que combinaba el estudio de la matemática y la música con la religiosidad y Platón tomó lección de ello, elevando la matemática a ciencia propedéutica que, a manera de escalón, como "dianoia" permitía alzar el vuelo a la "nóesis". Más tarde, pasados los siglos y los siglos, vendría Descartes a tratar de vencer parecidos problemas epistemológicos, recurriendo otra vez a la matemática. No vamos aquí a pronunciarnos sobre las consecuencias, a veces nefastas (es el caso del cartesianismo), pero en otros artículos de RAIGAMBRE hemos aludido a Malebranche que, en este sentido, permanece casi inédito en lo que concierne a las implicaciones religiosas que trae consigo el más esmerado cultivo de la matemática.

Sin embargo, menos conocida es todavía la gesta que tuvo lugar en Moscú, allá por la primera mitad del siglo XX. Me refiero a la Escuela Matemática de Moscú cuyos trabajos aportaron una serie de realizaciones en el campo matemático que refrendan nuevamente, en el siglo XX, la gran intuición -científica y mística- de los primitivos filósofos griegos que supieron ver el orden matemático que se oculta bajo el aparente desorden que perciben nuestros sentidos y, por lo tanto, el barrunto como poco de un Dios, Inteligencia divina y ordenadora.

El corazón de la Escuela Matemática de Moscú fue el grupo "Lusitania". Este grupo nos lo han dado a conocer los matemáticos e historiadores de la ciencia Loren Graham y Jean-Michel Kantor en un libro apasionante: "El nombre del infinito. Un relato verídico de misticismo religioso y creatividad matemática". Pero también, desde una perspectiva judía, ha tratado el asunto Amir Aczel en su ensayo "The Mystery of the Aleph: Relativity, Kabbalah, and the Search for Infinity" (que, donde hasta se me alcanza, está todavía sin traducir al español). Nosotros vamos a dejar a Aczel a un lado y vamos a centrarnos en el ensayo de Graham y Kantor que en su libro referido consideran tanto a la Escuela Matemática francesa como a la Escuela Matemática de Moscú que se mostró mucho más fructífera y a cuya cabeza estaba Dimitri Fiódorovich Egórov (1869-1931).
 
Toda la cuestión se origina en la teoría de conjuntos del matemático Georg Ferdinand Ludwig Cantor que audazmente se internó en la problemática de los "conjuntos infinitos", que desarrolló y formalizó estas especulaciones, en un principio estrictamente matemáticas, pero que casi hunden en la demencia a su artífice. Cantor llegó a identificar el "infinito absoluto" con Dios, lo que le valió la mofa de algunos científicos contemporáneos, troquelados en el racionalismo más ortodoxo. Si los matemáticos franceses fueron pioneros en desarrollar las especulaciones de Cantor, su racionalismo cartesiano les impidió llegar a la radicalidad que ahí se requería. Era menester que el testigo lo recogieran los matemáticos rusos, mucho más místicos y desprejuiciados. La combinación de estos intereses científicos con la religiosidad mística rusa -en concreto me refiero a los seguidores de la "imiaslavie" (adoración del Nombre) produjo "Lusitania". Los "adoradores del Nombre" habían surgido en el Monasterio de San Pantaleón del Monte Athos, poblado de monjes rusos que habían hecho su propia interpretación de la antiquísima y venerable práctica piadosa del hesicastismo.
 
Así fue como se formó esta escuela que se estructuró internamente a modo de sociedad pudiéramos decir que cuasi secreta. La jefatura del grupo estaba en Egórov, aunque las personalidades del matemático Nikolai Nikolaievich Luzin (1883-1950) y el teólogo Pável Florenski (1882-1937) ejercieron una indiscutible influencia en la dirección espiritual del grupo. Los estudiantes universitarios que ingresaban a "Lusitania" recibían un "nombre secreto", tomado de la teoría de conjuntos, su mentor Egórov era de esta forma denominado Aleph Omega. El segundo del grupo era Luzin. Se conjetura que el nombre del grupo -Lusitania- pudiera estar relacionado con el apellido de Luzin, aunque no parece probable, en tanto que sin empecer su genialidad, Luzin se mantuvo como subordinado de Egórov, otros piensan que se hicieron llamar "Lusitania" en homenaje al barco hundido en 1915 por un submarino alemán, pero parece que los matemáticos moscovitas empleaban el nombre "Lusitania" con antelación a la fecha del hundimiento. No se sabe a ciencia cierta la razón por la que escogieron el nombre de esta provincia romana hispana, posiblemente -pienso yo- evocara en ellos el confín del continente euroasiático, habida cuenta de su afán por rebasar lo finito, no en vano especulaban con los números transfinitos.

Aunque el grupo trabajaba en los gélidos aularios de la universidad, tenía una especie de sede espiritual en la iglesia de Santa Tatiana Mártir, próxima al recinto universitario moscovita. Si no fueron miembros de "Lusitania", otras grandes personalidades de la cultura rusa estuvieron muy próximas a este grupo que compaginaba investigación matemática y espiritualidad: músicos o poetas, como el simbolista Andréi Bely, consonaban con el espíritu del grupo matemático.

Si los "adoradores del nombre" fueron tachados de heterodoxos por la iglesia ortodoxa rusa, el destino de los miembros de "Lusitania" fue en ocasiones trágico, pues ni el críptico lenguaje matemático que reservaba sus secretos religiosos pudo escapar a las sospechas de los comisarios soviéticos. Muchos sufrieron prisión, sin que les valiera su reputación científica mundial y el mismo Florenski fue martirizado en 1937 por los comunistas. Sin embargo, el impacto no por sigiloso fue menos considerable, atendiendo a la preservación espiritual de una fe robustecida por la matemática, actuando ésta como propedéutica a una experiencia mística cuya analogía -salvando mucho las distancias- habría que ir a buscarla en el platonismo.

Formando parte de la "Iglesia de las catacumbas", el grupo "Lusitania" también proyectó su autoridad filosófico-matemática sobre toda la Rusia real que sufrió durante tanto tiempo la satanocracia marxista. Parece que resuena "Lusitania" en "El primer círculo", de Alexander Solschenitzin; esta novela no podrá ser leída sin la clave de estos matemáticos clandestinos. Así, como botón de muestra, digamos que uno de los personajes de "El primer círculo" -el coronel de Ingenieros soviético Anton Nikolaievich Yakonov- les dice a unos matemáticos prisioneros:

"En verdad, la secta de los matemáticos tiene un envidiable ritual de altivez. A lo largo de mi vida, los matemáticos me han parecido siempre una especie de Caballeros de Rosacruz y siempre me ha amargado el no haber tenido manera de iniciarme en sus misterios".

Algo tendría que saber Alexander Solschenitzin de esta soterrada escuela científica y mística que se llamó "Lusitania" y que fue una línea de resistencia en la misma Escuela Matemática de Moscú. En el mismo corazón de la capital del materialismo histórico ateísta, entonces triunfante, un grupo de matemáticos seguía adorando el Nombre de Dios.

viernes, 22 de enero de 2016

RELEYENDO A MENÉNDEZ PIDAL

Imagen de www.rae.es
Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor
Releyendo a Ramón Menéndez Pidal (Los españoles en la literatura y Los españoles en la historia), apunto conclusiones muy interesantes:
-Es clave entender el "buen proceso selectivo" que se dio desde los Reyes Católicos a Felipe II; aunque ya con Felipe II esa "selectividad" se fue perdiendo. Nuestras épocas de decadencia se anuncian siempre con esa pérdida selectiva, en pro de individualismos y envidias.
-El localismo exacerbado siempre aparece en nuestras épocas de abatimiento. Y apareció copiosamente en la época de los Austrias Menores, siendo que el advenimiento de la dinastía borbónica reforzó un sentimiento mucho más unitario, que duró especialmente todo el siglo XVIII; coincidiendo con nuestra apartamiento de las absurdas guerras europeas en las que nos metió la Casa de Habsburgo, y centrándonos mucho más en América y en Inglaterra como enemigo. No ha sido sino hasta finales del siglo XIX donde ese "localismo" ha aparecido y se ha transformado en lo que tristemente conocemos...
-No obstante, me parece interesante la observación de que si en los países hispanoamericanos donde hay mucha afluencia de inmigrantes españoles se da mucha importancia a los círculos regionales porque los españoles no se sienten extranjeros en esos países... En la época de Menéndez Pidal el separatismo era marginal, esta versión me parece un poco "optimista"; no obstante, sería cuestión de trabajarla, y hasta de darle una vuelta de tuerca.
-Menéndez Pidal me parece mucho más descontaminado de "mitos románticos" y mucho más sobrios me parecen sus análisis históricos, etnoculturales y filológicos que otros autores a los que tengo y debo cariño, como el mismísimo Marcelino Menéndez y Pelayo.
Y es que terminando esta relectura, me llama la atención una observación importantísima de Menéndez Pidal: El castellano no entra por "imposición" en el Medioevo y el Renacimiento, sino al contrario: Forma parte de la tradición bilingüe de buena parte de la Península Ibérica; tradición bilingüe que hasta se dio en el mundo musulmán, con el árabe dialectal andalusí y el romance mozárabe (antes de que muchos de éstos terminaran de ser expulsados por los almohades). En Valencia, normalmente no se cuenta la influencia navarro-aragonesa amén de la mozárabe; superiores a la influencia catalana, por cierto.
En cuanto al mozárabe, Menéndez Pidal también subrayó su importancia en los topónimos y las hablas granadinas. Palabras que nos sonaban a gallego son, sin embargo, mozárabes. El parecido en cuanto al vocabulario y la forma poética de ambas lenguas es asombroso y entrañable. Primero la repoblación de sur a norte y luego la repoblación de norte a sur creó una interacción formidable. Incluso en Portugal se da también el fenómeno bilingüe, pues amén del portugués (herencia de la primitiva lengua galaico-portuguesa), se da el caso del mirandés, que es un dialecto del astur-leonés. Al igual que en Cataluña, desde el siglo XV, se ha dado la interacción entre el catalán y el castellano muy naturalmente. Como en Galicia. A través de los teatros y de las imprentas, por ejemplo. Otrosí, los primitivos dialectos castellanos, astur-leoneses y navarro-aragoneses eran tan parecidos que todavía la filología actual no se aclara del todo. Las glosas de San Millán de la Cogolla, ¿castellanas o navarro-aragonesas? Por eso, si bien lo que hablamos depende mucho de lo que nace en Castilla la Vieja, ¿acaso puede entenderse sin la fuerte influencia vascuence, sin las absorciones navarro-aragonesas y astur-leonesas, y sin el romance mozárabe? Yo creo que con eso y con la expansión hacia Canarias y América, el idioma de Cervantes es más "español" que "castellano", la verdad. De todas formas, siempre se ha llamado indistintamente. No es una cuestión "ideológica" ni de "centralismo". Este fenómeno bilingüe, por cierto, existe en otros países de la "región". En Italia, amén de la expansión del toscano como lingua franca, rara es la región que no tiene dialecto o lengua propia. En Francia, tres cuartos de lo mismo. En Alemania todavía existe una lengua de origen eslavo, el sorabo (hermana del serbocroata). Y etcétera... No somos "más diferentes entre nosotros" que otros muchos países del complicado mundo. Y profundizando nuestro hispano caso, los españoles estamos muy maleducados especialmente a raíz del siglo XIX, cuando el regionalismo se desquició hasta politizarse separatista; y cuando una serie de torpes creyeron que la "solución" era "prohibir". El franquismo fue suave en eso, pues las absurdas prohibiciones fueron levantadas en 1946 y así, Josep Pla y Álvaro Cunqueiro fueron los mejores exponentes de la lengua catalana y gallega, respectivamente. En nuestras épocas de decadencia, el localismo separatista (y la estupidez separadora) arrecia; sin embargo en nuestras épocas pujantes, el sentimiento lógico-unitario aflora muy natural y rápidamente.
Es de Menéndez Pidal (todo un buzo de la sabiduría) la teoría de que en la Spania visigoda, el latín estaba evolucionando a un romance similar en toda la Península, y que fue la invasión mahometana lo que desgajó la evolución en dialectos y lenguas muy parecidas en su origen. Hay que trabajar mucho tanto esa filología como ese periodo histórico para entender muchas cosas en estos tiempos de surrealismo suicida. Gracias a Menéndez Pidal y Sánchez-Albornoz en el pasado; gracias a Daniel Gómez Aragonés en el presente, nos iremos reencontrando, a pesar de que todo se vea más oscuro que el sobaco de un grillo.
Con todo, lo que no concuerdo con Menéndez Pidal es que haya “dos Españas”; porque España es una y diversa al mismo tiempo, también en cuanto a sentimientos políticos. No me acaba de convencer esa “imagen” que creo, cuanto menos, incompleta, y en verdad, dañina. Pero bueno, no deja de resultar algo baladí en cuanto al conjunto de una obra que debe ser leída y apreciada continuamente, y más en estas aciagas horas.

domingo, 10 de enero de 2016

CUIDADO CON EL PSEUDOHISPANISMO




Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor

-Esto del internet es como todo: Tiene su parte buena, pero también su parte mala. En internet podemos encontrar mucho tipo de información, pero también podemos encontrar basura a espuertas. Y dentro de la basura se encuentran los especímenes que, amparados en el anonimato del teclado, se crecen más de la cuenta con sus intoxicaciones. No sería un excesivo problema, dado que es algo que pasa habitualmente. Pero en nuestro caso, sí que es para tomárselo en serio y hasta combatirlo, pues con sus cochambrosas actitudes, están dando muy mala imagen de ideales que son sanos y buenos por naturaleza. Y ya está bien.

Cuando comenzamos la andadura de esta revista cultural hispánica, hicimos del hispanismo acaso nuestra más ferviente bandera. Hemos escrito mucho sobre varios niveles y facetas, y en la lastimosa situación en la que se halla la Hispanidad, creemos que no existe ideal más noble, y que de hecho, ya fue sublimado en el pasado y hoy toma una inevitable directriz geopolítica (1) que debe tornarse cada vez más plausible. Empero, gracias a determinados personajillos de malvivir que no son capaces ni de organizar sus vidas y encima van de caudillos y virreyes, el término "hispanismo" está empezando a tomar unos tintes peyorativos y antipáticos, pues este ganado, que apenas acierta a organizar su triste vida, se cree encima con el aura de pontificar a diestro y siniestro. Para ellos, el hispanismo será empolvarse la nariz, ponerse una peluca... En fin, caricaturizar el pasado. Porque con su actitud, no ayudan tampoco a que se conozca y se valore la verdadera historia, en lo cual todavía hay bastante por laborar. Se inventan delegaciones que no existen más que en la oquedad de sus cabezas de chorlito y dan carnets de ortodoxia según sea el peloteo o la amistad de turno. Hace tiempo, algunos de estos impresentables, tristemente conocidos, dictaminaron que nuestra revista no sigue una línea ortodoxa. Porque ellos lo valen, vamos...  Y así, creen poder dirigir el mundo como si fuera su cyber-ajedrez.

Ya basta de imposturas y de pamplinas. La situación de nuestra patria es dramática. No necesitamos comentaristas floridos de lo que ya sabemos. Necesitamos propuestas y apuestas para los problemas de nuestro tiempo. Vázquez de Mella o Aparisi y Guijarro hablaban de los problemas de su tiempo. ¿Esta gente que va de sabelotodo ha presentado algún plan contra la reforma laboral? ¿Algo para el retorno de la diáspora emigrante? ¿Algo sobre el exceso burocrático de comunidades autónomas, senado, diputaciones? ¿Algo sobre la enseñanza? ¿Sobre la formación profesional? ¿Sobre los elevadísimos impuestos a los autónomos? ¿Se han planteado usar el youtube para hacer canales de todo tipo de programas, ya sea historia, música, gastronomía....? Con poco, se puede hacer mucho. Pero estos supuestamente más papistas que el Papa nada hacen ni nada quieren hacer más que estorbar, puesto que no quieren salir de su tertuliana terapia de autoayuda.

Necesitamos construir un movimiento hispánico tradicional, sano, popular, combativo y realista. Simpático para nuestros jóvenes. Creador de lazos, sugestivo. Reconquistador. Sí, porque estamos en una situación similar a la que halló Don Pelayo y los refugiados de Asturias frente a la media luna de Tarik y Muza. E Hispanoamérica se debate en continuas incertidumbres y contradicciones. Ya bastantes estorbos tenemos entre el sistema y sus esbirros como para que este gentucerío que nunca ha hecho nada constructivo encima venga a poner piedras en el zapato.

Cuidado con este pseudohispanismo. Hay muchos hispanoamericanos potencialmente buenos que están cogiendo asco al ideal hispanista porque hasta el adjetivo está siendo copado por estos mequetrefes. El hispanismo no es eso. Históricamente, el tradicionalismo hispánico jamás defendió volver al pasado ni ser un esperpento con olor a naftalina. No está en su código genético-político. Esto tampoco es tradicionalismo. Tradición no es volver al pasado. La tradición es un concepto dinámico, es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas.

Juan Vázquez de Mella proponía un "nuevo imperio diplomático, mercantil y espiritual" y una "confederación tácita". Como Ángel Ganivet, señalaba la confederación con Portugal e Hispanoamérica y el dominio del Estrecho de Gibraltar. Otras personalidades españolas como Zacarías de Vizcarra, Ramiro de Maeztu y Manuel García Morente apoyaron estos ideales con distinciones políticas, culturales, espirituales y filosóficas. Asimismo, el portugués António Sardinha habló en su Alianza Peninsular de completar estos ideales con la familia lusitana, estando cada uno en su sitio: Juntos, pero no revueltos. Y no sólo esto es una "cuestión de europeos", pues similares ideales defendieron, por ejemplo, los peruanos José de la Riva Agüero y Rafael Cubas Vinatea, así como el brasileño Arlindo Veiga Dos Santos. No todos tenían con exactitud los mismos ideales políticos, pero congeniaban en estos temas generales y principales. Ese ha de ser el camino a seguir. Un camino lógico y transversal. Y al final, todos los caminos conducen a Roma.

¡Podríamos superar a la Commonwealth anglosajona! La Cumbre Iberoamericana podría revertirse para algo efectivo, para esa gran alianza diplomática, militar, cultural, económica y espiritual que anhelamos. Hacia eso tenemos que dirigir nuestros esfuerzos, y no hacia pasados que no volverán.

Pero todos tenemos que aprender y que aportar. Históricamente, no sólo España influenció, sino que España también se influenció. Hispanismo no es tener aire de superioridad, sino señalar cómo el plato más típico de España es la tortilla de papas, o cómo el flamenco no se entiende sin una base de música criolla. Hispanismo es interacción y movimiento, un desafío impresionante ante la globalización; que no por nada dijeron los ingleses en el siglo XVIII que "a España hay que vencerla en América y no en Europa". Hispanismo es trabajar conjuntamente y encarnar ideales que ya están sobre el papel, y que entre todos podemos ayudar a comprender y actualizar. Tenemos una gran dimensión geopolítica. Actuemos en consecuencia y consonancia. Y no caigamos en el error de juzgar la belleza de un término por cuatro estúpidos que lo malogran; porque esos cuatro estúpidos malogran cada palabra que sale de sus hocicos.

¡Seamos hispanistas y para adelante! Pero seamos de verdad, y no de mentira, como otros y pocos. Hispanismo auténtico e integrador, sí. Pseudohispanismo de opereta, al basurero.







NOTAS:




miércoles, 6 de enero de 2016

EL CARLISMO PERENNE

 


Manuel Fernández Espinosa



¿Por qué el Carlismo sigue vivo y perseverante a través del tiempo, las vicisitudes y los reveses? ¿Por qué, después de tantas y tantas derrotas… vive todavía? Nunca vencido -siempre a medio triunfar- el carlismo.

El carlismo… Muerto por una maldita bala del demonio: Tío Tomás Zumalacárregui, caudillo glorioso, ejemplar de la nobilísima raza vasca, soldado íntegro desde la cuna de Ormáiztegui hasta el mortuorio de Cegama: heredero de Viriato, ¡bendita sea la madre que te parió y la tierra que te cubre! El carlismo… Vendido por traidores (Maroto) a patanes ayacuchos (Espartero), con la tercería de arrieros gananciosos (Machín Echaure el de Bagorta). El carlismo… Adulterado por la desesperanza y el desaliento extraviado (Sabino, pobre Sabino… ¡con la casta que tú tenías!). El carlismo… Falsificado por escritores de fortuna al servicio de las logias… El carlismo… Bloqueado económicamente por maniobrantes dineranos (Rothschild). El carlismo... asesinado en la madre de Cabrera por un pelotón de fusileros desalmados... Ramón Cabrera del Maestrazgo, rugiendo como un tigre, sediento de sangre liberal en su Némesis. El carlismo… Correteado por ejércitos cipayos y mercenarios extranjeros, perseguido y hostigado por los caminos que cabalgó D. Quijote de la Mancha con Sancho: Miguel Sancho Gómez Damas, nuevo Quijote a la cabeza de miles de Quijotes, nuevo Sancho contra malandrines desamortizadores y vendepatrias, nuevo Quijote muerto lejos del campanario de nuestra patria, nuevo Sancho enterrado en suelo bordelés. El carlismo... todos los grandes dramas que no se escribieron en pequeñas crónicas, todo el dolor y la nostalgia de los carlistas exiliados en Francia, en Argentina, en Uruguay... Con el alma en un hato, despidiéndose de sus valles y de sus caseríos, de sus cortijos, de sus masías, de las tumbas santas de sus ancestros, yéndose para no regresar jamás. El carlismo... voz del bardo que cantó al Árbol Santo, Iparraguirre inmortal.

El carlismo… Ninguneado en los corrinchos parlamentarios. El carlismo… Diplomáticamente desoído por los gabinetes de Franco… Pero ¿es que no os percatáis de que el Carlismo es España? Pobre España, madre desgraciada, ultrajada, vendida, traicionada, comprada, esquilmada, calumniada, pero… ¡Nunca vencida!

España, tan distinta de esta mamarracha, una estrella más en el trapo europeo, pintarrajeada como las putas, viviendo en un absurdo carnaval, haciendo las esquinas en la aldea global, de espaldas a los pueblos españoles de América, rifada en las letrinas bursátiles, falsa España centralista y descentrada. ¿Qué te queda a ti, falsaria España, de la España de nuestros padres? Esos rostros pueblerinos, nobles como el pan de pueblo, severos como la vara de un maestro, verdaderos como el catecismo, santos como la iglesia y el hogar... Esas caras no han muerto, viven todavía por la vida que tuvieron. Y mirad, todavía veréis en las muchedumbres urbanas, caras hoscas que llevan un carlista dentro, caras que no pueden fingir el asco que les da todo el pan adulterado y el circo infame que las rodea: son caras carlistas, de las que el Tío Sam no puede confiar. Pero hay hoy tantas otras caras... esas caras duras de hoy, caras blandas de hoy, máscaras sin vergüenza ni honor. Falsa España de caras falsas de hoy... de ti no queremos ni el aliento nauseabundo que exhalas.

Tú, que no quieres que se escuche la lengua vasca del sílex: no eres España. Y tú, que no quieres que se escuche la lengua del enamorado Macías: no eres España. Y tú, que no quieres que se escuche la lengua en que cantó Verdaguer a la Atlántida... No eres España. Tú, que no quieres que se hable la lengua que te hace universal, no eres ni vasco, ni gallego, ni catalán. Vosotros sois la España falsa del cacique liberal, conservador o progresista, da igual; españolista o separatista, da igual. No sabes lo que fueron tus padres... ¡Regresa a la casa del abuelo, y lo verás!

¿Cómo es que todavía existen carlistas? Pues que todavía queda España.

¿Cómo se explica que existamos? Pues que todavía amamos a la España neta.

Si el carlismo consistiera en la exclusiva defensa de una rama dinástica: ya no habría carlistas. Si el carlismo consistiera exclusivamente en la Patria: ya no habría carlistas, tal vez nacionalistas españoles (como Narváez, Prim o Franco). Si el carlismo consistiera tan solo y no más que en los fueros, ya hubiéramos atajado, convirtiendo España en taifas que se revuelven por desintegrar la Patria.

No. El carlismo no podrá ser destruido jamás, pues unió a la Santa Madre Iglesia Católica todas las demandas justas que cifraba en su lema, y la Iglesia no tendrá fin; y el carlismo, como cúspide de todo, puso a Dios y... ¿quién como Dios? -tronó la voz de San Miguel Arcángel. El lema del carlismo: Dios, Patria, Fueros y Rey, por ese orden, constituye un perfecto programa político que tiene perduración sin fin.

Pues mientras haya un estremecimiento en el corazón que ansíe la rubicundez de la parva, la calma de la era, el viento peinar los trigales y las trochas sobre las cosechas. Mientras haya un poeta que se embelese con el chorro del caño de un manantial. Mientras que haya unos ojos enamorados de las casas antiguas y blasonadas. Mientras que haya un corazón que abomine de los ruidos inhumanos y maquinales. Mientras que haya quien execre de toda la artillería química que mata a los animales, destruyendo la naturaleza… Alguien me dijo: habrá un carlista.

Mientras haya un joven buscando la raíz de su nostalgia, y la encuentre en el vago sentimiento de la vergüenza insufrible de saber que España está tan por debajo hoy de las grandezas de sus antepasados, que España no es gobernada por los españoles, y quiera despertar… Alguien me dijo: habrá un carlista.

Mientras que haya una abuela que de la mano lleve a su nieto a una iglesia, y le enseñe la talla del Sagrado Corazón de Jesús, y le diga “Cristo es Rey”… Alguien me dijo: habrá un carlista.

Mientras que haya un buscador, perdido entre las ruinas de todo lo que fue y jamás volverá a ser, extraviado buscador sobre los escombros de lo que es, pero dejará de ser… Alguien me dijo: habrá un carlista y hará que lo que nunca dejó de ser, vuelva a su ser.

Mientras que haya custodios de la Tradición que, a través de la vorágine de los tiempos, hagan pasar el legado a los que queden… Alguien me dijo: habrá un carlista.

Y si no hay Don Carlos… Seguirá habiendo carlistas. En los rostros de nuestros antepasados está España. Que los rostros de nuestros descendientes sigan siendo España. El carlismo es inmortal.

Que el Espíritu Santo renueve la faz de la Tierra.
 
Fecha original: año 2009

domingo, 20 de diciembre de 2015

EL LEÓN IBÉRICO

Imagen de www.xn--espaaescultura-tnb.es

Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor 


-Cuando romanos y cartagineses invadieron la Piel de Toro, se quedaban sobrecogidos cuando al crucificar a los guerreros iberos, emitían "roncos cantos de guerra". Pronto los romanos se dieron cuenta de que ni celtas ni iberos valían como esclavos: O se suicidaban o mataban a sus dueños. Fue un romano de sangre hispana (nacido en Córdoba) como Lucio Anneo Séneca el que dijo que "quien sabe morir, nunca será esclavo". Los hispanos valieron como escoltas y como emperadores, pero no como esclavos. Roma tardó dos siglos en poder conquistar Hispania. Sus legiones fueron humilladas en muchas ocasiones y acaso nuestro suelo fue el mayor cementerio de romanos de la Historia.

No digo que yo sea "antirromano", al contrario, me siento muy orgulloso de que mi lengua provenga del latín y de lo mucho bueno que tuvimos de más de ocho siglos de presencia romana en nuestro solar. Pero a aquellos italianos que esparcen leyenda negra hispanófoba les convendría tirar de memoria histórica. Porque es gracias a España que en Italia se habla italiano o toscano y no turco. Si España no le hubiera cerrado las puertas en Lepanto, aun en inferioridad de condiciones, al poderío otomano, otro gallo hubiera cantado. España sabe lo que es derrotar al islam. Italia no.

Nos venía de lejos esto. Cimbrios y teutones fueron expulsados por los celtíberos antes de llegar los romanos. Los moros tampoco lo tuvieron fácil, aun a pesar de que buena parte de la población hispana se convirtió al islam. Omeyas, almorávides y almohades fueron vencidos. Se tardó mucho tiempo, es verdad. Pero al final, en 1492, Boabdil doblaba la cerviz ante los Reyes Católicos.

Otrosí, todas las grandes potencias europeas han sido humilladas por las armas españolas. Hitler, cuando alguien le propuso invadir España, decía que en España no se puede entrar sin pedir permiso. Hitler conocía bien las campañas de Napoleón, y el tirano corso vivió su primera derrota en el suelo de Bailén. "Aquella desgraciada guerra de España me perdió", dejó dicho. Los soldados de la Grande Armée pedían aterrados que los cambiaran de destino. José Bonaparte decía que el enemigo era toda España. Aun en bajísimas horas, España venció al ejército más poderoso del mundo. En el siglo XVIII, y en condiciones adversas, España humilló varias veces a Inglaterra y sus colonias. Los ejemplos más claros: Blas de Lezo en Cartagena de Indias, Bernardo de Gálvez en Norteamérica.

A los negrolegendarios hispanoamericanos habría que preguntarle qué república americana ha logrado algo similar. No les digo a los hispanoamericanos, sino a los negrolegendarios. Si tan mal consideran a España, ¿a qué tanto odio, tanto resentimiento? Es como si los españoles odiásemos a Mauritania... No odiamos ni siquiera a los franceses, potencia que nos invadió varias veces y a la que derrotamos casi siempre.

España ha sido el único país en derrotar militarmente a protestantes, musulmanes y comunistas. No olviden eso. Y sólo ha podido ser desgajado por traiciones e intrigas. Yendo de frente, aún hasta moros e ingleses nos temen, por más jodidos que estemos.

Que sí, que no lo niego: A día de hoy, estamos hecho unos zorros. Somos un país que da asco en todos los sentidos. Hay quien dice, empero, que a lo mejor una invasión volvería a unirnos. Yo no sé qué pensar, sinceramente. Pero más le valdría a los antihispanos (y en eso incluimos a los muchos ex-pañoles denigrantes que ensucian nuestro nombre) que el león ibérico no volviera a rugir, porque darían mil duros por un agujero.

Procurad, en ese caso, que nunca nos volvamos a despertar. Porque el día que el león ibérico vuelva, toda vuestra cobardía, impotencia, rabia y resentimiento no os ayudará. El victimismo no es sino el esconder las miserias propias.

Cuando todavía somos la obsesión de buena parte de la historiografía europea, es que algo valemos. Todavía hay una Iberia sumergida. Será cuestión de sacarla a flote.


DESPERTA FERRO!

¡SANTIAGO Y CIERRA ESPAÑA!

viernes, 18 de diciembre de 2015

LA NAVIDAD EN EL PATÍBULO

Alegorías de la Iglesia y la Sinagoga, ésta última con los ojos vendados

LOS INTENTOS DE SUSTITUCIÓN DE LA NAVIDAD CRISTIANA A TODO TRANCE


Manuel Fernández Espinosa


En estas fechas navideñas no sólo el turrón vuelve a nuestra mesa. También lo hará un indeterminado número de presuntos reportajes y supuestos documentales "científicos" que, convenientemente salpicando la parrilla televisiva, nos tratarán de convencer por todos los medios de que la Navidad tiene orígenes en los ancestrales tiempos del paganismo, reduciendo el cristianismo a una suerte de religión parasitaria y sincrética; nos persuadirán de que Jesucristo -ya que no pueden decir que no existió, pues la historiografía solucionó definitivamente este litigio- nació, pero, eso sí: en otra fecha y en otro lugar. Yo no voy a entretenerme ahora en exponer las teorías que por ahí cunden, las cuales mezclan medias verdades con mentiras. Asistiremos, como manda la costumbre de un tiempo acá, a la ceremonia de la confusión perversamente instilada en las conciencias.
 
A todo trance, lo que es menester para esta gente es convencernos de que lo que celebramos los cristianos no tiene sentido. De nada servirán los estudios fundamentados de William J. Tighe, profesor de Historia de la Universidad de Muhlenberg, que desmontan la teoría que especula sobre el origen pagano de la Navidad, demostrando que es un despropósito histórico (p. ej., podemos recomendar el artículo "Los orígenes paganos de la Navidad son un mito sin fundamento histórico»: conozca por qué")
 
Supongo que ya estará realizado, o se estará realizando el respectivo documental que pondrá de manifiesto que nos equivocamos los cristianos, que no estábamos en lo cierto cuando afirmamos que Jesucristo nació en "Belén de Judá", dado que, según el arqueólogo israelí Aviram Oshri, Jesús nació en Belén, sí, pero no en Belén de Judá, sino en una Belén de Galilea (para ello, puede leerse "Arqueólogo israelí afirma haber hallado el verdadero sitio en donde nació Jesús".) Y nadie nos dirá lo que contiene esta afirmación del susodicho arqueólogo israelí. Por amor a la brevedad diré que, con este supuesto "hallazgo", lo que se trata de echar por tierra es que concuerden las profecías veterotestamentarias. Pues ya nos recuerda el Evangelio de San Mateo que, cuando Herodes consulta a los príncipes de los sacerdotes del Templo de Jerusalén, sobre el lugar indicado por las profecías como cuna del Mesías, estos responden: "En Belén de Judá, pues así está escrito por el profeta". El profeta al que aluden los sacerdotes es Miqueas: Belén de Judá. Si hablamos de otro Belén -se diría Oshri- se contradice que Jesús sea el Cristo, el Mesías. Como vemos, los judíos no han cambiado en más dos mil años. Siguen en sus trece.
 
Pero hay que ver cuánto hemos cambiado los cristianos. Incluso desde lo que debería ser el bastión de la Cristiandad (esto es el Vaticano) hemos tenido que escuchar recientemente que los judíos no necesitan la revelación de Cristo, que se bastan ellos solitos, pues: "Que los judíos participan en la salvación de Dios es teológicamente incuestionable -afirma cierto documento-, siendo un misterio divino insondable que eso pueda ser posible sin confesar a Cristo de manera explícita" (ver aquí). Pues, para ser "misterio divino insondable", me gustaría conocer quién ha sido el buzo que lo ha sondeado y nos viene con estas, llegando en su atrevimiento a desmentir al mismísimo San Pablo, cuando el Apóstol de las Gentes nos dice, en su Epístola a los Romanos: "Hermanos, a ellos va el afecto de mi corazón y por ellos se dirigen a Dios mis súplicas, para que sean salvos. Yo declaro en favor suyo que tienen celo por Dios, pero no según la ciencia; porque ignorando la justicia de Dios y buscando afirmar la propia, no se sometieron a la justicia de Dios, porque el fin de la Ley es Cristo, para la justificación de todo el que cree" (la negrita es mía, claro).
 
Pero, no nos preocupemos, si algún día nos quedamos sin Navidad, siempre podremos celebrar la Janucá (como en Torremolinos, Málaga, ver aquí), y si todavía no estamos preparados para ser los dóciles hermanos menores del judaísmo, si todavía hacemos remilgos, siempre podremos adorar al Sol Invicto, celebrar el Solsticio de Invierno y, en vez de esperar a los Reyes Magos, a Krampus que, para todos los que no lo conocían, lo conocerán en la película que se ha convertido en la sensación inducida por los medios publicitarios para esta Navidad: "Maldita Navidad".
 
No hay que ver aquí conspiraciones, pues lo que está puesto en marcha no se oculta. Tampoco muestra recato alguno y, cada vez más engreído en su triunfalismo, se apresura a decirnos que el mundo le pertenece, que 2000 años de cristianismo están prontos a ser clausurados. Que serán los mismos que más tendrían que defenderlo los que echarán la llave.
 
La Sinagoga, antaño figurada con los ojos vendadas, abre los ojos, mientras que la Iglesia se pone la venda a instancias de sus jerarquías. Creo que no se ha visto nunca un suicidio religioso más espectacular.
 
Pero con lo que no cuenta ninguno de ellos es que, digan lo que digan y se pongan como se pongan, Dios ha prometido mantener la Iglesia hasta el final de los tiempos. Y,por ello, un resto permanecerá fiel, una minoría de católicos pedimos incesamente la gracia de la perseverancia en la verdadera Santa Fe Católica. Y no cederemos.  
 
 
Estampa de Krampus, el demonio secuestrador de niños

 
 
 
 
 

lunes, 14 de diciembre de 2015

A PROPÓSITO DEL GALEÓN

Imagen de worldcraft.es


Por Antonio Moreno Ruiz
Historiador y escritor 


-Dado el odio a España promocionado por la propia España (¡!), poco se le puede exigir a los hispanoamericanos con la Leyenda Negra. Con todo, lo cortés no quita lo valiente, y es que hay hispanoamericanos que cada dos por tres necesitan montar un circo contra España. Se encuentra un galeón de principios del siglo XVIII y enseguida Juan Manuel Santos, presidente de Colombia conocido por sus corruptelas y por sus terroristas amistades, lanza alharacas a diestro y siniestro. No ha dado tiempo ni a que el estado español (estado que no hace otra cosa que hacernos la vida imposible a los españoles y que en absoluto voy a defender) dé sus razones. Podría haberse limitado a un civilizado y discreto encuentro diplomático entre países que cuentan con excelentes relaciones y santas pascuas. Pero no, por lo visto hay que montar un circo.

Por supuesto,  no queda ahí la cosa: En el Perú hay quien se suma. Según la agencia de noticias Xinhua:


Caso Perú
Según la agencia de noticias Xinhua, Perú puede reclamar parte del tesoro de oro y plata descubierto hace unos días en el galeón español “San José”, afirma en una entrevista el historiador peruano Fernán Altuve.
El investigador exhortó al ministerio de Justicia de Perú averiguar si le corresponde ejercer sus derechos sobre este descubrimiento hallado el pasado 27 de noviembre en las costas de la ciudad de Cartagena de Indias.
La base del reclamo peruano sobre ese tesoro se sustenta porque el oro y la plata de los incas fue extraído de manera ilegal desde Perú durante la Colonia española.

La información completa puede ser vista en este enlace:


Así las cosas, Fernán Altuve debería complementar sus afirmaciones explicándonos por qué el "estado español" es una cosa anacrónica y sin embargo, el virreinato del Perú no; porque no es válido apelar unas veces al estado nacional/republicano, y otras al virreinato. Cuando conviene, nos acogemos a los límites del virreinato; cuando no conviene, lo denigramos. Y así modelamos el circo al gusto del consumidor.

Empero, resulta irónico ver que si algo caracterizó la obra académica de Fernán Altuve fue su profusa y rigurosa investigación historiográfica y bibliográfica que desmontaba el mito de que Perú haya sido alguna vez una colonia, motivo por el cual se ganó el rechazo y la burla de los hispanófobos de turno. Los mismos hispanófobos que ahora harán suyas estas afirmaciones sin sustento ni rigor, que Altuve ha lanzado contradiciendo sus propios trabajos académicos.

Y es que, siendo coherentes, si se denigra todo el periodo español de América como "robo", ¿cómo acudir al virreinato como una especie de "ente jurídico independiente por encima del tiempo"?

Y bueno, cuando uno sugiere (en broma...) que a lo mejor es el estado nacional/republicano del Perú el que debería indemnizar al Ecuador por sus continuas invasiones y masacres, enseguida pululan gestos coléricos diciendo que la historia no es así... Y yo pienso lo que se acostumbra a decir en la Villa y Corte: ¡Nos ha jodido! Pues claro que la historia no es así. Ni tampoco la Leyenda Negra antiespañola es historia.

No sé en qué quedará esto del galeón, pero entre una cosa y otra, pienso que al final las máscaras interesadas se destapan y sale lo que cada uno es capaz de dar. La mezquindad y la ruindad no tiene límites, pero bueno es que por fin se vea, de Colombia al Perú, y por supuesto también en España.

Ante estas manipulaciones y acusaciones (que luego se traducen en penosa xenofobia contra los muchos españoles que hemos tenido la ocurrencia de emigrar a América) embusteras y demagógicas, recomiendo:




Y es que a veces se desmoraliza uno, pensando que ojalá Colón nunca hubiera llegado a América; una América que nos obligó a desviar nuestros intereses y nuestra lógica geopolítica que iba hacia el norte de África; una América que nos obligó a improvisar toda una maquinaria política y naviera-militar que jamás habíamos pensado y que jamás habíamos pedido; una América que supuso una constante pérdida demográfica de la que nunca recuperamos y que nos generó una suerte de enemigos que nunca quisimos. Empero, aún tenemos fe, y a pesar de la hispanofobia rampante (dirigida por España, recordamos...) que aprovecha cada momento de su existencia para exhalar su bilis, su resentimiento y su complejo, seguiremos en la brecha con nuestros hermanos de la Piel de Toro e islas adyacentes así como del Nuevo Mundo. Que Dios nos coja confesados.

viernes, 11 de diciembre de 2015

DE MOSCOVIA LAS MURALLAS


DE MOSCOVIA LAS MURALLAS

Meditación española acerca de Rusia

 
A finales de 2013 o inicios de 2014, D. Sergio Fernández Riquelme preparaba la edición de su libro "El nuevo imperio ruso. Historia y Civilización" y fue entonces cuando me invitó gentilmente a que prologara su obra que constituye un óptimo estudio de la realidad rusa como pocos se han hecho en nuestros días. Fue para mí un honor que contara conmigo para el prólogo, pero cuando se me pide escribir o hablar de Rusia me faltan páginas por la admiración y el amor que le profeso a la gran nación rusa. Así que salió esto que excede el prólogo y no llega al ensayo. Pasado un tiempo prudencial, durante el cual deseo que la obra del profesor Fernández Riquelme haya tenido la proyección que merece, publico esta
"Meditación española acerca de Rusia" 
en RAIGAMBRE, con muy pocas correcciones y alteraciones del texto original.


Manuel Fernández Espinosa

 
El título que encabeza esta meditación española acerca de Rusia es un verso perteneciente a una obra dramática de D. Antonio Mira de Amescua (1577-1644) intitulada “El esclavo del demonio”. La obra del dramaturgo guadijeño es una versión autóctona de la leyenda portuguesa de Gil de Santarén que, cual Fausto ibérico, comete la temeridad de firmar un pacto con el diablo; tal y como los que hoy firman un papel en el banco. En “El esclavo del demonio” el diablo (a diferencia del de Goethe) no se llama “Mefistófeles”, sino que se nombra “Angelio” y es en el acto tercero de la susodicha, cuando Angelio trata de divertir la melancolía de su “esclavo”, que el demonio le pinta la “ciudad terrenal” ofreciéndosela, ya que no está en su mano brindarle la “ciudad celestial”. Para encarecer las excelencias terrícolas de cuyo señorío se jacta Angelio ser el titular, recurre el diablo a yuxtaponer las más admirables y pintorescas particularidades (pompas mundanas) de muchas celebradas urbes: París, Zaragoza, Florencia, Madrid, Granada… Y del elenco de vistosas y amenas ciudades se acuerda el diablo de Moscovia. Angelio pone la nota de Moscovia en sus murallas: “…de Moscovia las murallas”. Podemos presumir que un español de la primera mitad del siglo XVII poco más sabría de la remota Moscovia que la monumentalidad de sus murallas.

Alexis II, patriarca de Moscú y de todas las Rusias, muchos años después recordaría que, en su visita a España del año 1966, tuvo la ocasión de estar en San Lorenzo de El Escorial; en su visitación le llamaría poderosamente la atención un mapa del siglo XVI. Lo peculiar de este mapa es que el cartógrafo que lo hizo había rotulado sobre la superficie que correspondía a Rusia una frase: “Terra incognita”. Podemos decir que, para la mayoría de españoles, eso era Rusia y, por desgracia, podemos decir que, pese a las ventajas que hoy pudieran alegarse en lo concerniente a facilidad informativa y comunicación, Rusia sigue siendo, para nosotros, “tierra incógnita” todavía a día de hoy.

Sin embargo, nunca faltaron los tanteos y aproches de España a Rusia a lo largo de la historia. Felipe II envió a Pedro Fajardo con la misión de establecer una alianza con la Rusia de Iván IV el Terrible, mas Pedro Fajardo no pasó de Praga y aquella intención quedó para empedrar el infierno. Por aquel tiempo, cuando Felipe II acariciaba una alianza con Rusia para hacer frente a Turquía, Iván el Terrible (digamos en descargo del monarca ruso que éste ignoraba las benevolentes intenciones de Felipe II) ponderaba los pros y contras de un pacto con los turcos, de tal manera que aquellas negociaciones llegaron al conocimiento de nuestro Duque de Alba y éste, ante flirteos tan peligrosos, ordenó a los fabricantes alemanes que no comerciaran con Rusia. Muchas más son las noticias, siquiera aisladas, de viajeros españoles a Rusia en los siglos XVI y XVII: valga el ejemplo del aventurero jaenero Pedro Ordóñez de Ceballos (1550-1634) que, en sus expediciones mercantiles, menciona haber puesto el pie en Moscovia; pero este aventurero nos deja con la miel en los labios, puesto que en su libro de memorias y viajes (“Viaje del mundo”) no da mayor cuenta de su visita a Rusia que dejar constancia de su paso por ella. Para lo que nos concierne, más celebridad alcanzaría en su época el libro de un viajero aragonés: Pedro Cubero Sebastián (1645-1696). Éste sí registrará sus impresiones sobre Rusia en la expedición que emprendió en 1670 y que se dilató durante nueve años. Las noticias españolas sobre Rusia escasean, pero viajeros españoles no faltarán que puedan dar noticia de Rusia, de tal modo que los españoles de los siglos de oro podían barruntar que existía un vastísimo territorio al otro extremo de Europa: una enorme nación (que es cristiana, sin ser católica; que es europea, sin ser europea).
 
De Moscovia las murallas

¿Qué idea tenían los españoles de nuestros siglos áureos de la enigmática Rusia?

Los libros que venían de otros países de Europa y, sobre todo, las relaciones que debemos a los jesuitas fueron una fuente constante de noticias de Rusia. Algunos jesuitas, al igual que en China y en Japón, habían estado en Rusia, involucrándose en algunos de episodios cruciales de la historia rusa. Lo dejaron por escrito y fueron traducidos al español: tal es el caso, por ejemplo, de la “Historia pontifical y católica. Compuesta y ordenada por el D. Luis de Bauia, Capellán del Rey nuestro Señor, en su Real Capilla de Granada” del año 1606. Esta parece haber sido la fuente a la que acudieron tanto Enrique Suárez de Mendoza y Figueroa como Lope de Vega: Suárez de Mendoza para componer su novela “Eustorgio y Clorilene. Historia moscovica” (del año 1629) y Lope de Vega para su obra dramática “El Gran Duque de Moscovia y emperador perseguido”. Tanto la novela referida de Suárez de Mendoza, conceptuada como emulación del “Persiles y Sigismunda” de Cervantes, como el drama de Lope de Vega tienen a Moscovia como escenario de sus respectivas tramas; pero ambas acusan ciertas imprecisiones históricas que llegan al disparate: esto proporciona una ligera idea de que Rusia invitaba por su exotismo a fantasear literariamente, sin mayor preocupación por los dislates históricos que pudiera cometer el autor literario.

Francisco de Quevedo, uno de los españoles mejor informados de su época, abordará la situación política de Rusia en el discurso XXVI de “La hora de todos y la fortuna con seso”. Quevedo presentará al Gran Duque de Moscovia en ese discurso, agobiado por las deudas que causan las invasiones tártaras y las fricciones con Turquía. Quevedo adjudica al Gran Duque de Moscovia una favorable opinión, algo excepcional, dado que Quevedo juzgaba a la mayoría de gobernantes europeos de modo muy severo. Peor será la opinión que sobre los rusos pareció tener Diego Saavedra Fajardo (1584-1648), al menos así lo parece según podemos leer en su “Idea de un príncipe político cristiano representada en cien empresas” (1640). Cuando este diplomático español tan avezado y con tanta mundología pasa revista a los caracteres de los pueblos europeos mete en el mismo saco a moscovitas y a tártaros y dice de ellos que: “Los moscovitas y tártaros, nacidos para servir, acometen en la guerra con celeridad y huyen con confusión” (la negrita es nuestra).

“Nacidos para servir” dice Saavedra Fajardo. Es ésta una de las impresiones que más se repiten en aquellos escasos pasajes de la literatura española de los siglos XVI y XVII que abordan la realidad rusa de su época. Y se repetirá parecida percepción hasta bien entrado el siglo XVIII. Es una idea que arraiga entre los españoles la del pueblo ruso como pueblo servil: pareciera que a los españoles les resulta extraño y hasta inadmisible los extremos de servidumbre que se constatan en Rusia por parte de los viajeros españoles y europeos. La alta estima de la libertad que existe entre los españoles se espanta ante un sojuzgamiento tan abyecto como el que se cuenta que existe en Rusia. Los españoles entienden tan antinatural como envilecedor ese resignado sometimiento y tal condición servil es muy fácil de achacar desde fuera a cobardía (así parece interpretarlo Saavedra Fajardo y otros). Para entender esta estimativa española tendríamos que tener muy presente que España se forjó sobre la base de unas libertades adquiridas en reconquista beligerante del territorio peninsular (como bien lo mostró D. Claudio Sánchez-Albornoz). La realidad de las gentes que conformaban los reinos cristianos peninsulares y, posteriormente, su natural y sobrenatural eclosión en la España de los Siglos de Oro no corresponden a esa deplorable caricatura que un progresismo ignorante y extranjerizante ha pergeñado. Los indeseables detractores de España (extranjeros de la Leyenda Negra y sus secuaces hispanoides) han podido pervertir la historia, presentando una España tradicional, inculta, huérfana de libertades, oscurantista, clerical y siniestramente inquisitorial, pero ha sido a costa de omitir que el ideal que siempre animó a los españoles y que prevaleció en los siglos dorados fue la libertad que, en teología era “libre albedrío” y que, en política se expresaba bajo el lema: “Del rey abajo, ninguno”; con esta ley aceptada por todos se consagraba la igualdad de todos los regnícolas y, en virtud de su condición de cristianos viejos, nadie se tenía por menos que nadie. En el caso de que cualquiera osara conculcar este principio fundado en un espíritu cristiano y social, siempre quedaba al español el recurso a la rebelión: el “¡Viva el Rey y muera el mal gobierno!” y, cuando después del tumulto, venían a depurarse las responsabilidades de los levantiscos, siempre había un: “Fuenteovejuna, ¡todos a una!”.

Con mucha seguridad podemos decir que para el español la consideración de cualquier sumisión política más allá de lo natural era una oprobiosa tiranía y, contra la tiranía (como bien postulaba el jesuita Mariana), siempre cabía el recurso del “tiranicidio”. Que en Rusia existiera una situación de general sujeción era un escándalo para el español que, en aquel tiempo, no podía explicárselo si no era por presumirle cobardía al pueblo que de esa guisa se dejaba tratar. Baltasar Gracián, al igual que Saavedra Fajardo, también atribuye a falta de coraje nacional que los rusos inclinaran su cerviz a un poder despótico; en las exiguas noticias que de Rusia pudiera tener Baltasar Gracián (no estaría ayuno de ellas, dado que era miembro de la Compañía de Jesús) la sumisión del pueblo ruso no puede atribuirse a otra razón y así, cuando (en una de sus donosas alegorías de “El Criticón”) el autor aragonés reparte las suertes que le correspondió figurativamente a cada una de las naciones humanas en cuanto al coraje, concederá lo más valioso de la valentía (representado en el “corazón”) a los japoneses (los cuales son para Gracián los “españoles del Asia”)... ¿Y a los rusos? A los rusos les adjudica el “pulmón” de la valentía que –bien descifrado- es como decir que el valor de los rusos es como aire y, en el mejor de los casos, como viento. Gracián también reputará a Moscovia como “ceñuda”, un rasgo que no pasa de una generalización fisiognómica insignificante.

Es más que probable que las noticias llegadas de la remotísima Rusia a España vinieran por conductos de la Compañía de Jesús, como he dicho más arriba: la obra más arriba mencionada de la “Historia pontifical y católica” era una traducción cuya fuente era un texto italiano de un jesuita. Sería será muy celebrado el “Viaje de Moscovia” del jesuita Antonio Possevino (1533-1611), diplomático eclesiástico que había tenido la experiencia de dilatadas estancias en Rusia en misiones pontificias.
 

El lector coincidirá conmigo en que estos juicios (y prejuicios) de nuestros antepasados españoles sobre Rusia (y sobre los rusos) son tan categóricos como superficiales. A la luz de la historia, el pueblo ruso ha demostrado (contra Napoleón y contra Hitler) ser uno de los pueblos más heroicos que existen sobre la faz de la tierra; empero si discrepamos de la interpretación que dan de la causa de esa “sumisión” perpetuada del pueblo ruso, lo que no podemos es soslayar que, cuantos viajeros extranjeros visitaron Rusia coincidieron en denunciar que los rusos soportaban más de lo que cualquier occidental estaba dispuesto a admitir en cuanto a sometimiento; de lo que se colige que el ruso ha sido con mucha probabilidad uno de los pueblos más sufridos y más maltratados por su casta dirigente. Pero, es justo admitir que la razón de ese hecho no tiene que ser forzosamente la de faltarles el coraje a los rusos.

Haber acopiado aquí algunas de las pocas y dispersas noticias que de Rusia se registran en la literatura española del siglo de oro español tenía para nosotros una intención didáctica, cual era la de mostrar precisamente que Rusia ha sido para los españoles “tierra incógnita”, como indicaba el mapa aquel que viera Alexis II en El Escorial. Sin embargo, a finales del siglo XVII, reinando en España su católica majestad Carlos II “El Hechizado”, un español va a realizar la ímproba y meritoria labor de escribir una ambiciosa Historia de Rusia, y para ello empleará un ingente material, amén de las impresiones y noticias que, del modo más metódico, ha recogido sobre Rusia. Ese español que, como tantos españoles de mérito está por descubrir, fue D. Manuel Villegas Piñateli, Secretario del Rey y académico de la RAE. Manuel Villegas Piñateli en el año 1736 publicaría en dos tomos su voluminosa “Historia de Moscovia y vida de sus Czares, con una descripción de todo el imperio, su gobierno, religión, costumbres y genio de sus naturales”.

Y resulta que a principios del siglo XVIII todavía llama la atención a Villegas Piñateli esa férrea servidumbre de que es víctima el pueblo ruso. Así nos lo dice Villegas Piñateli, en pocas líneas:

“…los Moscovitas padecen gran falta en su crianza y costumbres. Su misma barbaridad y la sujeción con que viven (tanto la plebe, respecto de los nobles y señores, como estos respecto del Czar, de quien creen saber solo decidir en todo, lo que se ofrece), [esa creencia] es causa, de que no lleguen a descubrir lo pesado de su yugo, ni la violencia, con que son dominados; habiendo fabricado de la misma ignorancia el principio elemental de su política, y soberanía” (“Historia de Moscovia y vida de sus Czares…”, cap. VIII).

Si en los siglos anteriores la servidumbre en que yacía la población rusa era atribuída por nuestros españoles a una presumible falta de valentía para desuncirse del yugo servil, algo que en sus entendederas bien podría hacerse alzándose contra un régimen inhumano, la interpretación que se abre paso con Villegas Piñateli es de otra índole. Menos simple y superficial, mucho más perspicaz, Villegas Piñateli considera que la razón que explica ese sojuzgamiento tan extraño consiste en una casi supersticiosa creencia que ubica al Zar en la cúspide de una pirámide vasallática; en último término, la persona del Zar se inviste de una infalibilidad de naturaleza religiosa; y entonces ese extraño sometimiento encuentra otra explicación más plausible: la idiosincrasia religiosa del pueblo ruso. Y aquí sí, aquí Villegas Piñateli ha acertado, pues la peculiarísima religiosidad rusa es la clave de esa estrecha obediencia que, al ser de carácter religioso, facilita la resignación ante cualquier humillación: “fatalismo ruso” dijo Nietzsche. Para Villegas Piñateli es precisamente la creencia de los rusos el “principio elemental” de la política rusa y ese cristianismo ruso será el que hace de Rusia un país extraño, a la vez que bárbaro y ajeno a Europa.

¿Pero qué es Europa? Europa es el despliegue de una idea subversiva que aprovechó un momento de crisis para ir progresivamente conquistando las almas. La funesta idea consistía en desplazar a Dios de la centralidad que le estaba reservada en la Edad Media y poner al Hombre en el lugar de Dios. Sus gérmenes pueden detectarse en el otoño de la Edad Media, pero el proyecto va gestándose a lo largo de la revolución cultural del Renacimiento (con el progresivo descrédito de la escolástica medieval y el alborear de la “nueva ciencia”; ciencia que tantas veces se confundía con la magia); el avance tenebroso de esa idea subversiva eclosionará en el mismo seno de la Iglesia (cuando se produce la revolución religiosa que desencadenó Martín Lutero y otros sedicentes “reformadores”). La Cristiandad resiste, pero el golpe ha sido asestado y es así como va imponiéndose el concepto de Europa, desplazando el antiguo concepto de Cristiandad hasta eliminarlo por completo. La idea antropocéntrica es prometeica en su desafío a la divinidad, pero también tiene mucho de Proteo en cuanto a su capacidad mutante: el tímido antropocentrismo renacentista irá recrudeciéndose con virulencia hasta convertirse en ateísmo patente y explicito (es lo que se llamaría “humanismo ateo”). Así las cosas, las elites políticas, económicas y culturales que están de consuno implicadas en la tarea de unificar económica y políticamente Europa han rechazado (en coherencia con esa tradición antropocéntrica, tan divergente del cristianismo) el elemento cristiano que la constituyó otrora y se apresta a levantar su Torre de Babel de espaldas a Dios. ¿Podrá esto aceptarse por los cristícolas? El laicismo rampante se encarga de acomplejar a los cristianos y apartarlos de la escena pública, para que no sean un elemento perturbador para el ambicioso plan de edificar una Europa con vestigios museísticos del cristianismo, sí; pero sin participación del cristianismo en ella.

Culturalmente, lo que llamamos Europa ha prevalecido marcando su liderazgo político. En un momento era bajo la férula de una nación-estado, más tarde era bajo la égida de otra nación-estado distinta (así España, Francia, Inglaterra…). Algunos países europeos lo intentaron, pero por diversas razones no llegaron a culminar sus aspiraciones (le pasó a Alemania y a Italia, que llegaron a constituirse tardíamente como naciones en el siglo XIX). Otras naciones llegaron a su apogeo, lo perdieron y fueron capaces de recobrar el poderío internacional, aunque variando la duración de su hegemonía recuperada (así Francia en varios momentos espléndidos de su historia: la Francia del Rey Sol y más tarde la de Napoleón Bonaparte); otras construyeron con tenacidad su imperio, manteniéndolo e incrementándolo (como Inglaterra) y, por ende, otras (como Portugal y España) alcanzaron su pujanza y declinaron paulatinamente para no reconquistar nunca más el prestigio que tuvieron en sus siglos áureos. Las naciones-estado que componen Europa podían estar siempre a la gresca las unas contra las otras, pero compartían una cultura fundada sobre el común patrimonio de la Filosofía helénica, la Mitología grecorromana (perenne inspiración del arte), el Derecho Romano y el Cristianismo (aunque predominando la desviación protestante). Sin embargo, Rusia permanecía al margen de todo esto.

Se piensa que fue Alejandro Dumas quien sentenció aquello de que “África empieza en los Pirineos”; aunque esté por confirmar que fuese el escritor francés el autor de esa frase despectiva para España, otro escritor francés (Remy de Gourmont) pudo describir a España como un país “tibetanizado”. Bajo los clichés que hacían de España un país “extra-europeo” latía algo más profundo que una extrañeza del “europeo” frente a una España atrasada y africanizada (esto es: “bárbara”). Y es que no eran nuestras peculiaridades históricas (ocho siglos de Reconquista) o nuestra idiosincrasia nacional lo que nos hacía extraños a la moderna Europa que, no lo echemos al olvido, arranca del Renacimiento y la Revolución Religiosa de los protestantes: lo que nos hacía extraños y exóticos para Europa era nuestra inveterada y firme resolución de permanecer católicos y defender con las armas ese catolicismo (a veces incluso defenderlo contra la misma Roma: pues siempre fuimos los españoles, como decía D. Álvaro d’Ors, “más papistas que el Papa”). España se había preservado de la herejía protestante, pero no había logrado exterminar los diversos focos protestantes que se propagaron por toda Europa y, pese a denodados esfuerzos, tampoco pudo corregirse la desviación del cisma anglicano. Sin embargo, España, gracias a nuestros católicos monarcas y a nuestros reformadores católicos (desde Cisneros a San Juan de Ávila) y a la Santa Inquisición (mucho más popular entre los españoles de la época de lo que piensan los necios) podía blasonar de haberse mantenido incólume a los miasmas protestantes. Sin embargo, esa misma integridad católica era la que nos distanciaba de una Europa que, mientras tanto, se había secularizado al calor del ponzoñoso aliento de la herejía y que, hasta en países que aparecían oficialmente católicos (como Francia) había llegado a tolerar a los heréticos. Todo el celo puesto por la España de Carlos I y Felipe II en mantener unida la Cristiandad, a costa del oro y de la plata de América, a costa de torrentes de sangre española vertidos por doquier, no había servido para aniquilar los gérmenes de la descomposición protestante en el resto de Europa. Y es la permanencia del protestantismo la que explica la supuesta extravagancia de España: en un mundo todo disfrazado de payaso, suele pasar por payaso el que viste con más elegancia.

Hubo un tiempo en que el atraso se identificaba con el catolicismo: lo que no pudieron ganar las espadas y los arcabuces, lo ganaron las imprentas que, no por casualidad, estaban implantadas en los países protestantes (huelga decirlo: hostiles a la católica España). España siempre perdió la guerra de la propaganda y sus enemigos inundaron el mundo con la vomitona de sus panfletos, difundiendo la “Leyenda negra” antiespañola. Arrinconando a España a este lado de los Pirineos (y a sus territorios de ultramar), el protestantismo pudo marcar el guión de la “cultura europea” incluso hasta volver en contra de España a las naciones que España alumbró: las americanas. Fue así como el protestantismo diseñó un mundo con unas relaciones humanas muy distintas del estilo español: como elocuentemente mostraría el clásico estudio de Max Weber el protestantismo conformó el mundo moderno en lo económico, instaurando las bases éticas del capitalismo y el más papista que el Papa (o sea, el español) pasó a ser un extraño para el mundo moderno. A todo esto, Rusia seguía permaneciendo al margen.
Kant, el apologeta de la Ilustración, podía escribir sobre el carácter español: “el español no aprende de los extranjeros, ni viaja para conocer otros pueblos […] está en las ciencias retrasado de siglos […] difícil a toda reforma, está orgulloso de no tener que trabajar, […] es de un espíritu romántico, como lo demuestran las corridas de toros, y cruel, como demuestra el antiguo “auto de fe”, y revela en su gusto, en parte, un origen extra-europeo”. Vemos que Alejandro Dumas y Gourmont no estaban solos en esto de discriminarnos a los españoles, poniéndonos al margen de Europa. ¿Y qué era lo que pensaba Kant de los rusos? La sentencia del ilustrado alemán es todavía más severa para los rusos: “Como Rusia todavía no es lo que se requiere para forjarse un concepto determinado de las disposiciones naturales que ya se aperciben a desarrollarse […] puede omitirse aquí razonablemente su diseño”. Kant renuncia de antemano a caracterizar a los rusos: los rusos  “no son todavía” europeos, son extra-europeos, bárbaros para el espíritu ilustrado.

Hasta el final de la II Guerra Mundial podemos decir que esa “comunidad de naciones-estado” europeas dominaba el mundo, relevándose una a la otra; y cada una de ellas con la creencia (no la “idea”, sino la “creencia” en estricta terminología orteguiana), la creencia -digo- de ser la cumbre de la civilización. De tal manera que los americanos (septentrionales, centroamericanos o sudamericanos), al fin y a la postre descendientes de los países del Viejo Continente, eran considerados también como “semi-bárbaros” (los hispanoamericanos más todavía, por razón de su procedencia ibérica) y, por supuesto, todo pueblo ajeno a los parámetros europeos no era más que un salvaje por civilizar o un bárbaro a medias civilizado: el etnocentrismo europeo estuvo vigente mientras duró el liderazgo de Europa, pero, con la devastación material y espiritual de Europa a resultas de la II Guerra Mundial, Estados Unidos de Norteamérica adquiere el predominio internacional y, a partir de ese momento, podemos decir que Europa se eclipsa y se preferirá hablar de “Occidente”. Rusia (desde 1917: la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) había luchado contra Hitler (al igual que en el siglo XIX lo había hecho contra Napoleón Bonaparte), pero los rusos, habiendo asumido a su manera el marxismo, no podían aceptar la primacía de los Estados Unidos de Norteamérica, nación emergente desde 1898 con la derrota infligida a España en Cuba y que en 1945 se había alzado indiscutiblemente con la hegemonía global, puesto que resultó menos afectada por los estragos de la II Guerra Mundial. Los Estados Unidos de Norteamérica se convertían así en el portaestandarte de esa Europa fundada sobre los cimientos de la filosofía, el derecho romano y el cristianismo (aunque prevaleciendo la versión adulterada de éste: la protestante).

Los rusos (ahora soviéticos) no iban a aceptar la hegemonía del capitalismo occidental, abanderado por los Estados Unidos de Norteamérica. La historia y la intrahistoria de Rusia (que, en definitiva, son las que configuran las creencias en que vive una nación, así como el genio de la misma) la ponían al margen del capitalismo, seguía siendo una nación bárbara, como esta otra nación del Finisterre europeo: España, el bastión de la reacción católica y monárquica contra la revolución protestante.

A semejanza de España, la historia de Rusia (centurias antes de irrumpir el marxismo soviético) había estado marcada por una tensión entre unas élites que episódicamente (al contacto con Europa) intentaban (frecuentemente sirviéndose de las más draconianas leyes impositoras) la modernización de Rusia frente a un pueblo refractario a las novedades. En España hubo ilustrados, tantas veces rendidos admiradores de Europa (que aquí siempre fueron Francia o Inglaterra) y denostadores de lo propio, hasta tal punto que la elite culta se dividió en dos bandos enfrentados: los “novadores” que apostaban por la importación de lo “ilustrado” (léase: “moderno”) y los castizos (“ranciosos” que diría Cervantes) que se resistían a las innovaciones. En Rusia había ocurrido algo similar, ya desde antiguo. Y esta oposición, a veces cruenta, otras veces pasiva, rebrotaría siempre que los innovadores hicieran acto de presencia. Tempranamente, en el siglo XVII se haría patente este enfrentamiento.

Reinando Alejo I de Rusia (1629-1676) el patriarca Nikon plantea el año 1654 una reforma litúrgica con la pretensión de aproximar la iglesia ortodoxa rusa a la iglesia ortodoxa griega. El amparo estatal a la reforma de Nikon impone ésta, pero no sin una resistencia que emerge de los fondos del pueblo ruso: el cisma de los “raskólniki” (los “cismáticos”, por otro nombre llamados “viejos creyentes”) que acaudilla Avvakum. Con anterioridad, en el año 1511 el monje ruso Filoteo había escrito al Zar Basilio III que, tras la caída de Bizancio (segunda Roma) y la anterior caída de la primera Roma (propiamente dicha), Rusia era la Tercera Roma. Esa creencia está profundamente arraigada en los ortodoxos rusos y se ha mostrado operante en muchas ocasiones cruciales de la historia de Rusia. Los “raskólniki” creían en la Tercera Roma y no querían trato con los ortodoxos griegos, por este motivo se mostraron insumisos a la reforma de Nikon y, por más que ésta viniera impuesta por la misma autoridad del monarca, se enfrentaron a la línea oficial por extranjerizante. El resultado fue el que era de esperar: persecución, masacres, destierros y marginación de los “raskólniki”. Como bien escribiera Nicolás Berdiaev, al hilo de este episodio histórico de Rusia: “A semejanza de la ciudad de Kitezh, el reino ortodoxo se vuelve invisible. Los disidentes huyen de las persecuciones y se esconden en la selva; los más fanáticos y exaltados se echan a las llamas”.
Comunidad de "Viejos Creyentes"
 

La evocación que hace Berdiaev de la “ciudad de Kitezh” merece una aclaración, puesto que se trata de una de las constantes más dignas de notar en el imaginario colectivo ruso. Según una antigua leyenda, la ciudad de Kitezh se sumergió bajo las aguas lacustres para no caer en las crueles manos de los invasores tártaros. Los “raskólniki” vieron en esta leyenda un símbolo del estado de latencia al que los condenaron las persecuciones del poder oficial. Evocar la “ciudad de Kitezh” era como decir que la Santa Rusia se ocultaba para no ser corrompida por el poder hostil que con sus reformas pretendía desfigurarla. El tema de la ciudad de Kitezh se convertiría en un perenne motivo para abrigar las esperanzas de una renacencia de Rusia incluso en las peores circunstancias. Siempre que Rusia se veía amenazada en su ser más profundo se ocultaba, como la ciudad de Kitezh, para preservarse de quienes pugnaban por corromperla: los eslavófilos (otra de las constantes rusas), los poetas simbolistas rusos, la resistencia silenciosa de millones de almas rusas oprimidas por el terrible marxismo… todos hallarían en la legendaria ciudad de Kitezh la imagen de su resistencia frente a las circunstancias más adversas y desfavorables. El gran compositor Nicolás Rimski-Korsakov inmortalizaría este mito ruso en su ópera “La leyenda de la ciudad invisible de Kitezh y la doncella Fevróniya”, estrenada el año 1907.

Rusia se ha caracterizado siempre por conservar celosamente su carácter. Si en el siglo XVII los “raskólniki” se alzaron frente a una reforma litúrgica que entendieron como una intromisión griega, con el siglo XVIII y la entrada en escena de los ilustrados, la resistencia rusa a occidente volvería a reeditarse; en el siglo XIX serían los eslavófilos frente a los liberales de cuño occidental y europeísta. Pero, prescindiendo de las particulares circunstancias de cada episodio de esta larga y constante resistencia a ser occidentalizados, ¿qué es lo que opera para que Rusia se resista una y otra vez a “occidentalizarse”?

El occidental de hoy, remedando a Kant, atribuiría esta oposición a la modernidad al atraso de la mentalidad rusa, a la barbarie que se resiste a las novedades, a las décadas soviéticas si quiere. Pero, primero: ¿en qué consiste la civilización occidental actualmente? La civilización occidental (si “civilización” puede ser llamada) es el resultado de esa rebelión de la que más arriba tratábamos: el antropocentrismo cada vez más virulento que, habiendo emprendido su ruptura con Dios, ha venido a exaltar a la humanidad en Feuerbach, al “proletariado” en Marx, al “Único” de Max Stirner, al “superhombre” que columbraba frenéticamente Nietzsche, hasta devenir en el actualísimo (y no tan conocido como debiera) “transhumanismo” que en nuestros días viene a postular la supresión de la misma humanidad en lo que denomina “post-humanidad”: lógica tan inexorable como satánica cuando se rechaza a Dios.
 
Hay que tener en cuenta que el cristianismo ruso adquiere características muy particulares que, reelaboradas y refinadas por el pensamiento ruso-ortodoxo (que también es la gran novela rusa), ha estado marcado, en palabras de Michele Federico Sciacca, por: “un super-misticismo de tendencia profética, escatológica y apocalíptica, que lleva a la desvaloración de todo lo que es obra de la razón y, en general, humano y temporal”. El “antropocentrismo” occidental siempre fue percibido con hostilidad por la piadosa y mística alma rusa. Ni siquiera el marxismo pudo calar en Rusia y su triunfo revolucionario en 1917 no hubiera podido ser posible sin la impostura del bolchevismo que, traicionando la doctrina marxista, improvisó sobre la marcha, embaucando al pueblo con el señuelo de un falso mesianismo y vertebrando toda una teocracia a la inversa: “satanocracia” la llamaría el mismo Berdiaiev. Este autor ruso supo verlo mejor que nadie: “La antigua idea mesiánica sobrevive en lo más hondo del alma del pueblo ruso. Pero lo que se transforma es el fin supremo, el simbolismo de esta idea mesiánica. Nacida en el seno de la vida colectiva e inconsciente del pueblo, esta idea cambia de nombre. Tan pronto se denomina la Tercera Roma del monje Filoteo como la Tercera Internacional de Lenin; y esta Tercera Internacional revestida de la doctrina marxista, hereda los atributos del mesianismo, de la vocación del pueblo ruso”. Las razones del triunfo del comunismo en Rusia y su asombrosa duración no se deben al discurso marxista, sino a los resortes internos y espirituales del pueblo ruso.


Nuestro añorado Antonio Machado (arrinconado y marginado hoy por la elite cultural progresista indígena) también tuvo la perspicacia de notar que el comunismo marxista no arraigaría en Rusia, por entender que el auténtico espíritu marxista era antítesis del espíritu ruso: “El marxismo, señores, es una interpretación judaica de la Historia” –nos dice Juan de Mairena, el “alter ego” de Antonio Machado. Y remacha: “Con Marx, señores, la Europa, apenas cristianizada, retrocede al Viejo Testamento. Pero existe Rusia, la Santa Rusia, cuyas raíces espirituales son esencialmente evangélicas” (“Juan de Mairena”, Antonio Machado).
 
El occidental de hoy podría dividirse en dos categorías: los que somos occidentales, por mera razón de localización en el espacio; y los que son occidentales por haber asimilado ese “antropocentrismo” que, desde las postrimerías de la Edad Media, viene conformando la mentalidad del hombre europeo y americano. Para éste último occidental, moldeado en la idea subversiva antropocéntrica, Rusia es una incógnita y, como tal, una amenaza siempre en potencia. No se la comprende: no se comprende que Rusia se oponga con tanta firmeza a los supuestos “avances” de esta “civilización occidental” que ha llegado a legalizar el “matrimonio homosexual”, que está normalizando lo anormal, dándonos continuamente gato por liebre. Por el contrario, para el occidental que siente que esta “civilización occidental” se ha pervertido hasta extremos intolerables, Rusia es hoy la esperanza para una humanidad, la señal de que no está todo perdido.

El Nuevo Orden Mundial se empeña en implantar sus políticas delirantes contra la familia (que no es una institución tradicional, sino natural), contra los no-nacidos (imponiendo el aborto), contra el legítimo patriotismo, contra todo lo que ha sido hasta hoy “santo” y “venerable”. Pero en este mundo que parece estar consumando las más siniestras expectativas que George Orwell ofrecía en “1984” o Eugenio Zamiatin en “Nosotros”, una nación permanece al margen y cada vez se yergue con más pujanza, como si todo esto no fuese con ella, orgullosa de su cristianismo y convencida de ser la Tercera Roma y esta nación se ha convertido, para cuantos queremos librarnos de esta opresión cada vez más agobiante en occidente, en una nación preñada de esperanza para todo el mundo y que, si permanece fiel a su espíritu, muy posiblemente esté destinada a dar cumplimiento a ese destino mesiánico que ha sido su más entrañable creencia y querencia. La “ciudad de Kitezh” está emergiendo de los fondos del lago cuyas aguas la ocultaron: vedla cómo se yergue en el horizonte.

Heráclito de Éfeso escribió que: “El pueblo debe luchar por sus leyes como por sus murallas”. Así es, frente al Nuevo Orden Mundial el pueblo ruso defiende sus murallas (…de Moscovia las murallas) como defiende sus leyes interiores y espirituales, todavía más altas y robustas que el alzado de cualquier cinturón mural. Y esas leyes interiores y espirituales son de cuño cristiano: el cristianismo mesiánico y místico, refractario a todo antropocentrismo; el mismo cristianismo que la ha conservado a lo largo de su historia jalonada por miles de tragedias y millones de tribulaciones y que ahora la guía para cumplir su destino: Tercera Roma, Santa Rusia. 

En Tosiria, 3 de marzo de 2014.